Decenas de festivales célticos, cornamusa, gaita y sus
sonidos infinitamente nostálgicos, pero no vinieron, cuando lo hacían, a tocar
la gaita y bailar en la playa danzas más o menos esotéricas, ni siquiera
relacionarse con los otros celtas de más cerca o más lejos, sino, como
avispados comerciantes que fueron de su época, a garantizarse el monopolio de
la sal.
No viajaban por el placer de ir descubriendo tribus,
culturas y paisajes nuevos, sino para establecer puestos de venta, en el
mercado global de entonces, de uno de los productos más necesarios de su época,
un producto como la sal, que movió implacables guerras y hasta puede que crisis
económicas ajustadas a la cultura de una época en que había que almacenar para
sobrevivir y había que, en la medida de lo posible, garantizarse la
conservación de lo almacenado, en los envoltorios de que no constaba fecha de
caducidad.
Buscaban dónde producir, almacenar y comerciar con la sal. Y
venían, eso sí, de mar adentro, de lo desconocido, rubios, ojizarcos, braquicéfalos,
con sus gaitas y sus cornamusas, con que es probable que tratasen de dejar
marcada en el agua la estela de ese afán de regreso que impregna a cada humano
que abandona su tierra en busca de riquezas y poderío.
Cada festival añora su paso por las costas del occidente del
futuro de Europa, por el que fueron dejando salinas y secaderos, pero también,
es cierto, hoces de oro, bosques mágicos y muérdago sin cortar, enredado en los
robles pensativos.
Priva, sin embargo, en el umbral de la apoteosis festera, el
ruido y la furia desmadrados, las canciones vociferadas, el grito unánime de la
multitud incansable. Carpas cada vez mayores. Altavoces cada vez más potentes.
La luna ya no viene a la fragua, que pasa asustada, velándose sus cráteres con
hilachas de nube.
Por las esquinas del paisaje, se apagan con un breve temblor
los tiempos de unos, pero se anuncia a la vez el albor de vuestro tiempo, el de
nuestros semiolvidados sueños, que se han convertido en adolescentes
ilusionados y patilargas jovencitas de mirar sorprendido. No se apaga, amanece
un mundo.
Leo que están cerrando playas por una invasión de pequeñas
medusas malignas. Un mundo nuevo no quiere decir un mundo feliz. Huxley lo
sabía, en muy sarcástico.
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