Tiendo la mano
para tocar tu cuerpo, que no está,
y, de nuevo,
envejezco, ahora en un solo instante
como si nunca hubiera sido ayer y un largo
espacio de soledad
no fuera sino el tiempo
de cuando no lo había y ambos fuimos
sólo proyecto,
luego fallido por aquella torpeza adolescente.
Era todavía
y te buscaba ya, necesitado,
es ya
y cuando todo hubiera
debido
ocurrir,
extiendo
mi mano
y es pasado, lo que debió haber sido
y no fue nunca
futuro.
¿Dónde suicidamos,
cuándo,
la trayectoria de una vida imposible?
¿Dónde quedó,
cuándo,
ensimismado, nuestro sueño?
Tiendo la mano, y de nuevo
me engañan
el recuerdo de la imaginación de tu figura,
y el de la inminencia
de tu voz.
Dime, por lo menos,
será nuestro secreto,
que todo podría haber sido.
En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 28 de febrero de 2011
domingo, 27 de febrero de 2011
AQUELLA GENERACION
(Decidme, si alguien lo sabe, cuál es la fecha de una generación, si la de su nacimiento, la de su sentido común, la de su mayoría de edad, la de su plenitud o la de su muerte, pero en ese caso ¿cuándo muere una generación? ¿cuándo mueren sus mejores? ¿cuándo sus ilusiones han ardido hasta convertirse en cenizas? ¿cuándo envejecen y pueden contarlo sus supervivientes?
Eramos como fantasmas,
delgados, sucios, ágiles.
Los mayores no tenían tiempo de acordarse
de nosotros.
Nos cuidaban abuelos, tíos, muchachas de servir
recién bajadas
de las brañas. Nosotros
jugamos a la guerra con los moros del tabor
que habían venido a morir y murieron,
a la entrada de Oviedo. Nos daban balas,
nos pasaban piojos,
nos decían no sé qué, en su idioma sin esquinas.
Recorríamos las caleyas, nos colgábamos
de la ladera del monte y hacíamos
a pedrada limpia,
nuestra imitaciones de la guerra.
Tuvimos fusiles, ametralladoras y cañones
de madera, cascos
de cartón, soldaditos de plomo,
mucho antes
que libros, lecciones o consejos.
Aprendimos el mapa de la Patria,
escríbase Patria con mayúscula de respeto,
en aquél que tenía el abuelo
en la rebotica,
pinchado de banderas unidas con un cordón azul.
había dos pedazos de Patria,
como el yin y el yang, uno a cada lado
del cordoncillo azul que unía,
como un lindero,
como una línea de separación,
como una frontera,
y a la vez separaba
dos trozos de Patria. El cordoncillo azul
marcaba las bocas de las andanas
de cañones,
de ametralladoras,
de fusiles de verdad, de los que no hablan,
cuando hablan, rugen, crepitan,
más
que
palabras
de
muerte.
¿Qué pasa? –preguntábamos-
Nadie se paraba a contestarnos,
decirnos,
explicarnos.
Pero algo nos había dejado en primera línea del viento,
abandonados a nuestro capricho,
a la imaginación desbocada de los niños.
Mañana –nos decíamos unos a otros-
tendremos que ir a esa guerra.
Nuestro futuro, nuestro mundo, lo que quedaba del mundo
era
la guerra que nos esperaba, el lugar
marcado por el cordoncillo azul, que cada día
iba moviéndose un poco, estremeciéndose,
llamándonos, como una danzarina,
a la danza macabra de que pocas, pero alguna vez,
volvían, por un momento nuestro hermanos mayores,
nuestros padres,
barbudos y cansados, cargados de piojos,
hambrientos,
con los ojos muertos
y las manos, en cambio, temblorosas,
llenas de la ternura de cada caricia.
Un día, cuando ya habían muerto los mejores,
casi todos héroes,
los más valientes y entusiastas del conflicto, nos dijeron
que había llegado,
estallado, escribió mucho después Gironella,
la paz.
Había que estrenar pupitre,
ingresar en el Instituto, las escaseces y el silencio,
mientras los avisados
inventaban un modo de hacerse ricos
que llamaron
con el divertido nombre de estraperlo.
El abuelo puso una bandera tapando el mapa,
levanté una esquina y no había ni alfileres ni banderitas
ni cordoncillo azul. Abuelo …
-Mejor no preguntes, me dijo,
ahora todo son piedras y ceniza
y malos recuerdos,
si se pregunta o se mira atrás. Ahora
está amaneciendo, no hay más posibilidad
de vivir, que mirar al futuro, aprender
una palabra provisional, que es
sobrevivir.
Y sobrevivimos y estalló otra guerra,
y nos preguntamos de nuevo,
sobrecogidos,
adolescentes,
si tendríamos que ir, pero no.
Nuestra guerra fue otra, ir recomponiendo,
estudiando a trancas y barrancas los libros permitidos
y a hurtadillas los prohibidos.
Haciéndonos nuestra propia idea
del mundo, de la sociedad, de las cosas.
Me niego a contar
el final de la historia. Sólo os diré
que ahora, los niños aquellos,
somos, no sé si los más o los menos afortunados,
pienso que los más,
por haber sobrevivido a pesar de todo,
unos octogenarios
que echamos nuestras cuentas
desde el lindero de, una tras otra todas las peores
guerras –por ahora las peores-
de la historia del la humanidad sobre la tierra
y no nos salen,
no encontramos,
por más que rebuscamos una y otra vez,
con la tenacidad y la paciencia insistente de los necios.
dónde está el error,
dónde hubo un camino, una trocha, una vereda
que deberíamos
haber tomado para encontrar
la tierra prometida que busca
cada generación,
todas, me atrevo a suponer,
con la mejor voluntad,
desde hace tanto tiempo,
a costa de tanto esfuerzo,
cansancio,
sudor, y
quiero creer y creo
que amor.
(Decidme, si alguien lo sabe, cuál es la fecha de una generación, si la de su nacimiento, la de su sentido común, la de su mayoría de edad, la de su plenitud o la de su muerte, pero en ese caso ¿cuándo muere una generación? ¿cuándo mueren sus mejores? ¿cuándo sus ilusiones han ardido hasta convertirse en cenizas? ¿cuándo envejecen y pueden contarlo sus supervivientes?
Eramos como fantasmas,
delgados, sucios, ágiles.
Los mayores no tenían tiempo de acordarse
de nosotros.
Nos cuidaban abuelos, tíos, muchachas de servir
recién bajadas
de las brañas. Nosotros
jugamos a la guerra con los moros del tabor
que habían venido a morir y murieron,
a la entrada de Oviedo. Nos daban balas,
nos pasaban piojos,
nos decían no sé qué, en su idioma sin esquinas.
Recorríamos las caleyas, nos colgábamos
de la ladera del monte y hacíamos
a pedrada limpia,
nuestra imitaciones de la guerra.
Tuvimos fusiles, ametralladoras y cañones
de madera, cascos
de cartón, soldaditos de plomo,
mucho antes
que libros, lecciones o consejos.
Aprendimos el mapa de la Patria,
escríbase Patria con mayúscula de respeto,
en aquél que tenía el abuelo
en la rebotica,
pinchado de banderas unidas con un cordón azul.
había dos pedazos de Patria,
como el yin y el yang, uno a cada lado
del cordoncillo azul que unía,
como un lindero,
como una línea de separación,
como una frontera,
y a la vez separaba
dos trozos de Patria. El cordoncillo azul
marcaba las bocas de las andanas
de cañones,
de ametralladoras,
de fusiles de verdad, de los que no hablan,
cuando hablan, rugen, crepitan,
más
que
palabras
de
muerte.
¿Qué pasa? –preguntábamos-
Nadie se paraba a contestarnos,
decirnos,
explicarnos.
Pero algo nos había dejado en primera línea del viento,
abandonados a nuestro capricho,
a la imaginación desbocada de los niños.
Mañana –nos decíamos unos a otros-
tendremos que ir a esa guerra.
Nuestro futuro, nuestro mundo, lo que quedaba del mundo
era
la guerra que nos esperaba, el lugar
marcado por el cordoncillo azul, que cada día
iba moviéndose un poco, estremeciéndose,
llamándonos, como una danzarina,
a la danza macabra de que pocas, pero alguna vez,
volvían, por un momento nuestro hermanos mayores,
nuestros padres,
barbudos y cansados, cargados de piojos,
hambrientos,
con los ojos muertos
y las manos, en cambio, temblorosas,
llenas de la ternura de cada caricia.
Un día, cuando ya habían muerto los mejores,
casi todos héroes,
los más valientes y entusiastas del conflicto, nos dijeron
que había llegado,
estallado, escribió mucho después Gironella,
la paz.
Había que estrenar pupitre,
ingresar en el Instituto, las escaseces y el silencio,
mientras los avisados
inventaban un modo de hacerse ricos
que llamaron
con el divertido nombre de estraperlo.
El abuelo puso una bandera tapando el mapa,
levanté una esquina y no había ni alfileres ni banderitas
ni cordoncillo azul. Abuelo …
-Mejor no preguntes, me dijo,
ahora todo son piedras y ceniza
y malos recuerdos,
si se pregunta o se mira atrás. Ahora
está amaneciendo, no hay más posibilidad
de vivir, que mirar al futuro, aprender
una palabra provisional, que es
sobrevivir.
Y sobrevivimos y estalló otra guerra,
y nos preguntamos de nuevo,
sobrecogidos,
adolescentes,
si tendríamos que ir, pero no.
Nuestra guerra fue otra, ir recomponiendo,
estudiando a trancas y barrancas los libros permitidos
y a hurtadillas los prohibidos.
Haciéndonos nuestra propia idea
del mundo, de la sociedad, de las cosas.
Me niego a contar
el final de la historia. Sólo os diré
que ahora, los niños aquellos,
somos, no sé si los más o los menos afortunados,
pienso que los más,
por haber sobrevivido a pesar de todo,
unos octogenarios
que echamos nuestras cuentas
desde el lindero de, una tras otra todas las peores
guerras –por ahora las peores-
de la historia del la humanidad sobre la tierra
y no nos salen,
no encontramos,
por más que rebuscamos una y otra vez,
con la tenacidad y la paciencia insistente de los necios.
dónde está el error,
dónde hubo un camino, una trocha, una vereda
que deberíamos
haber tomado para encontrar
la tierra prometida que busca
cada generación,
todas, me atrevo a suponer,
con la mejor voluntad,
desde hace tanto tiempo,
a costa de tanto esfuerzo,
cansancio,
sudor, y
quiero creer y creo
que amor.
Que si el fulano y la fulana se han enamorado, han roto, se han divorciado, se entienden, se pelean, se besan apasionadamente, se malmiran, disputan acerca del cuidado de sus hijos, los del otro matrimonio, los del otro y cada pensión compensatoria, que se paga, se deja de pagar, se retrasa, no se pone al día, van a la tele, se envían mensajes, se ponen a parir, como no digan dueñas, se reconcilian en secreto, se hablan, dicen y desdicen, son o dejan de ser homosexuales, heterosexuales, mitad y mitad o vaya usted a saber. Este es el meollo actual de toda una serie de programas, programillas, programazos, entrevistas.
No se queje, yo no lo hago. Disfruto dándole al botón del mando a distancia, invento maravilloso, lindando con lo sublime, que permite borrar o expulsar del entorno propio la banalidad ajena, sus miserias, lo pudendo que no esconden. Me recuerdan al niño que había en cada curso de cada colegio, que refería, el muy paranoinfantiloide todas las desgracias a que a él no le disculpaba nadie, al revés, no le ayudaba nadie, al revés, mientras que para otros todos eran mieles, miel sobre hojuelas, parabienes, facilidades, favores y privilegios. Crasa injusticia, siendo él, como sin duda propia era, el mejor, fracasado porque había una conspiración, todos contra su persona, sus actividades, sus aciertos y demás favores que hacía al mundo en general y a su curso en particular por el simple sencillo hecho de existir, ser y estar entre nosotros. Me cisco en su estampa, que para colmo no se había inventado el mando a distancia y había que soportarlo con estoicismo de paciencia reforzada para evitar la frecuente tentación de asestarle un garrotazo en el occipucio.
Queda sin embargo la preocupación por toda esa hermosa gente indefensa ante el televisor, encandilada, absorta, convencida de que eso es lo que hacen los famosos, en eso consiste el vivir, que los “famosos” son ejemplares.
¡Qué espantoso, el día que, como ocurrió con el cine durante tanto tiempo, lo que cuentan en la pequeña pantalla se llegue a considerar papel pautado para la vida del espectador cogido de improviso, todavía, por demasiado joven o por desinformado, incauto o que, como consecuencia de la disolución del concepto de familia y su generalizada dispersión, llegue a pensar que lo que puede sustituirla como alambique, modelo, libro de instrucciones de conducta social es esta contracultura de la más impúdica banalidad.
No me venga usted a contar el cuento de la mojigatería, que podría, pero no estoy escribiendo hoy y aquí desde una perspectiva moral, ni desde las consideraciones éticas de la cuestión. Me limito a opinar acerca del aspecto banal de la basura, la idiocia que refleja cada secuencia reiterada, multiplicada, promulgada por un programa tras otro, seguido de tandas de entrevistas y fabulaciónes propias de correveidiles, celestinas y trotaconventos.
Hay días en que o eso o futbol ultradefensivo y somnífero, celuloide rancio más que repetido o una de las series propias o extrañas donde descubres que se ha reinventado la historia que conocías y ahora te informarán de otra que al parecer ocurría mientras tú y yo dormíamos o habíamos ido precisamente ese día a otro rincón de soledades y olvidos. Son series a la proyección de cuyas secuencias puedes faltar semanas enteras y a tu regreso recuperar el hilo aún, porque están rodadas como a cámara lenta y repitan cada aseveración para así tratar de corregir cualquier idea que te hubiese podido quedar clara de lo que en realidad vivimos, nuestra azacaneada, batido, estrujada generación, de quienes cuando en 1936 el mundo se hizo pedazos y nuestros padres y hermanos mayores se enfrentaron, zurraron, hirieron y mataron con sangriento entusiasmo y horrible saña, teníamos alrededor de los siete años que entonces se decía que eran la edad de llegar al umbral del sentido común.
No se queje, yo no lo hago. Disfruto dándole al botón del mando a distancia, invento maravilloso, lindando con lo sublime, que permite borrar o expulsar del entorno propio la banalidad ajena, sus miserias, lo pudendo que no esconden. Me recuerdan al niño que había en cada curso de cada colegio, que refería, el muy paranoinfantiloide todas las desgracias a que a él no le disculpaba nadie, al revés, no le ayudaba nadie, al revés, mientras que para otros todos eran mieles, miel sobre hojuelas, parabienes, facilidades, favores y privilegios. Crasa injusticia, siendo él, como sin duda propia era, el mejor, fracasado porque había una conspiración, todos contra su persona, sus actividades, sus aciertos y demás favores que hacía al mundo en general y a su curso en particular por el simple sencillo hecho de existir, ser y estar entre nosotros. Me cisco en su estampa, que para colmo no se había inventado el mando a distancia y había que soportarlo con estoicismo de paciencia reforzada para evitar la frecuente tentación de asestarle un garrotazo en el occipucio.
Queda sin embargo la preocupación por toda esa hermosa gente indefensa ante el televisor, encandilada, absorta, convencida de que eso es lo que hacen los famosos, en eso consiste el vivir, que los “famosos” son ejemplares.
¡Qué espantoso, el día que, como ocurrió con el cine durante tanto tiempo, lo que cuentan en la pequeña pantalla se llegue a considerar papel pautado para la vida del espectador cogido de improviso, todavía, por demasiado joven o por desinformado, incauto o que, como consecuencia de la disolución del concepto de familia y su generalizada dispersión, llegue a pensar que lo que puede sustituirla como alambique, modelo, libro de instrucciones de conducta social es esta contracultura de la más impúdica banalidad.
No me venga usted a contar el cuento de la mojigatería, que podría, pero no estoy escribiendo hoy y aquí desde una perspectiva moral, ni desde las consideraciones éticas de la cuestión. Me limito a opinar acerca del aspecto banal de la basura, la idiocia que refleja cada secuencia reiterada, multiplicada, promulgada por un programa tras otro, seguido de tandas de entrevistas y fabulaciónes propias de correveidiles, celestinas y trotaconventos.
Hay días en que o eso o futbol ultradefensivo y somnífero, celuloide rancio más que repetido o una de las series propias o extrañas donde descubres que se ha reinventado la historia que conocías y ahora te informarán de otra que al parecer ocurría mientras tú y yo dormíamos o habíamos ido precisamente ese día a otro rincón de soledades y olvidos. Son series a la proyección de cuyas secuencias puedes faltar semanas enteras y a tu regreso recuperar el hilo aún, porque están rodadas como a cámara lenta y repitan cada aseveración para así tratar de corregir cualquier idea que te hubiese podido quedar clara de lo que en realidad vivimos, nuestra azacaneada, batido, estrujada generación, de quienes cuando en 1936 el mundo se hizo pedazos y nuestros padres y hermanos mayores se enfrentaron, zurraron, hirieron y mataron con sangriento entusiasmo y horrible saña, teníamos alrededor de los siete años que entonces se decía que eran la edad de llegar al umbral del sentido común.
sábado, 26 de febrero de 2011
Rebusco, esta tarde, entre mis recuerdos, una persona amiga. Me acuerdo de ti, cierro los ojos y estamos charlando amigablemente en la vieja solana de las maderas desgastadas que se asoma a un patio. Arriba, el cielo es azul. No sé si pasarán hilachas de nube. Hablamos de proyectos, de pintura, de literatura … Pero no trato de recordar. Me basta haberte encontrado, suponerte como será ahora, otra persona anciana, como yo. Porque no es de literatura, ni de pintura, ni de música, ni de Derecho, ni de sociología, de lo que hablaremos hoy, ahora, que tengo que llevar la conversación solo y convertirme en el que habla y el que escucha, pero escuchando tú y tal vez respondiendo aunque no sea más que como un eco, ya que tendré que improvisar una voz para que tu recuerdo me diga lo que n o dirás en realidad, sino yo supondré.
Se nota, esto de la vejez, ¿verdad? Hoy mismo, que cambió el tiempo, roló el viento del nordeste al noroeste y viene lluvia en el vientre henchido de las grandes nubes veleras y renegridas, que vienen de más allá de Finisterre, de donde, si es verdad que es el final de la tierra, no hay nada conocido, por más que digan las leyendas que muy lejos, el mar se vuelve prado. Lo cierto es que el mudar el viento, cambió el tiempo, viene la lluvia menuda y duele la espalda, falla una rodilla y, como además están arreglando la calle y hay que pasar cuesta arriba y abajo por entre el barro y los pedruscos, duelen también los pies, incluso cuando llegas a casa, descansas.
Viene el suplemento dominical de uno de los periódicos lleno de gente que dice que no se jubila porque trabajar le gusta, lo entretiene, le permite sentirse vivo. Todos, ellos y ellas, son más jóvenes que nosotros. Es divertido. ¿Tú trabajas aún? Tal vez ni sobrevivas, pero sí, hace poco supe que sobrevivías, y, por lo que pude suponer, en soledad, en tu ciudad. Siempre hay que dejar la ciudad, el lugar de los juegos de niño y de las turbulencias de la primera adolescencia, para estudiar o para trabajar. Y menos mal cuando se encuentra alguien como tú y es posible hablar de lo que no diré que entonces nos gustaba, que estábamos empezando a formar las personas, buenas o malas, que luego fuimos, sino de lo que llamaba nuestra atención. Cierro los ojos, somos como en el momento que recuerdo y sé que opinamos en algún momento que podría ser verdad lo que decía no sé qué autor acerca de que cuando dos personas se relacionan en este momento, esa relación, aunque hayamos cambiado después hasta esto que somos, dura toda la vida.
Lo que pasa es que si luego nos hubiésemos vuelto a ver habríamos destruido el recuerdo primero. En el recuerdo de quienes nos conocieron, iremos como fuimos, hasta que cualquier reencuentro cambia la imagen de la persona recordada.
Animo. Falta poco para que sea primavera.
Cambiará el tiempo, claro, una y otra vez. Antes … ¿qué más daba?, ¿qué más daba antes que el camino fuese cuesta arriba o abajo? Es el precio de la supervivencia. De haber podido asomarnos, como lo estamos, al futuro. Deslumbrante. ¿Es apasionante la palabra? ¡Quien nos iba a decir que las cosas eran como fueron y son! Pero no hay queja, ¿no es verdad?, mejor haber venido a ciegas, inventando, trabajando el camino. Yo no me jubilé. Sigo haciendo lo mismo. Ahora, ay, mucho más despacio. Me sigue gustando aprender. Nuestra conversación podría ser ahora más interesante. Y sin embargo, ya ves. Perdemos el tiempo hablando de los dolores de espalda, el cansancio, la vejez.
Se nota, esto de la vejez, ¿verdad? Hoy mismo, que cambió el tiempo, roló el viento del nordeste al noroeste y viene lluvia en el vientre henchido de las grandes nubes veleras y renegridas, que vienen de más allá de Finisterre, de donde, si es verdad que es el final de la tierra, no hay nada conocido, por más que digan las leyendas que muy lejos, el mar se vuelve prado. Lo cierto es que el mudar el viento, cambió el tiempo, viene la lluvia menuda y duele la espalda, falla una rodilla y, como además están arreglando la calle y hay que pasar cuesta arriba y abajo por entre el barro y los pedruscos, duelen también los pies, incluso cuando llegas a casa, descansas.
Viene el suplemento dominical de uno de los periódicos lleno de gente que dice que no se jubila porque trabajar le gusta, lo entretiene, le permite sentirse vivo. Todos, ellos y ellas, son más jóvenes que nosotros. Es divertido. ¿Tú trabajas aún? Tal vez ni sobrevivas, pero sí, hace poco supe que sobrevivías, y, por lo que pude suponer, en soledad, en tu ciudad. Siempre hay que dejar la ciudad, el lugar de los juegos de niño y de las turbulencias de la primera adolescencia, para estudiar o para trabajar. Y menos mal cuando se encuentra alguien como tú y es posible hablar de lo que no diré que entonces nos gustaba, que estábamos empezando a formar las personas, buenas o malas, que luego fuimos, sino de lo que llamaba nuestra atención. Cierro los ojos, somos como en el momento que recuerdo y sé que opinamos en algún momento que podría ser verdad lo que decía no sé qué autor acerca de que cuando dos personas se relacionan en este momento, esa relación, aunque hayamos cambiado después hasta esto que somos, dura toda la vida.
Lo que pasa es que si luego nos hubiésemos vuelto a ver habríamos destruido el recuerdo primero. En el recuerdo de quienes nos conocieron, iremos como fuimos, hasta que cualquier reencuentro cambia la imagen de la persona recordada.
Animo. Falta poco para que sea primavera.
Cambiará el tiempo, claro, una y otra vez. Antes … ¿qué más daba?, ¿qué más daba antes que el camino fuese cuesta arriba o abajo? Es el precio de la supervivencia. De haber podido asomarnos, como lo estamos, al futuro. Deslumbrante. ¿Es apasionante la palabra? ¡Quien nos iba a decir que las cosas eran como fueron y son! Pero no hay queja, ¿no es verdad?, mejor haber venido a ciegas, inventando, trabajando el camino. Yo no me jubilé. Sigo haciendo lo mismo. Ahora, ay, mucho más despacio. Me sigue gustando aprender. Nuestra conversación podría ser ahora más interesante. Y sin embargo, ya ves. Perdemos el tiempo hablando de los dolores de espalda, el cansancio, la vejez.
viernes, 25 de febrero de 2011
Viajo, algún tiempo dormido, por Asturias, León, Castilla, otra Castilla y Madrid. Están florecidos los ciruelos y los almendros. Total, a distancia de un mes, acecha la primavera. Está brotado, alrededor de la Mota del Marqués, el trigo. Las cigüeñas han repoblado sus nidos de lo alto de las torres de los tendidos de alta tensión. Les importa un comino el peligro. No hay ninguna, que veamos, achicharrada al pie de ninguno de los tendidos, ni siquiera un cigoñino de los que hay que presumir indefensos, recién llegados como están a este baqueteado mundo repleto de peligros.
Madrid, aún a pleno sol, tiene un no sé qué de nostalgia de sí mismo, de cuando parecía una postal, con una verbena en cada esquina y la posibilidad, dentro de poco de que apareciesen las violeteras o don Hilarión acudiese con su morena y su rubia. El sol, al caer, se llena de polvo de luz apagada, de luz hecha ceniza aparentemente impalpable. Se advierte a la crispada, cuando se roza, que en vez de pedir perdón con una sonrisa, se encrespa y pregunta por qué te has rozado con él o con ella. Por casualidad, paso al lado de dos mujeres que discuten y de nuevo me maravilla la facilidad y rapidez con que han asimilado el lenguaje de los hombres. Una le llega a decir a la otra que le toque los cojones, y ni alguna de ellas se echa a reír, ni lo hace ninguno de los que se cruzan y detienen un poco el paso con la esperanza, me temo, de que la sangre llegue al río y se produzca un todavía más pintoresco espectáculo.
De pronto, casi oculto ya el sol, se produce un curioso fenómeno, el cielo se tiñe de oro por el oeste y de rojo intenso por el este. Dura un momento, luego, el rojo cede y el dorado se apaga como el final de un suspiro y se enciende el lucero vespertino, vigilando que todo esté en orden. Adivino en el hotel donde pasaré la noche, donde soy cliente ya muy viejo, síntomas de decadencia. Todo, pienso, envejece. ¿O seré yo, que como ando más despacio, detengo más la mirada en los detalles?
Madrid, aún a pleno sol, tiene un no sé qué de nostalgia de sí mismo, de cuando parecía una postal, con una verbena en cada esquina y la posibilidad, dentro de poco de que apareciesen las violeteras o don Hilarión acudiese con su morena y su rubia. El sol, al caer, se llena de polvo de luz apagada, de luz hecha ceniza aparentemente impalpable. Se advierte a la crispada, cuando se roza, que en vez de pedir perdón con una sonrisa, se encrespa y pregunta por qué te has rozado con él o con ella. Por casualidad, paso al lado de dos mujeres que discuten y de nuevo me maravilla la facilidad y rapidez con que han asimilado el lenguaje de los hombres. Una le llega a decir a la otra que le toque los cojones, y ni alguna de ellas se echa a reír, ni lo hace ninguno de los que se cruzan y detienen un poco el paso con la esperanza, me temo, de que la sangre llegue al río y se produzca un todavía más pintoresco espectáculo.
De pronto, casi oculto ya el sol, se produce un curioso fenómeno, el cielo se tiñe de oro por el oeste y de rojo intenso por el este. Dura un momento, luego, el rojo cede y el dorado se apaga como el final de un suspiro y se enciende el lucero vespertino, vigilando que todo esté en orden. Adivino en el hotel donde pasaré la noche, donde soy cliente ya muy viejo, síntomas de decadencia. Todo, pienso, envejece. ¿O seré yo, que como ando más despacio, detengo más la mirada en los detalles?
domingo, 20 de febrero de 2011
Mundoloco, eso es lo que a mí me parece éste del facebook o comoquiera que se escriba, ya me entendéis. Un diálogo de besugos trufado, con el invento añadido de irte avisando de que la gente, tus amigos, van cumpliendo años. ¡Como si fuera para celebrarlo! Una gente estupenda, pletórica de ilusiones y sentido del humos, que se va mustiando con el paso del tiempo, que todo lo domina, doma, erosiona y acaba y luego te dicen que así se acaban las glorias de este mundo y santas pascuas.
Estuve ayer, dale que dale, metiendo la nariz por algunos de los entresijos del mundoloco ese que digo y divierte, pero no ofrece continuidad ni coherencia. De repente, aquí te dicen que no puedes escribir más que no sé qué número letras, allá te explican que una cosa es un comentario y otra una nota, que la nota puede ser más larga, y por qué y para qué, si lo que pretendes decir ha de decirse a tu modo, con tu extensión, puede que excesiva, pero todo el mundo sabe que cuando no se tiene razón, pongo por ejemplo, han de usarse muchas más letras, palabras y frases para tratar de envolver a tus contradictores en el sofisma y el engaño de apariencias que los traigan a tu riego.
¿No es lo que hacemos a veces? Nos damos cuenta de que no tenemos razón, de que tiene muchas y mejores el que te contradice, pero ¿quién convence al amor propio y al subconsciente de uno de que debe plegar velas y retornar al puerto donde se cuecen las rectificaciones? ¿Quién es el virtuoso espécimen que reconoce haberse equivocado y sin más decide rectificar? Los habrá, no digo que no, pero la experiencia me avisa de lo contrario.
Leo tres libros a la vez y el más banal es el más entretenido. Hay otro que me asombra al ver cómo su autor se erige en medidor del comportamiento de sus semejantes, a los que trata de poner en sendos tarros, probetas y placas de microscopio como si él pudiera permanecer mirando desde fuera el espectáculo. Patético esfuerzo por desentenderse de las responsabilidades, so pretexto de tener fórmulas esotéricas que resolverían los problemas de nuestra sociedad, su espacio y su tiempo. El tercero es una biografía y el biógrafo, audaz, cuando relata los hechos concernientes a su biografiado, se permite la añadidura de lo que dicho biografiado pensaba cuando hizo o le hicieron determinadas cosas. Bueno. La calidad y el desparpajo permiten deslices de cuyas consecuencias debe tratar de defenderse el lector con subrayados y acotaciones en los márgenes.
Estuve ayer, dale que dale, metiendo la nariz por algunos de los entresijos del mundoloco ese que digo y divierte, pero no ofrece continuidad ni coherencia. De repente, aquí te dicen que no puedes escribir más que no sé qué número letras, allá te explican que una cosa es un comentario y otra una nota, que la nota puede ser más larga, y por qué y para qué, si lo que pretendes decir ha de decirse a tu modo, con tu extensión, puede que excesiva, pero todo el mundo sabe que cuando no se tiene razón, pongo por ejemplo, han de usarse muchas más letras, palabras y frases para tratar de envolver a tus contradictores en el sofisma y el engaño de apariencias que los traigan a tu riego.
¿No es lo que hacemos a veces? Nos damos cuenta de que no tenemos razón, de que tiene muchas y mejores el que te contradice, pero ¿quién convence al amor propio y al subconsciente de uno de que debe plegar velas y retornar al puerto donde se cuecen las rectificaciones? ¿Quién es el virtuoso espécimen que reconoce haberse equivocado y sin más decide rectificar? Los habrá, no digo que no, pero la experiencia me avisa de lo contrario.
Leo tres libros a la vez y el más banal es el más entretenido. Hay otro que me asombra al ver cómo su autor se erige en medidor del comportamiento de sus semejantes, a los que trata de poner en sendos tarros, probetas y placas de microscopio como si él pudiera permanecer mirando desde fuera el espectáculo. Patético esfuerzo por desentenderse de las responsabilidades, so pretexto de tener fórmulas esotéricas que resolverían los problemas de nuestra sociedad, su espacio y su tiempo. El tercero es una biografía y el biógrafo, audaz, cuando relata los hechos concernientes a su biografiado, se permite la añadidura de lo que dicho biografiado pensaba cuando hizo o le hicieron determinadas cosas. Bueno. La calidad y el desparpajo permiten deslices de cuyas consecuencias debe tratar de defenderse el lector con subrayados y acotaciones en los márgenes.
viernes, 18 de febrero de 2011
Contar una historia, cierta o no, no tiene por qué hacerse de modo incoherente. Las historias fluyen, cierto es, con aluvión y concurrencia de aguas y arrastres que vienen de aguas arriba, donde está el pasado, y van aguas abajo, donde está la desembocadura de la mar. Lo que no me gusta es que traten de inventarse dislocaciones del tiempo y el espacio, no porque sea ni siquiera parezca conveniente para la claridad de lo que se cuenta, sino para artificialidad, llamada de atención, sorpresa desconcertada del lector. Los jurados, luego, me desautorizan y dan premios inconcebibles. Van, sin acabar de ser leídos, al rincón oscuro del desván. Donde el montón, cada vez más alto, de que sólo un paciente rebuscador de olvidos los sacará y salvará tal vez del definitivo olvido.
Llueve un latigazo de invierno y la calle, en obras, se convierte en un lodazal. Allí se mete mi perrilla de agua blanca, por naturaleza, como la nieve, y sale como no digan dueñas. Y viene, tierna y afectuosa como es, a ponerme las patas en el jersey y los pantalones y al final, los dos, ella y yo, parecemos comandos camuflados en misión especial, que para más INRI, al llegar a casa, vamos dejando por las habitaciones la evidencia de nuestro paso.
Al hablar del frío se me viene a la memoria la vertiginosa ascensión del precio del gasóleo. Una nota más que añadir a la vacilante andadura del ciudadano consumidor, sucesivamente aconsejado para que use lo que en cuanto se usa sube de precio y empuja contra las cuerdas económicas a los más pobres. Los más pobres tienen que aguzar el ingenio para sobrevivir. Cuando se les agota o cuando envejecen, los más pobres se angustian más y más, delimitados en su actuación, en su vida, por los precios. He oído decir que hay quien opina que algún día podrá bajar algún precio. Tal vez. Durante las rebajas. Otro día hablaremos de las rebajas. No lo prometo porque da mucha pena.
Llueve un latigazo de invierno y la calle, en obras, se convierte en un lodazal. Allí se mete mi perrilla de agua blanca, por naturaleza, como la nieve, y sale como no digan dueñas. Y viene, tierna y afectuosa como es, a ponerme las patas en el jersey y los pantalones y al final, los dos, ella y yo, parecemos comandos camuflados en misión especial, que para más INRI, al llegar a casa, vamos dejando por las habitaciones la evidencia de nuestro paso.
