Inexorable maquinaria, la virtual del tiempo que inventamos,
afanosos de medir eternidades. No podremos nunca. La eternidad, que es suprema
quietud, abarca cuantos tiempos podamos inventar.
La cosa, ¡déjate –dice mi otroyó el utilitario- de patrañas,
microfilosofías y divagación!; la cosa, insisto, es que al acercarse el lindero
de poniente del entusiasta veraneo de este año de sol, Asturias, osa hibernada,
asoma, seguida, fiel y confiadamente, por sus deslumbrados esbardoa y
redescubre que todo sigue como allá en julio, cuando cerraron sus carpetas los
burócratas y en lo más profundo de sus escepticismos, siquiera fuese por un
momento, se atrevieron a esperar que algo por lo menos, se arreglara solo, a
fuerza de no mirarlo.
“Mala la hubisteis”, en este caso los asturianos, con el
Roncesvalles del desnortado viaje que hace tiempo emprendimos hacia nuestras
nostalgias. Empezó con aquello de que no permitiríamos que se nos privara de lo
que teníamos. Lo que se tiene lo desgasta el uso y el consumo. Si no se repiensan
las cosas, si no se reponen los medios y se ajustan al futuro que
constantemente llega, se suele desembocar en el desaliento.
Es una hermosa batalla, cada batalla heroica, pero no suele
remediar lo irremediable, como tampoco lo remedian las falsas revoluciones
promovidas por quienes no tienen el propósito de cambiar, sino en de sustituir
a los privilegiados de un orden equivocado. El error permanecerá, sin más
mutación, sin más que mudar las personas que sufren y las que disfrutan.
La osa alza la cabeza, en el umbral de la osera y ventea el
aire del tiempo nuevo.
Todavía no –se dice-, todavía hay tiempo de un sueño nuevo,
otra ocasión.
Apenas deja el sol, con su largo tridente, moverse en busca
de la sombra de los álamos del río. Arde el pinar. Se empina el fresno a mirar
más lejos. Los humeiros del soto, capitaneados por un par de robles, se afanan
en proponer sombra a los romeros, que cantan, se adivina que cansados, las
canciones cada vez más antiguas, cada vez más íntimas. Como si ahora mismo,
casi hora de la fiesta mayor y la mayor explosión de cohetería, se adentraran
en el pasado, en busca de los entrañables seres que fuimos cuando el mundo
parecía un hermoso jardín murado, a salvo de tempestades y ventoleras súbitas.
La gente, un poco asustada, se apresura a degustar los infinitos sabores de las
vísperas durante que todo es imaginable.
¿Seremos capaces, pasado mañana, cuando la osa salgo, de
haber soñado un plan para las Asturias?
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