viernes, 27 de junio de 2008

Merece en ocasiones la pena leer algún texto de ese autor o como en este caso de la autora de que te hablaron recientemente y te habías hecho la idea de una supuesta, y por supuesto, según en seguida compruebas, inexistente excelsitud. Y dudas de la integridad, o de la sanidad, mental, de la autora en cuestión, o, podría ser, de si estaría del todo despierta, cuando leyó sus alguno de sus escritos, la persona que te recomendó su lectura y te hizo el panegírico aquél, que te acaba de costar el precio del libro para ni siquiera tomar en consideración la posibilidad de ponerlo en la modesta biblioteca del desván, en las baldas de abajo, donde cuesta agacharse y por eso vas a mirar menos, en lo sucesivo, o en una alta, donde no tengas siquiera la tentación de acercar la escalera para subir en su busca, distraído, olvidado ya, en cuanto pases página, de la vacua inanidad de esta señora, que ten poco vale la pena que se haya perdido el tiempo en traducir. El mejor sitio, sin duda, la papelera ahora, esta noche, el carro de la basura y mañana, sin más trámite, el vertedero. Por más que se aconseja seleccionar papel y catón para desecharlos en un contenedor especial desde que se llevan a reciclar y tal vez mañana alguien, como si se tratase de un palimpsesto, podrá utilizar la materia recuperada de estas malhadadas páginas para escribir un poema novel, o una brillante greguería, algo que valga bien la pena, sobre las cenizas de esta vaciedad, que por otra parte bien merecido tengo haberme equivocado al comprar sin una previa ojeada a alguna página, fiado en mi admiración por otro empedernido lector, acreditativo en su crítica de este caso de que aliquando dormitat Homerus.

No hay comentarios: