jueves, 2 de agosto de 2012


En la mayor parte de las danzas regionales a coro que conozco, se dan unos pasitos adelante, otros tantos atrás y vuelta a empezar.

Las danzas regionales tradicionales a coro, apiñan y desapiñan sucesivamente al corro de sus componentes. Hacen, deshacen, trenzan y desurden, como Penélope. Tal vez porque las danzas regionales han hecho acopio, lleno de sabiduría, de que la vida, que fingen en su ir y venir, su estira y encoge, es una cadenciosa repetición de ningún modo rutinaria, pero que lo parece al repetir pasos y gestos.

Ahora, con estas congojas de la economía de subsistencia, el dilema, paso adelante, paso atrás, consiste en mantener lo que no se puede pagar, por si fuese posible pagar lo que en gran parte se debería mantener. Y erre que erre, el hombre, único, ya saben, animal que tropieza de modo reiterado en la misma piedra.

Sorprende comprobar que a la vez, ese mismo humano, estudió y descubre que los animales trazan sus vías de escape y abastecimiento y las aprovecha para tenderles trampas y preparar cepos y lazos, pero resulta incapaz de precaver su propia salvaguardia.

Conmueve advertir la cantidad de gente que ahora mismo se afana en buscar modos y maneras de abaratar hasta lo imposible las demasías a que no quiere renunciar, pese a la convicción de que son inasequibles para los ingresos que razonablemente cabe esperar. Y todos gritan, se arremolinan y afanan buscando préstamos, aunque sean leoninos, para salvar lo que insisten en que tal vez, fábula de la lechera en mano, sea posible pagar y así será como si no hubiera pasado nada, no hubiera habido tiempo de vacas flacas ni de disparatados gastos.

Hace bastante, un alto directivo de cierta institución empresarial europea, que había venido a una ciudad española invitado a la inauguración de una sede empresarial para su tiempo faraónica, me comentaba su admiración por estos españoles, capaces de conseguir en lustros lo que los suyos todavía habían sido incapaces de lograr en un siglo.

Puede que fuese interesante trazar una ruta turística, que recorriese, de oca en oca, las restauraciones –casi todas encomiables para historiadores, eruditos y estetas-, de viejos edificios, castillos, palacios, palacetes, jardines, que ahora albergan con ostentoso orgullo las instituciones sociopolíticas y socioeconómicas de una sobrecogedora estructura administrativa. Admirables suelos y techumbres, deslumbrantes artesonados, suntuosos salones de sesiones y recepción. Lo que se dice un riñón, ahora, en mantenimiento, limpieza y servicios. Parecer rico, me dijo un día un esteta, obliga a serlo. A lo mejor tenía razón, el viejo boulevardier, y haberse creado aparentes necesidades motiva para superarse más allá de lo probable, donde lo de algún modo posible, sólo exige un poco de sobrehumanidad en el esfuerzo.   

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