miércoles, 2 de julio de 2008

Arranca esta lluvia tormentosa de tarde de verano las más inesperadas fragancias de la tierra, que de repente huele a vida intacta, sin hacer, tal vez a futuro y desata la imaginación, que rebusca en el espacio todavía pendiente que hay hasta el final de los tiempos desde este momento preciso en que canta la sucesión de gotas, al caer, sin cadencia exacta, sobre una invisible superficie. Se estremecen las nubes con cada fucilazo y el fragor de los truenos delimita espacios de trémulo silencio, rodando hacia la lejanía, tal vez el pasado, donde todo lo que un momento fue esperanza duerme ahora a la espera de la reconcentración del universo.

Cuentan y no acaban estos días los informativos de granizadas súbitas, gotas frías, incendios devastadores, y en político mínimo acredita su insuficiencia rebuscando miope en el diccionario y entre sus fichas adjetivos con que depreciar a sus adversarios, mientras el país cojea, visiblemente lastimado por la crecida de los precios que aflige a tantas amas de casa cuyo sobre mensual se vacía ahora antes de tiempo mientras señores encopetados -de esos que aseguran que el dinero no es lo importante, y aciertan, pero sólo en los casos en que se dispone de él y puede dedicarse el tiempo a lo verdaderamente trascendente, cosa imposible cuando se vive en la inquietud de si llegarán a fin de mes los medios necesarios para un mínimo de dignidad familiar que incluye también un cupo de cosas aparentemente superfluas- juegan con las palabras para disimular la urgencia de recomponer la ecuación de la cuenta de pérdidas y ganancias más importante del estado, que es la conjunta de las familias que componen su grupo social.

Sale la primera tanda de vacaciones. Flota su ilusionada alegría en el aire.

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