Ya no recuerdo por qué extraña y desorbitada sinrazón, un
auxiliar de la cátedra de Internacional Privado me proporcionó la experiencia
de mi único suspenso, ya en quinto y último curso, de mi carrera. No debía
tener razón él, porque solicité me examinara el Catedrático y me dio un
notable.
Lo recuerdo ahora, de la mano de los dimes y diretes que
continúan suscitando los derechos internacionales Público y Privado, tantas
veces condicionados por la capacidad de imponer su voluntad de este Estado o de
aquél, que con frecuencia se reservan no estar de acuerdo e incluso poder vetar
las resoluciones de unos parlamentos que no han venido siendo más que ensayos
de un Derecho Internacional con base y fundamento estrictamente jurídicos y con
capacidad universalmente confiada de
imponer lo que en cada momento y circunstancia parezca mejor y más adecuado
para mantener el orden y el concierto posibles en esta olla de grillos que
siempre ha sido el mundo en que vivimos, cada vez más cercano, más íntimo, más
relacionado y necesitado de la seguridad jurídica imprescindible para la
convivencia pacífica.
Viene todo esto a cuenta de ese derecho de asilo, concedido
vete a ver si con arreglo a los principios que han de tenerse en cuenta en
estos casos o no, y la inmediata decisión del país más fuerte de desconocer el
derecho de conceder o no el asilo que sin duda asiste al más débil. Es evidente
la necesidad de que alguien con autoridad moral superior a ambos, pudiera
decidir con arreglo a regla de equidad, y, en la duda, de misericordiosa
benevolencia.
Auguro que se perderán en palabras. Cada vez se cuenta menos
con la cómitas gentium, que obliga al poderoso, por serlo, a ser más respetuoso
y cortés que si no lo fuera en sus relaciones con los que no lo son. La
relación entre gentes de unos y otros países, determina derechos y obligaciones
para los ciudadanos de cada uno de ellos. La proximidad íntima a que nos han
conducido los éxitos de la técnica, imponen una soberanía internacional
aplicable sin vetos, reservas de poder o de decisión última.
Dicen que la inteligencia individual no es una, sino un
conjunto de inteligencias. La técnica, opino, supera en esa inteligencia
colectiva que supone la cultura, por ahora a la moral. Lo jurídico, sin
embargo, ha de imponerse al final. Una pena que mientras no sea así, habrá
mucha gente que sufra por ello.
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