sábado, 18 de agosto de 2012


En los vodeviles, las revistas y operetas suele haber un número final, calificado por sus diseñadores de apoteosis, que a menudo degenera en un barullo con exhibición de todo el personal, el femenino coronado de plumas teóricamente de aves exóticas y plumaches artificiales. Y así este “largo y cálido verano” del bisiesto en funciones, desmelena cuantas clases y fuentes de ruido, furia y sonido  haya podido en cada caso pagar a base de recaudaciones de agotadas comisiones de fiestas, que se afanan por conseguir que los avispados hosteleros –tal vez en esta ocasión también agobiados-, participen en los gastos de atracción del guiri que pasaba indeciso, tabla de surf en baca y zodiac a remolque de su renqueante cochecito.

Es el último acto del festejo, el “día Grande”, musculado y mayusculado de cada ciudad, villa, pueblo, aldea, lugar acasarado, pueblecito o villorrio de la geografía de escondites veraniegos de la periferia del norte.

Resuenan desde los tímidos suspiros del saxofón asociado si acaso a piano y batería, pasando por los requintos de gaita y tamboril y los denodados esfuerzos de la banda municipal, a que se multiplican, más que suman, charangas disociadas por cualquier quítame allá esas pajas, hasta la feroz cohetería, que rebota, hace ecos y aterroriza a perros y gaviotas, provocando su algarabía.

Y, a todas estas, implacable, denuncia el termómetro que algo le está pasando al “Planeta Azul”, que los sucesivos incendios van desertizando. Respiramos mal, como si hubiera el calor desconocido, hay hasta donde cincuenta grados centígrados, convertido el aire en algo más espeso, tal vez mermelada de componentes desconocidos que se deslíe en aquel otro aire, ¿recordamos?, que venía del nordeste dorando la piel de las sirenas y trasladándonos la espuma de su canto.

Tres cuartos o más de España, en naranja y rojo. Un respiradero, bendito sea el buen padre Dios que lo permite, aquí en el cuadrante del noroeste, donde el final de la Tierra. Humanidad agazapada. Recuerdo las primeras páginas de “La Peste”, de Camús, donde describe la playa. Casi todo tiene su literatura. ¿Imita la sociedad lo que leyó o describe lo que hizo? Cualquier situación evoca el artificio de la música de fondo de una película vista hace demasiado tiempo para recordar del todo lo que allí pasaba.

Los que mandan, lo mismo que los mandados, apuran la pez de las vacaciones. El buen padre Dios nos ilumine y guarde, a ellos y a nosotros. Leí no sé dónde que esta semana entrante puede que hasta llueva. En la salita, la aspidistra que parecía haberse secado, contra toda desesperanza, ha exhalado una hoja nueva, aparentemente jugosa, terna y verde esmeralda o más.

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