lunes, 23 de junio de 2008

La selección ha ganado y eclipsa por un lado la crisis económica y por otro el congreso del partido popular. Huele a fútbol, sudor, linimento y goles, por más que la selección, modernismos, haya ganado sin ganar, empatando a cero, a nada, a vacío sideral de algarabías, miedo y prudencias. Ganar es ganar, sin embargo, porque tirar un penalti y metérselo al portero en su canasta, requiere hábil serenidad y que el portero no se halle en vena de aciertos. Por los entresijos del periódico se deslizan los horrores nuestros de cada día: que una madre tenía a sus hijos pequeños en estado de semiabandono, que desparecieron cientos de personas, cientos de angustias, cientos de últimos suspiros, cientos de manantiales de dolores, soledades súbitas proyectos truncados, sueños rotos. El premio príncipe de Asturias de comunicación y humanidades, lo ha ganado un búlgaro trasplantado a París, que concede una entrevista en un café del barrio latino, pensador nostálgico de soledades desde que venir a estarse con la demás hermosa gente y que, conmigo, insiste en que vivir es convivir y no hay otra manera. Bueno, haberla la hay, pero es atajo seguro hacia la muerte, a la que, como a Roma, llevan todos los caminos, pero debe tratar de elegirse el vericueto de lento discurrir, el campo abierto donde convertirnos en delta de nuestro propio río, para no desembocar, sino disolvernos en la mar, que es el morir, ciertamente, como dijo el poeta que lloraba a su padre. También coincido con mi viejo amigo Paniker (Raimundo) en que cada hombre es único, pero semejante y parte del todo humano de tal modo que tenemos más de seis mil años, cada uno y cualquiera de nosotros y sin embargo no somos sino esto que somos hoy, ahora, en este momento que es el todo de la intemporalidad que nos tiene atrapados, por existir, en la existencia. ¿Dónde estará lo que no existe?

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