martes, 21 de agosto de 2012


Decenas de festivales célticos, cornamusa, gaita y sus sonidos infinitamente nostálgicos, pero no vinieron, cuando lo hacían, a tocar la gaita y bailar en la playa danzas más o menos esotéricas, ni siquiera relacionarse con los otros celtas de más cerca o más lejos, sino, como avispados comerciantes que fueron de su época, a garantizarse el monopolio de la sal.

No viajaban por el placer de ir descubriendo tribus, culturas y paisajes nuevos, sino para establecer puestos de venta, en el mercado global de entonces, de uno de los productos más necesarios de su época, un producto como la sal, que movió implacables guerras y hasta puede que crisis económicas ajustadas a la cultura de una época en que había que almacenar para sobrevivir y había que, en la medida de lo posible, garantizarse la conservación de lo almacenado, en los envoltorios de que no constaba fecha de caducidad.

Buscaban dónde producir, almacenar y comerciar con la sal. Y venían, eso sí, de mar adentro, de lo desconocido, rubios, ojizarcos, braquicéfalos, con sus gaitas y sus cornamusas, con que es probable que tratasen de dejar marcada en el agua la estela de ese afán de regreso que impregna a cada humano que abandona su tierra en busca de riquezas y poderío.

Cada festival añora su paso por las costas del occidente del futuro de Europa, por el que fueron dejando salinas y secaderos, pero también, es cierto, hoces de oro, bosques mágicos y muérdago sin cortar, enredado en los robles pensativos.

Priva, sin embargo, en el umbral de la apoteosis festera, el ruido y la furia desmadrados, las canciones vociferadas, el grito unánime de la multitud incansable. Carpas cada vez mayores. Altavoces cada vez más potentes. La luna ya no viene a la fragua, que pasa asustada, velándose sus cráteres con hilachas de nube.

Por las esquinas del paisaje, se apagan con un breve temblor los tiempos de unos, pero se anuncia a la vez el albor de vuestro tiempo, el de nuestros semiolvidados sueños, que se han convertido en adolescentes ilusionados y patilargas jovencitas de mirar sorprendido. No se apaga, amanece un mundo.

Leo que están cerrando playas por una invasión de pequeñas medusas malignas. Un mundo nuevo no quiere decir un mundo feliz. Huxley lo sabía, en muy sarcástico. 

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