Al hablar del frío se me viene a la memoria la vertiginosa ascensión del precio del gasóleo. Una nota más que añadir a la vacilante andadura del ciudadano consumidor, sucesivamente aconsejado para que use lo que en cuanto se usa sube de precio y empuja contra las cuerdas económicas a los más pobres. Los más pobres tienen que aguzar el ingenio para sobrevivir. Cuando se les agota o cuando envejecen, los más pobres se angustian más y más, delimitados en su actuación, en su vida, por los precios. He oído decir que hay quien opina que algún día podrá bajar algún precio. Tal vez. Durante las rebajas. Otro día hablaremos de las rebajas. No lo prometo porque da mucha pena.
martes, 15 de febrero de 2011
Habrá, en el plan de la creación, prevista
una especie
para sustituirnos. El buen padre Dios
ganó experiencia,
al crearnos
y tener, en seguida, que redimirnos de nuestras culpas.
La otra especie, que espera su turno,
será, es posible, tan avisada
que su hembra básica no comerá del árbol.
¿O se repetirá,
cada vez,
la misma historia,
cualquiera que sea la figura de los protagonistas?
Tal vez,
cualquiera que sea la especie
a que el buen padre Dios conceda el privilegio
de saber que está viva,
el precio
de ese conocimiento será, como una planta parásita,
la posibilidad de embarrar su luz.
Tal vez
seamos un campo de batalla. Cada uno
de nosotros un inconmensurable campo de batalla,
un alambique,
donde todo lo creado
tiene que convertirse en doloroso esfuerzo
para irnos convirtiendo
en gotas de algo transparente
para que la luz, en su día,
nos atraviese y pueda remansar
en la quietud de su esencia.
una especie
para sustituirnos. El buen padre Dios
ganó experiencia,
al crearnos
y tener, en seguida, que redimirnos de nuestras culpas.
La otra especie, que espera su turno,
será, es posible, tan avisada
que su hembra básica no comerá del árbol.
¿O se repetirá,
cada vez,
la misma historia,
cualquiera que sea la figura de los protagonistas?
Tal vez,
cualquiera que sea la especie
a que el buen padre Dios conceda el privilegio
de saber que está viva,
el precio
de ese conocimiento será, como una planta parásita,
la posibilidad de embarrar su luz.
Tal vez
seamos un campo de batalla. Cada uno
de nosotros un inconmensurable campo de batalla,
un alambique,
donde todo lo creado
tiene que convertirse en doloroso esfuerzo
para irnos convirtiendo
en gotas de algo transparente
para que la luz, en su día,
nos atraviese y pueda remansar
en la quietud de su esencia.
lunes, 14 de febrero de 2011
Miras alrededor y se desviven, pero descubres al poco, que se están esforzando por demostrarte el cariño diluido por el tiempo y las circunstancias. No te da pena. Te vacía. Ya estás en la balda, como un adorno en que nadie se fija, un libro que nadie leerá hasta sabe Dios cuándo. Eres una pieza, y gracias, del paisaje. Lo hiciste antes, y es probable que debamos pagar una parte de nuestras deudas, ya que son tantas y tan evidentes. Revives, ahora del lado malo, una historia tan vieja como el mundo. Y agradece a la casualidad que tienes muchas aficiones, que es probable que no ejerzas, pero sirven de consuelo porque piensas que ahora mismo podrías refugiarte en aquel rincón semisecreto y releer un libro, escuchar una melodía que recuerdas, volver a ver alguna de las películas almacenadas en cintas que quizá se pudrirán o secarán o no sé qué les pasa a las cintas viejas, de técnicas abandonadas. Se abandona la basura cada vez más nueva. Mudan los gustos y las ofertas se multiplican.
Uno de los libros de historia de mi lejano bachillerato recuerdo que decía que San Isidoro de Sevilla era “un compendio del saber de su tiempo”. Tremendo tiempo aquél en que una sola persona podía saber tanto que otros podían figurarse que lo sabía todo.
Hoy, cada día, una multitud rebusca, encuentra, prueba, idea sin cesar.
Y los viejos, en cada rincón, padecemos el temor de irnos disolviendo en la indiferencia. Lo que sabíamos ya no sirve a casi nadie. Se ha renovado. Hasta nuestras batallitas suenan a broma cuando contamos que nos escondíamos de la horrible amenaza de aquellas bombas que apenas derribaban un tabique o que los soldados de aquellos ejércitos llevaban fusiles que repetían cuando más cinco tiros y se encasquillaban con aquella frecuencia.
Para colmo, escuchamos con asombro que cuentan nuestra historia como no fue, y, si nos atrevemos a meter baza, nos desprecian: “¿qué sabes tú?” No sé quién dice que un relato no son más que palabras bien hilvanadas. Y hay quien asegura que con la memoria y el sueño, elabora no sólo leyendas, sino también la historia, el subconsciente.
Fuiste nieto, hijo, hermano, padre, abuelo. Fuiste, además, novio, marido, compartiste, para llegar a vagabundo y tienes, gracias, Señor, aún, tiempo de hacer recuento y triste balance, por compensación, de tus cuentas, que no salen, con tanta ocasión de amar como tuviste.
-¿Por qué, todo, vagabundo?
-No sé, voy
Por entre las notas de esa guitarra que el ordenador echa
Como flores desconocidas, en el aire
Frío
De lindero último del invierno,
Y se fingen polvo de oro,
Particulas
De polvo y luz, bellísimas mentiras,
Pasos de una conversación jamás tenida,
Palabras
Olvidadas
Antes
De que las diga nadie, de que nadie las cante,
Y, poco a poco,
Me voy
Quedando dormido al borde de la alfombra
Que ha desenrollado
La noche
Sobre el rumor incansable del río
Con el que el buen padre Dios insiste
En decir lo que dice
Y tampoco hoy entiendo.
Uno de los libros de historia de mi lejano bachillerato recuerdo que decía que San Isidoro de Sevilla era “un compendio del saber de su tiempo”. Tremendo tiempo aquél en que una sola persona podía saber tanto que otros podían figurarse que lo sabía todo.
Hoy, cada día, una multitud rebusca, encuentra, prueba, idea sin cesar.
Y los viejos, en cada rincón, padecemos el temor de irnos disolviendo en la indiferencia. Lo que sabíamos ya no sirve a casi nadie. Se ha renovado. Hasta nuestras batallitas suenan a broma cuando contamos que nos escondíamos de la horrible amenaza de aquellas bombas que apenas derribaban un tabique o que los soldados de aquellos ejércitos llevaban fusiles que repetían cuando más cinco tiros y se encasquillaban con aquella frecuencia.
Para colmo, escuchamos con asombro que cuentan nuestra historia como no fue, y, si nos atrevemos a meter baza, nos desprecian: “¿qué sabes tú?” No sé quién dice que un relato no son más que palabras bien hilvanadas. Y hay quien asegura que con la memoria y el sueño, elabora no sólo leyendas, sino también la historia, el subconsciente.
Fuiste nieto, hijo, hermano, padre, abuelo. Fuiste, además, novio, marido, compartiste, para llegar a vagabundo y tienes, gracias, Señor, aún, tiempo de hacer recuento y triste balance, por compensación, de tus cuentas, que no salen, con tanta ocasión de amar como tuviste.
-¿Por qué, todo, vagabundo?
-No sé, voy
Por entre las notas de esa guitarra que el ordenador echa
Como flores desconocidas, en el aire
Frío
De lindero último del invierno,
Y se fingen polvo de oro,
Particulas
De polvo y luz, bellísimas mentiras,
Pasos de una conversación jamás tenida,
Palabras
Olvidadas
Antes
De que las diga nadie, de que nadie las cante,
Y, poco a poco,
Me voy
Quedando dormido al borde de la alfombra
Que ha desenrollado
La noche
Sobre el rumor incansable del río
Con el que el buen padre Dios insiste
En decir lo que dice
Y tampoco hoy entiendo.
domingo, 13 de febrero de 2011
Cuando no me entiendas, por favor, dímelo, será que me he perdido en esta nueva babelia del siglo XXi, cuando nada de lo que se dice es lo que parecería, sino lo procedente para complacer a no sabes quién, que bien lo sabe en cambio quien está hablando y hablando. Puede que se hable demasiado, pero la mayor parte de lo que se dice sea ya ininteligible. Entonces es como si creciera el silencio. En lo más hondo de la garrulería, está el silencio absoluto, que, como el cero absoluto, está muy por debajo de simple y sencillamente callarse.
Clama el gentío por la estabilidad. Todo debería ser estable. Nosotros, inamovibles. Nueva paradoja, cuando nada en la vida puede ser estable, cuando todo, constantemente, en algo tan dinámico como la vida de un conjunto como el que formamos con cuanto existe, que no da tregua.
Se nos convoca para otro examen cuando todavía no hemos salido de la burbuja de haber abandonado el aula del anterior y nos tambaleamos por el pasillo en busca de aire fresco. Pero el gentío, si quieres, el pueblo, lo que quiere es “llegar” y acampar, o, si prefieres, aparcar. Empleo estable, felicidad duradera, riqueza a salvo, salud para siempre.
