En la mayor parte de las danzas regionales a coro que
conozco, se dan unos pasitos adelante, otros tantos atrás y vuelta a empezar.
Las danzas regionales tradicionales a coro, apiñan y
desapiñan sucesivamente al corro de sus componentes. Hacen, deshacen, trenzan y
desurden, como Penélope. Tal vez porque las danzas regionales han hecho acopio,
lleno de sabiduría, de que la vida, que fingen en su ir y venir, su estira y
encoge, es una cadenciosa repetición de ningún modo rutinaria, pero que lo
parece al repetir pasos y gestos.
Ahora, con estas congojas de la economía de subsistencia, el
dilema, paso adelante, paso atrás, consiste en mantener lo que no se puede
pagar, por si fuese posible pagar lo que en gran parte se debería mantener. Y
erre que erre, el hombre, único, ya saben, animal que tropieza de modo
reiterado en la misma piedra.
Sorprende comprobar que a la vez, ese mismo humano, estudió
y descubre que los animales trazan sus vías de escape y abastecimiento y las
aprovecha para tenderles trampas y preparar cepos y lazos, pero resulta incapaz
de precaver su propia salvaguardia.
Conmueve advertir la cantidad de gente que ahora mismo se
afana en buscar modos y maneras de abaratar hasta lo imposible las demasías a
que no quiere renunciar, pese a la convicción de que son inasequibles para los
ingresos que razonablemente cabe esperar. Y todos gritan, se arremolinan y
afanan buscando préstamos, aunque sean leoninos, para salvar lo que insisten en
que tal vez, fábula de la lechera en mano, sea posible pagar y así será como si
no hubiera pasado nada, no hubiera habido tiempo de vacas flacas ni de
disparatados gastos.
Hace bastante, un alto directivo de cierta institución
empresarial europea, que había venido a una ciudad española invitado a la
inauguración de una sede empresarial para su tiempo faraónica, me comentaba su
admiración por estos españoles, capaces de conseguir en lustros lo que los
suyos todavía habían sido incapaces de lograr en un siglo.
Puede que fuese interesante trazar una ruta turística, que
recorriese, de oca en oca, las restauraciones –casi todas encomiables para
historiadores, eruditos y estetas-, de viejos edificios, castillos, palacios,
palacetes, jardines, que ahora albergan con ostentoso orgullo las instituciones
sociopolíticas y socioeconómicas de una sobrecogedora estructura
administrativa. Admirables suelos y techumbres, deslumbrantes artesonados,
suntuosos salones de sesiones y recepción. Lo que se dice un riñón, ahora, en
mantenimiento, limpieza y servicios. Parecer rico, me dijo un día un esteta,
obliga a serlo. A lo mejor tenía razón, el viejo boulevardier, y haberse creado
aparentes necesidades motiva para superarse más allá de lo probable, donde lo
de algún modo posible, sólo exige un poco de sobrehumanidad en el esfuerzo.
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