Voy, de un lado a otro, con el desconcierto del hombre
habitualmente sano que de pronto se quiebra por aquí o por allá o descubre una
gotera en el descuidado edificio de su cuerpo, que, a fuerza de resistir los
abusos del tiempo, había dado en pensar que hasta podría ser invulnerable.
No debe haber paciente peor. Porque los hay, en cambio, que
por desgracia han padecido habitualmente de esto o de aquello y se acostumbran
a la esoteria del análisis, la exploración, las misteriosas investigaciones de
que suelen seguirse, como en los juzgados, sentencias, que, como allí, son unas
veces absolutorias y otras condenatorias de mayor o menor gravedad.
¡Vida ésta! Siempre muchos que saben más que tú de lo que te
concierne y te enmiendan el paso, reconducen, agavillan y recuerdan la
efimeridad de lo humano, del hermoso privilegio de haber estado vivo en algún
momento de la historia de esta Creación deslumbrante.
Paz en la economía. Estabilidad en las bolsas. Pausa.
Leo en el periódico que los representantes sindicales hablan
al Rey de la posible conveniencia de un referéndum. Me imagino a alguien
preguntando a los deudores de otro alguien si prefieren pagar o no pagar,
dilatar el pago o no, conseguir o no una quita, por pequeña que sea. Una, a mi
modesto juicio, de las dolencias que pueden aquejar a una democracia es la
suposición de que todo puede resolverse mediante sufragio. Un referéndum no
puede cambiar el tiempo de ninguna estación. No sirve para borrar las
consecuencias, que deben afrontarse, de haber gastado mucho o poco y haberse
pasado o quedado en la evolución social, que ha de ser armónica, y cuando no, las
cosas suelen complicarse hasta lo imprevisible.
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