Nuestras vidas son los ríos, y cada río, a lo largo del cauce, pasa por hoces y llanuras, hasta llegar a la indecisión del delta. He oído decir que el Amazonas desemboca con tanto ímpetu y caudal que endulza la mar hasta muy adentro. Hay otros ríos de caudal tan dependiente de los caprichos de las nubes, que llegan casi vacíos, tal vez exhaustos, a la mar, desde que suben largo trecho arriba por el río algunas especies de peces exploradores, como el mújol, perezoso y gregario, que pasa entre las truchas olisqueando el fondo.
¿Y todo esto …?
Es al hilo de un curioso fragmento de un libro intragable que estudié ayer porque lo había escrito un viejo conocido al que admiro y me ha dado la impresión de haberse perdido entre las palabras, como si se estuviera ahogando, pero inconsciente, prisionero de su ego y por ello tan satisfecho como suelen ir hacia el acantilado de sotavento los veleros de cada hombre de genio o cada mujer hermosa, decía Morgan, sin que nos quepa la posibilidad de que nos escuchen, sumidos como van cada cual en su tormenta perfecta.
Clama el gentío por la estabilidad. Todo debería ser estable. Nosotros, inamovibles. Nueva paradoja, cuando nada en la vida puede ser estable, cuando todo, constantemente, en algo tan dinámico como la vida de un conjunto como el que formamos con cuanto existe, que no da tregua.
Se nos convoca para otro examen cuando todavía no hemos salido de la burbuja de haber abandonado el aula del anterior y nos tambaleamos por el pasillo en busca de aire fresco. Pero el gentío, si quieres, el pueblo, lo que quiere es “llegar” y acampar, o, si prefieres, aparcar. Empleo estable, felicidad duradera, riqueza a salvo, salud para siempre.
Nuestras vidas son los ríos, y cada río, a lo largo del cauce, pasa por hoces y llanuras, hasta llegar a la indecisión del delta. He oído decir que el Amazonas desemboca con tanto ímpetu y caudal que endulza la mar hasta muy adentro. Hay otros ríos de caudal tan dependiente de los caprichos de las nubes, que llegan casi vacíos, tal vez exhaustos, a la mar, desde que suben largo trecho arriba por el río algunas especies de peces exploradores, como el mújol, perezoso y gregario, que pasa entre las truchas olisqueando el fondo.
¿Y todo esto …?
Es al hilo de un curioso fragmento de un libro intragable que estudié ayer porque lo había escrito un viejo conocido al que admiro y me ha dado la impresión de haberse perdido entre las palabras, como si se estuviera ahogando, pero inconsciente, prisionero de su ego y por ello tan satisfecho como suelen ir hacia el acantilado de sotavento los veleros de cada hombre de genio o cada mujer hermosa, decía Morgan, sin que nos quepa la posibilidad de que nos escuchen, sumidos como van cada cual en su tormenta perfecta.
sábado, 12 de febrero de 2011
Lo que ha barrido Egipto, una multitud de egipcios, la rebelión –alertaba Ortega, asustado por una obra de que había sido copartícipe-
de las masas, en este caso una masa egipcia, no es su pasado, sino su presente. Y lo ha hecho con la impaciencia con que las masas suelen actuar, una vez se han puesto en marcha, ya imparables, en busca del cauce adecuado, sin más previsión de repuestos que el universal consejo americano, tantas veces erróneo y como consecuencia histórica, errado.
Y ahí está, en mi modesta opinión, el quid del asunto: ¿cuál es el cauce adecuado? Creo que debería abrirse un debate, pero no político, sino filosófico, acerca de si cualquier sistema de organización sociopolítica puede y debe considerarse el mejor para todos y para cualquiera de los pueblos existentes o imaginables en el mundo.
Adelanto como hipótesis primera que no es así, en mi modesta opinión, y que deben tenerse en cuenta las circunstancias de cada caso, es decir, las circunstancias de cada pueblo, para atreverse a opinar respecto del régimen político que podría convenir a su inmediato futuro.
de las masas, en este caso una masa egipcia, no es su pasado, sino su presente. Y lo ha hecho con la impaciencia con que las masas suelen actuar, una vez se han puesto en marcha, ya imparables, en busca del cauce adecuado, sin más previsión de repuestos que el universal consejo americano, tantas veces erróneo y como consecuencia histórica, errado.
Y ahí está, en mi modesta opinión, el quid del asunto: ¿cuál es el cauce adecuado? Creo que debería abrirse un debate, pero no político, sino filosófico, acerca de si cualquier sistema de organización sociopolítica puede y debe considerarse el mejor para todos y para cualquiera de los pueblos existentes o imaginables en el mundo.
Adelanto como hipótesis primera que no es así, en mi modesta opinión, y que deben tenerse en cuenta las circunstancias de cada caso, es decir, las circunstancias de cada pueblo, para atreverse a opinar respecto del régimen político que podría convenir a su inmediato futuro.
Alguien, sin duda impoluto, se lamenta de modo ostensible porque muchos “que tienen antecedentes políticos”, han estado ocupados después en el mundo de lo económico. Otras cuestiones que no comento aparte, que no tienen por qué modificar este comentario mío, es cosa de preguntarse lo que tendrían que haber hecho, tras de vivir su vida y dejar la huella de sus necesarios antecedentes, qué tendrían que haber hecho al abandonar otras dedicaciones anteriores. ¿Dejarse morir? ¿Suicidarse, siquiera fuese de modo metafórico, en orden a cualquier posible dedicación diferente o de distinto signo?
Para carecer de antecedentes tendría, cualquiera, que no haber sido.
Ser de un modo u otro, implica elegir muchas veces, con el único apoyo posible de los principios de cada cual, que se apoyan siempre en sus verdades.
Por desgracia, dirán unos, yo creo que por suerte, el humanismo se caracteriza por la comprensión de que cualquier verdad es provisional y subjetiva. Una persona no es un objeto de museo, clasificable, ni siquiera en su senectud, por sus características culturales.
Por experiencia afirmo que cada día es posible aprender, si se está atento, y cada cosa nueva que se aprende modifica el perfil cultural de cada sujeto.
Un profesional que se comporte y ejerza durante los últimos años de su actividad exactamente igual que los primeros, puede asegurarse que fracasó en el ejercicio de cualquier profesión, y añado sin duda que de cualquier arte y de cualquier artesanía en que ocurra algo parecido.
La vida, insisto, es un camino iniciático, en que cada paso tiene su sentido, su valor, sus motivos, sus consecuencias, y suma o resta en la composición esencial de la personalidad del peregrino, que nunca es el mismo cuando vuelve a casa. Ni siquiera yo, que apenas paseo, soy el mismo al volver a casa, a mi rincón, tras de cada paseo. Ir y vivir, si uno se va fijando, es como vivir una vida más grande o más pequeña.
Para carecer de antecedentes tendría, cualquiera, que no haber sido.
Ser de un modo u otro, implica elegir muchas veces, con el único apoyo posible de los principios de cada cual, que se apoyan siempre en sus verdades.
Por desgracia, dirán unos, yo creo que por suerte, el humanismo se caracteriza por la comprensión de que cualquier verdad es provisional y subjetiva. Una persona no es un objeto de museo, clasificable, ni siquiera en su senectud, por sus características culturales.
Por experiencia afirmo que cada día es posible aprender, si se está atento, y cada cosa nueva que se aprende modifica el perfil cultural de cada sujeto.
Un profesional que se comporte y ejerza durante los últimos años de su actividad exactamente igual que los primeros, puede asegurarse que fracasó en el ejercicio de cualquier profesión, y añado sin duda que de cualquier arte y de cualquier artesanía en que ocurra algo parecido.
La vida, insisto, es un camino iniciático, en que cada paso tiene su sentido, su valor, sus motivos, sus consecuencias, y suma o resta en la composición esencial de la personalidad del peregrino, que nunca es el mismo cuando vuelve a casa. Ni siquiera yo, que apenas paseo, soy el mismo al volver a casa, a mi rincón, tras de cada paseo. Ir y vivir, si uno se va fijando, es como vivir una vida más grande o más pequeña.
viernes, 11 de febrero de 2011
Un rimero de libros. Nórdicos policíacos, policíacos que no son nórdicos, clásicos olvidados, semiclásicos sin aliento, humanismo, un atlas, filosofía.
