En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 28 de junio de 2008
Formo parte de un jurado, voto, contribuyo a decidir, el jurado concede un premio y yo concluyo que en cada caso y situación, un premio es una casualidad que favorece a uno, en este caso una: Margaret Atwood, que lo merecía a la vez que otros varios candidatos. Se conceden los premios por claroscuros, matices, detalles ocasionales, circunstancias que mueven a unos jurados u otros, pocos o muchos, a defender con más o menos claridad, mayor o menor acierto a éste o aquél. Añado la observación de que puede ocurrir que una defensa desacertada o extemporánea, puede favorecer o desfavorecer al defendido, según, más allá o a diferencia de quien trató de expresarse en un sentido y pudo lograr su propósito o motivar una reacción adversa. He percibido, si no en ésta, en otras ocasiones y con otros jurados. Me reafirmo en que los humanos somos incapaces de una justicia objetiva, y cualquier decisión que adoptamos o contribuimos o motivamos que se adopte, está impregnada de subjetividad o de sentimiento. La justicia no debe hacer caso de sus sentidos ni sentimientos, que de eso se ocupa la equidad, que ha de templarla siempre, puesto que tanto el hombre que juzga como el que es juzgado, ambos deben comprender de débil falibilidad de la textura personal del otro.
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