En diciembre del año 2006 Bosco abría la puerta a este blog
con la advertencia siguiente:
“En realidad, he de
confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier
curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta
aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado
respuesta para esta pregunta”.
Yo os diré la respuesta:
Para él escribir era algo tan natural como para
otros vivir.
Por eso continuó escribiendo
todo el tiempo que le permitió la vida.
El 16 de septiembre fallecía Bosco.
El 31 de agosto había
publicado su última entrada. Lo hacía hecho con las fuerzas justas para llegar
a la línea final, sabiendo ya que se moría. Sin embargo no incluyó en ella una
despedida.
Acertó también en esto.
Porque la muerte de los que
amamos es siempre un hasta pronto.
Primero viene
el amor, luego el precio que por el amor hay que pagar, que es el dolor (por
eso el dolor será más grande cuanto mayor el amor haya sido), y finalmente el
amor otra vez, que nos cura el dolor.
La diferencia está en el modus operandi de uno y otro, que mientras el amor no es partidario de las prisas y hace su labor día a día, pasito a pasito, el dolor llega violento y de repente, brutal, te agarra y te zarandea. Pero no por eso es más fuerte. El dolor nunca puede con el amor. Es al revés siempre.
La diferencia está en el modus operandi de uno y otro, que mientras el amor no es partidario de las prisas y hace su labor día a día, pasito a pasito, el dolor llega violento y de repente, brutal, te agarra y te zarandea. Pero no por eso es más fuerte. El dolor nunca puede con el amor. Es al revés siempre.
Ya estos días, a través de abrazos, manos tendidas, llamadas, y mensajes, está volviendo a nosotros el amor de nuestro padre, desde cada persona y cada lugar en el que estuvo y dejó ese rastro, lo traen los días a nuestro lado, nos va curando el dolor, y sabemos, ya, hoy mismo, que él y nosotros vamos a ganar otra vez,... otra vez juntos.
Junto a él
también, por ello, hemos querido publicar esta nota, y por eso la cerraremos
con uno de los poemas de su libro Palabras que Mueve el Viento.
Dedicaba allí
Bosco estos versos a su hermano Juaco, recientemente fallecido entonces:
“Denso
follaje, arraigado como un roble
precisamente
aquí,
donde la
tierra se reduce y aprieta
para mirar
más hondo el horizonte.
Soñador de
quimeras
Que no
tuviste nunca nada tuyo
Más que el
amor de los que te querían
Y el futuro y
el tiempo y el espacio
De los que
nada tienen más que la poesía
Y así
convocan gente en torno suyo
Y sin saber
por qué la hacen feliz
Al modo
ingenuo del tropel de pájaros
Con cuyo
canto nos renueva Dios
El milagro de
cada amanecida”.
Gracias,
Bosco.