viernes, 17 de agosto de 2012


Ya no recuerdo por qué extraña y desorbitada sinrazón, un auxiliar de la cátedra de Internacional Privado me proporcionó la experiencia de mi único suspenso, ya en quinto y último curso, de mi carrera. No debía tener razón él, porque solicité me examinara el Catedrático y me dio un notable.

Lo recuerdo ahora, de la mano de los dimes y diretes que continúan suscitando los derechos internacionales Público y Privado, tantas veces condicionados por la capacidad de imponer su voluntad de este Estado o de aquél, que con frecuencia se reservan no estar de acuerdo e incluso poder vetar las resoluciones de unos parlamentos que no han venido siendo más que ensayos de un Derecho Internacional con base y fundamento estrictamente jurídicos y con capacidad  universalmente confiada de imponer lo que en cada momento y circunstancia parezca mejor y más adecuado para mantener el orden y el concierto posibles en esta olla de grillos que siempre ha sido el mundo en que vivimos, cada vez más cercano, más íntimo, más relacionado y necesitado de la seguridad jurídica imprescindible para la convivencia pacífica.

Viene todo esto a cuenta de ese derecho de asilo, concedido vete a ver si con arreglo a los principios que han de tenerse en cuenta en estos casos o no, y la inmediata decisión del país más fuerte de desconocer el derecho de conceder o no el asilo que sin duda asiste al más débil. Es evidente la necesidad de que alguien con autoridad moral superior a ambos, pudiera decidir con arreglo a regla de equidad, y, en la duda, de misericordiosa benevolencia.

Auguro que se perderán en palabras. Cada vez se cuenta menos con la cómitas gentium, que obliga al poderoso, por serlo, a ser más respetuoso y cortés que si no lo fuera en sus relaciones con los que no lo son. La relación entre gentes de unos y otros países, determina derechos y obligaciones para los ciudadanos de cada uno de ellos. La proximidad íntima a que nos han conducido los éxitos de la técnica, imponen una soberanía internacional aplicable sin vetos, reservas de poder o de decisión última.

Dicen que la inteligencia individual no es una, sino un conjunto de inteligencias. La técnica, opino, supera en esa inteligencia colectiva que supone la cultura, por ahora a la moral. Lo jurídico, sin embargo, ha de imponerse al final. Una pena que mientras no sea así, habrá mucha gente que sufra por ello.

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