miércoles, 23 de julio de 2008

La sinfonía del jardín, más bien patio con flores prisioneras, se inició, recuerdo, en primavera, con la flauta dulce de las margaritas que se cierran de noche y entristecían con la lluvia; en seguida, se ensayó el rosal ese caprichoso que lo preside todo desde hace años, cuyas rosas son primero abotagadas, un mucho repolludas, bastas, pero da una segunda floración de terciopelo, y allá al fin de verano suele proporcionar la sorpresa de unos delicadísimos capullos rojosangre, de pétalos suaves y primorosa textura; es como a la vez el doble violín a que apoyan las violas y que conduce, seguro, en violonchelo; el metal de las trompetas lo ponen los demás rosales, a que por fin, clarinetes y óboes, se unen el heliotropo y las calas, escoltadas por las tubas que son las hortensias. Lo dirige todo el limonero, y, escondido en un rincón, el acebo sonríe, taimado, los rizos punzantes de sus hojas. Esta mañana ha venido a visitarnos una libélula que me apresuré a fotografiar mientras descansaba en el umbral, junto a la imagen de la Virgen de Covadonga de piedra artesanal con que me agradeció un cliente, que la talló personalmente, que no lograse el casero echarlo de su vivienda. Disfruto con la versión de los conciertos de Brandemburgo que interpreta a ritmo de jazz Jacques Loussier con su trío.

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