En los vodeviles, las revistas y operetas suele haber un
número final, calificado por sus diseñadores de apoteosis, que a menudo
degenera en un barullo con exhibición de todo el personal, el femenino coronado
de plumas teóricamente de aves exóticas y plumaches artificiales. Y así este
“largo y cálido verano” del bisiesto en funciones, desmelena cuantas clases y
fuentes de ruido, furia y sonido haya
podido en cada caso pagar a base de recaudaciones de agotadas comisiones de
fiestas, que se afanan por conseguir que los avispados hosteleros –tal vez en
esta ocasión también agobiados-, participen en los gastos de atracción del
guiri que pasaba indeciso, tabla de surf en baca y zodiac a remolque de su
renqueante cochecito.
Es el último acto del festejo, el “día Grande”, musculado y
mayusculado de cada ciudad, villa, pueblo, aldea, lugar acasarado, pueblecito o
villorrio de la geografía de escondites veraniegos de la periferia del norte.
Resuenan desde los tímidos suspiros del saxofón asociado si
acaso a piano y batería, pasando por los requintos de gaita y tamboril y los
denodados esfuerzos de la banda municipal, a que se multiplican, más que suman,
charangas disociadas por cualquier quítame allá esas pajas, hasta la feroz
cohetería, que rebota, hace ecos y aterroriza a perros y gaviotas, provocando
su algarabía.
Y, a todas estas, implacable, denuncia el termómetro que
algo le está pasando al “Planeta Azul”, que los sucesivos incendios van
desertizando. Respiramos mal, como si hubiera el calor desconocido, hay hasta
donde cincuenta grados centígrados, convertido el aire en algo más espeso, tal
vez mermelada de componentes desconocidos que se deslíe en aquel otro aire,
¿recordamos?, que venía del nordeste dorando la piel de las sirenas y
trasladándonos la espuma de su canto.
Tres cuartos o más de España, en naranja y rojo. Un
respiradero, bendito sea el buen padre Dios que lo permite, aquí en el
cuadrante del noroeste, donde el final de la Tierra. Humanidad agazapada.
Recuerdo las primeras páginas de “La Peste”, de Camús, donde describe la playa.
Casi todo tiene su literatura. ¿Imita la sociedad lo que leyó o describe lo que
hizo? Cualquier situación evoca el artificio de la música de fondo de una
película vista hace demasiado tiempo para recordar del todo lo que allí pasaba.
Los que mandan, lo mismo que los mandados, apuran la pez de
las vacaciones. El buen padre Dios nos ilumine y guarde, a ellos y a nosotros.
Leí no sé dónde que esta semana entrante puede que hasta llueva. En la salita,
la aspidistra que parecía haberse secado, contra toda desesperanza, ha exhalado
una hoja nueva, aparentemente jugosa, terna y verde esmeralda o más.
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