La filosofía exige rigor cronológico. Si no te atienes a él, estarás, al poco, dando tumbos entre superaciones de ideas y sus renovaciones. Los semiclásicos digo que resuellan porque no les da, el que les queda, más que para tratar cada poco de inhalar, hondo, oxígeno. Y entre eso y que no es posible declarar clásico a nadie hasta que pasen cien años de su obra, momento hasta que nos habrá sido imposible sobrevivirle, ahí están, de momento, meros aspirantes. Algunos se les ve que no llegarán, pero no hay que decirlo, por si acaso. Ni somos, yo por lo menos, infalibles, ni es imposible que un día los asista el genio, ya sea el de la lámpara, ya el de su subconsciente, y escriban su obra maestra. La cosa es que se me ha formado un rimero de libros y apenas asomo por encima mi susto. ¿Cuándo voy a leer yo todo esto?
He vivido al lado de la literatura, como un novio sin esperanza. Nunca fue mi hora de hacer más que leer y escribir, lo de escribir en secreto y en silencio, mientras cobraba heridas de otras dedicaciones. Como los viejos estudiantes bávaros, coleccionaba cicatrices, unas por vocación profesional, otras por afición o aficiones a tomar parte en asuntos del común. Y mucho más allá de lo que llamó Dante la mitad del camino de la vida, publiqué unos libros de que dejo ejemplares en el desván con la esperanza de que mucho después de haber sido olvidado, algún descendiente curioso descubra que tuvo un ancestro aficionado a la literatura, pero que sólo vivió a su lado, sin confesarle amores, ni mucho menos bañándose en sus aguas.
La filosofía exige rigor cronológico. Si no te atienes a él, estarás, al poco, dando tumbos entre superaciones de ideas y sus renovaciones. Los semiclásicos digo que resuellan porque no les da, el que les queda, más que para tratar cada poco de inhalar, hondo, oxígeno. Y entre eso y que no es posible declarar clásico a nadie hasta que pasen cien años de su obra, momento hasta que nos habrá sido imposible sobrevivirle, ahí están, de momento, meros aspirantes. Algunos se les ve que no llegarán, pero no hay que decirlo, por si acaso. Ni somos, yo por lo menos, infalibles, ni es imposible que un día los asista el genio, ya sea el de la lámpara, ya el de su subconsciente, y escriban su obra maestra. La cosa es que se me ha formado un rimero de libros y apenas asomo por encima mi susto. ¿Cuándo voy a leer yo todo esto?
He vivido al lado de la literatura, como un novio sin esperanza. Nunca fue mi hora de hacer más que leer y escribir, lo de escribir en secreto y en silencio, mientras cobraba heridas de otras dedicaciones. Como los viejos estudiantes bávaros, coleccionaba cicatrices, unas por vocación profesional, otras por afición o aficiones a tomar parte en asuntos del común. Y mucho más allá de lo que llamó Dante la mitad del camino de la vida, publiqué unos libros de que dejo ejemplares en el desván con la esperanza de que mucho después de haber sido olvidado, algún descendiente curioso descubra que tuvo un ancestro aficionado a la literatura, pero que sólo vivió a su lado, sin confesarle amores, ni mucho menos bañándose en sus aguas.
miércoles, 9 de febrero de 2011
Va acercándose, inexorable, la obra de mi calle, que no es mi calle, las calles no son de nadie, ni siquiera de los ayuntamientos. Las calles son de los coches, que las desprecian, monstruosos, triunfantes. La fábula lo dice: un monstruo acaba siempre por destruir a su constructor. Los humanos, con prisa, sin pensarlo demasiado, idearon y, en seguida, construyeron los coches. Bueno, pues ahí están ahora. Y cada calle que reconstruyen, se dan cuenta los que mandan de que en realidad mandan más los coches. Por mucho que se oxiden, se degraden, se arruguen, choquen entre sí y se destruyan o los desguacen. Siempre habrá quien haga más, venda más, reparta más y rodarán en mayor número por todas las superficies del mundo.
-¡Mira! ¡Una calle peatonal!
-¿Y no es aquello un coche? ¿Qué hace ahí, en plena calle supuestamente peatonal.
-Es que tiene que haber excepciones …
Ya estamos perdidos. Nos atropellará, cualquier día, una excepción. Y hasta puede que una excepción cuyo propietario no esté asegurado ni sea solvente.
Cada poco, hay que arreglar las calles. Salen, aterrorizadas, las ratas, nadie sabe de dónde, y los aguarones. Exhuman los sufridos operarios tuberías rotas, cansadas, gastadas, lodos que apestan, pedruscos. Hasta puedes tener mala suerte y que aparezca una moneda romana, o árabe, o vikinga. Entonces te pararían las obras y vendrían arqueólogos y aprendices, con lupas, paletas, brochas y tiempo dormido en el zurrón. Los arqueólogos siempre están cubiertos de polvo del tiempo pasado hace mucho y traen más en sus macutos color de tierra gastada y seca.
Una tropa de obreros disfrazados de playboys, a su vez disfrazados de obreros, viene subiendo la calle con sus máquinas, como maquetas, a su vez como máquinas amarillas y color naranja, que retumban, jadean, percuten, rechinan y anuncian con secos campanillazos de que van a dar marcha atrás, adelante o sabe Dios si echar a volar o dar una zapateta en el aire. Desentierran unos tubos, inhuman otros. Una bandada de gaviotas revuela y acecha por si entre la tierra aparece alguna carroña comestible.
-¡Mira! ¡Una calle peatonal!
-¿Y no es aquello un coche? ¿Qué hace ahí, en plena calle supuestamente peatonal.
-Es que tiene que haber excepciones …
Ya estamos perdidos. Nos atropellará, cualquier día, una excepción. Y hasta puede que una excepción cuyo propietario no esté asegurado ni sea solvente.
Cada poco, hay que arreglar las calles. Salen, aterrorizadas, las ratas, nadie sabe de dónde, y los aguarones. Exhuman los sufridos operarios tuberías rotas, cansadas, gastadas, lodos que apestan, pedruscos. Hasta puedes tener mala suerte y que aparezca una moneda romana, o árabe, o vikinga. Entonces te pararían las obras y vendrían arqueólogos y aprendices, con lupas, paletas, brochas y tiempo dormido en el zurrón. Los arqueólogos siempre están cubiertos de polvo del tiempo pasado hace mucho y traen más en sus macutos color de tierra gastada y seca.
Una tropa de obreros disfrazados de playboys, a su vez disfrazados de obreros, viene subiendo la calle con sus máquinas, como maquetas, a su vez como máquinas amarillas y color naranja, que retumban, jadean, percuten, rechinan y anuncian con secos campanillazos de que van a dar marcha atrás, adelante o sabe Dios si echar a volar o dar una zapateta en el aire. Desentierran unos tubos, inhuman otros. Una bandada de gaviotas revuela y acecha por si entre la tierra aparece alguna carroña comestible.
lunes, 7 de febrero de 2011
Larga es la lista de los derechos humanos. La aprenden en seguida los cuentacorrentistas, los consumidores, las beatas de misa de alba, los matarifes, las capadoras, los maletillas y los encopetados funcionarios, los abogados, los médicos, los notarios, los arquitectos y los ingenieros de primera y de segunda. Cuesta más darse cuenta de que más que la lista importa el Derecho Natural, que ya habían pensado derogar, y su anclaje en la Ley Eterna, y no me vuelva a citar a Nieztsche porque resulta que, muerto Dios, lo echaba de menos y rebuscaba porque, más que muerto, acabó por reputarlo escondido.
Se dan de baja los niños en clase de Religión, o los dan su padre y su madre, que ¿para qué vale eso? –preguntan- ¿proporciona perspectivas para saltarse el paro?
Día tras día, que no decaiga, se les sube algún preboste al ambón y les repite que aguanten un poco, que ya se atisba la otra economía de más allá de la muga del paro y de los escépticos.
Los escépticos, dice el de siempre, son los de siempre.
-¡Pero hombre, déjate de mirarlos y describirlos!, haz tú algo, tú que eres, además de bienintencionado, tan listo y estás flanqueado de lumbreras excepcionales.
Cada vez que arranquéis a un humano parte de su cuerpo o alimento de su alma, habréis creado un inválido.
Podréis decir y hacer cuanto os dé la gana al respecto, pero será un inválido aquel a quien falte un brazo o una pierna y lo será aquel que no disponga de una religión en que tener puerto de atraque para el alma velera. Y empecinarse en lo contrario llevará a quien como quiera que sea lo ensaye, a la catástrofe de su organigrama sociopolítico. La política tiene alma, también: es la filosofía, cuyos caminos acaban siempre en los mismos misteriosos interrogantes a que sólo puede dar indicios de respuestas la religión.
-¿Y si Dios hubiera muerto?
-Tendrían ustedes que inventarlo, y, por eso, resucitó. Escuchen el alboroto de campanas de cualquier Sábado de Gloria.
-Paparruchas.
