Declina agosto, con sus atardeceres. Supongo que en tierra
de vendimia habrá este año fiesta esperanzada al recoger la uva borracha de
tanto sol, tanto calor, con el riego de la tímida lluvia de estos días. Por lo
menos, será, probablemente, un año de cosecha excepcional. El vino, del lado de
los borrachos, los poetas y los vagabundos, los jueguistas y demás gente de
mediano vivir y escasa trayectoria, que se comen los excesos, no entiende de
economía ni de crisis. Viene a ponerse a punto de mojar las matanzas de los
sanmartines que ya se preparan.
Zorzas, chorizos, lomo de gochu y griñispos. Tuve un amigo
del alma en que eran tantos en casa que mataban seis cerdos y dos terneros.
Allá por los altos intrincados del occidente profundo. No estuve, a pesar de la
insistencia de sus invitaciones, pero debía ser, además de un tumultuoso
banquete, todo un espectáculo. “Vienen de todas las casas del pueblo, a echar
una o las dos manos, acuchillar los bichos, picar la zorza y remeterla con
pimentón en sus tripas”. Después de robar puñados para mezclar con parejas
reforzadas de huevos fritos y alternarlas con los chorreantes griñispos y las
untuosas chuletillas de lomo, ribeteadas de grasa.
Pero, quietos todavía, que todavía queda el “frío en el
rostro” de fines de este glorioso mes que sin que nos percatásemos, se ha ido
comiendo vuestras vacaciones. Los viejos ya no tenemos vacaciones. La vejez es
implacable. Bajan del monte y forman a su alrededor, como exigentes cómitres,
los achaques.
Curiosa injusticia poética la del fútbol –dicho sea ya
hablando de otra cosa- en que un partido de la mayor rivalidad puede resolverse
en un acierto de un portero, seguido del error del otro. Cuando niños, los
porteros parecían poco importantes. Las porterías de los equipos del cole, las
ocupaban los menos hábiles para el regateo y el gol. Los porteros son tan
importantes como el delantero más eficaz. Ellos. Como los otros diez, también están
solos, jugando en la estrecha unidad del equipo que forman.
Se van, poco a poco, a la par, el verano y la vida.
Llenan sus zurrones, velan sus armas, anuncian la erupción
que viene, los que mandan y gobiernan. Como contrapunto, leo un duro artículo
de Pérez Reverte. Al pan, pan, dice, y al vino, vino. Quiero fer una prosa –dijo
Berceo- en román paladino. Duele.
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