-¿Cómo te llamas? –dice Homero que preguntó Polifemo al
astuto Ulises, que otros llamaban Odiseo, el de los pies ligeros-
-Nadie –contestó Ulises- Me llamo Nadie.
En un momento, cualquiera de nosotros, como Ulises, dejamos
de ser alguien, abandonamos nombre y apellidos en la parcelita de esa nota que
ponemos, tratando a veces, con ingenua soberbia, vanidad habitual, para
informar al mundo que acabamos de irnos y ya está.
Con la singular diferencia de que Ulises, lo que pretendía,
y logró, el muy gran truhán, era sobrevivir y llegar a Itaca, donde Penélope y
Telémaco se iban arreglando con sus trucos, artimañas y martingalas.
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