-Es posible, cabe negarse a escuchar, pero … ¿responde eso a las preguntas?
Se dan de baja los niños en clase de Religión, o los dan su padre y su madre, que ¿para qué vale eso? –preguntan- ¿proporciona perspectivas para saltarse el paro?
Día tras día, que no decaiga, se les sube algún preboste al ambón y les repite que aguanten un poco, que ya se atisba la otra economía de más allá de la muga del paro y de los escépticos.
Los escépticos, dice el de siempre, son los de siempre.
-¡Pero hombre, déjate de mirarlos y describirlos!, haz tú algo, tú que eres, además de bienintencionado, tan listo y estás flanqueado de lumbreras excepcionales.
Cada vez que arranquéis a un humano parte de su cuerpo o alimento de su alma, habréis creado un inválido.
Podréis decir y hacer cuanto os dé la gana al respecto, pero será un inválido aquel a quien falte un brazo o una pierna y lo será aquel que no disponga de una religión en que tener puerto de atraque para el alma velera. Y empecinarse en lo contrario llevará a quien como quiera que sea lo ensaye, a la catástrofe de su organigrama sociopolítico. La política tiene alma, también: es la filosofía, cuyos caminos acaban siempre en los mismos misteriosos interrogantes a que sólo puede dar indicios de respuestas la religión.
-¿Y si Dios hubiera muerto?
-Tendrían ustedes que inventarlo, y, por eso, resucitó. Escuchen el alboroto de campanas de cualquier Sábado de Gloria.
-Paparruchas.
-Es posible, cabe negarse a escuchar, pero … ¿responde eso a las preguntas?
domingo, 6 de febrero de 2011
Os cuento, desde Asturias, que la única persona que podría poner en marcha este Principado, con esfuerzo, imaginación, trabajo y decisión, sería Paco Alvarez Cascos, digan lo que digan unos y otros, detractores y partidarios.
No es un hombre afable, en la vida política, que le ha enseñado a ser duro, esquinado y rebelde, circunstancias todas a que debe añadirse la natural soberbia del ego de quien vale para hacer lo que se propone, pero es el único capaz de ponerle figura, vida, plan y proyecto a esta Autonomía, castigada hasta ahora a vagar errática por un desierto de incertidumbres, vacilaciones y aparente incapacidad.
Sólo aparente. Que este es un pueblo audaz, trabajador, duro y capaz, libre y liberal por tradición, crítico por antiguo y sabio, ilustrado y, aunque escéptico, soñador. No necesita más que la punta de lanza, la necia terquedad de querer ir hacia la salida de estas crisis.
Es posible que su candidatura, traiga las siglas que quiera, se deseche en las urnas y perdamos la ocasión. Asturias lo pagará y regresará a su condición de agreste lugar donde, paraíso natural, habrá trabajo y subsistencia posible para algo menos de medio millón de personas. Otro medio millón largo tendrá que volver a emigrar como entonces, como siempre que, como diría Ionesco, nos empeñamos en girar y girar mirando al suelo, hasta olvidar que existen las estrellas.
No es un hombre afable, en la vida política, que le ha enseñado a ser duro, esquinado y rebelde, circunstancias todas a que debe añadirse la natural soberbia del ego de quien vale para hacer lo que se propone, pero es el único capaz de ponerle figura, vida, plan y proyecto a esta Autonomía, castigada hasta ahora a vagar errática por un desierto de incertidumbres, vacilaciones y aparente incapacidad.
Sólo aparente. Que este es un pueblo audaz, trabajador, duro y capaz, libre y liberal por tradición, crítico por antiguo y sabio, ilustrado y, aunque escéptico, soñador. No necesita más que la punta de lanza, la necia terquedad de querer ir hacia la salida de estas crisis.
Es posible que su candidatura, traiga las siglas que quiera, se deseche en las urnas y perdamos la ocasión. Asturias lo pagará y regresará a su condición de agreste lugar donde, paraíso natural, habrá trabajo y subsistencia posible para algo menos de medio millón de personas. Otro medio millón largo tendrá que volver a emigrar como entonces, como siempre que, como diría Ionesco, nos empeñamos en girar y girar mirando al suelo, hasta olvidar que existen las estrellas.
viernes, 4 de febrero de 2011
Compro el libro, como había proyectado, y en seguida me sumerjo en la dificultad de su lectura, porque mi maestro no es fácil y de vez en cuando, como todos los maestros, da por supuesta la conformidad con todas sus conclusiones. Nadie creo yo que haya estado nunca de acuerdo total con lo pensado por otro. Una coincidencia básica, o una coincidencia porcentualmente trascendente, ya me parecen a mí importantes para poder decir que estos de acuerdo con éste o con otra maestro. Me apunto a gran parte de su teoría respecto de lo que somos y en lo que creemos. Confiemos, dice, porque la actual crisis económica, de tan incalculables dimensiones, también está motivada por la desconfianza. La desconfianza empieza cuando te percatas de que se han vaciado de conceptos, a fuerza de usarlas para mentir, la mayoría, no sólo de las palabras esotéricas, dudosas y ambiguas, que utilizan los eruditos para desorientarnos en sus laberintos, sino incluso las palabras de uso cotidiano, que todos utilizamos durante la rutina vital. En ese preciso momento, cuando ya nadie sabe de qué está hablando su vecino, se inicia la confusión babélica.
Me han destruido la calle, dicen que para arreglarla. Sacan de su vientre tubos, cables pedruscos y camiones enormes, acercan y apilan por todas partes tubos nuevos, estructuras de cemento, pedazos de metal.
Me regalan otros dos libros, uno que estudia la economía del siglo pasado y empieza a decir que el territorio del estado pertenece al rey; otro que según su autor enseña a envejecer sintiéndose feliz, y el tercero, que parece el más divertido es un “diccionario de literatura para snobs”, sus entradas se refieren a escritores malditos, inéditos u olvidados. Me tienta la idea de aprender los datos de unos cuantos y cuando me encuentre con alguno de esos seudoeruditos que todos conocéis, decirle: ah, pero ¿es que no has oído hablar del bueno de …, o de … o ni siquiera de …? Estás de capa caída, hijo, te heces viejo, te noto out.
A ver qué cara se le pone, al pequeño miserable, más o menos la que se me pondría a mí en su caso.
Me han destruido la calle, dicen que para arreglarla. Sacan de su vientre tubos, cables pedruscos y camiones enormes, acercan y apilan por todas partes tubos nuevos, estructuras de cemento, pedazos de metal.
Me regalan otros dos libros, uno que estudia la economía del siglo pasado y empieza a decir que el territorio del estado pertenece al rey; otro que según su autor enseña a envejecer sintiéndose feliz, y el tercero, que parece el más divertido es un “diccionario de literatura para snobs”, sus entradas se refieren a escritores malditos, inéditos u olvidados. Me tienta la idea de aprender los datos de unos cuantos y cuando me encuentre con alguno de esos seudoeruditos que todos conocéis, decirle: ah, pero ¿es que no has oído hablar del bueno de …, o de … o ni siquiera de …? Estás de capa caída, hijo, te heces viejo, te noto out.
A ver qué cara se le pone, al pequeño miserable, más o menos la que se me pondría a mí en su caso.
miércoles, 2 de febrero de 2011
¿A mí qué más me da? Yo soy poeta.
O pobre,
o vagabundo,
o el tonto del pueblo, o aquel
a quien diagnosticaron,
los muy soberbios,
una incurable locura.
Como si ser cualquier cosa,
como no sea ángel,
fantasma
o muerto,
librase del peligro de que cuando se excita
la multitud, enardecida
por cualquier
iluminado,
nos rrastre hasta el altar más próximo
para ofrecer
el sacrificio de turno.
Hacen falta chivos expiatorios,
víctimas,
que propicien la buena voluntad
de los revolucionarios.
Los revolucionarios son los dioses,
antropomórficos, sedientos
de sangre
como todos los dioses mendaces, idolatrados durante una historia
de este peregrino cruel
que llevamos dentro,
como una sombra interior,
una pesadilla,
un horrible sueño
algunos
de nosotros
O pobre,
o vagabundo,
o el tonto del pueblo, o aquel
a quien diagnosticaron,
los muy soberbios,
una incurable locura.
Como si ser cualquier cosa,
como no sea ángel,
fantasma
o muerto,
librase del peligro de que cuando se excita
la multitud, enardecida
por cualquier
iluminado,
nos rrastre hasta el altar más próximo
para ofrecer
el sacrificio de turno.
Hacen falta chivos expiatorios,
víctimas,
que propicien la buena voluntad
de los revolucionarios.
Los revolucionarios son los dioses,
antropomórficos, sedientos
de sangre
como todos los dioses mendaces, idolatrados durante una historia
de este peregrino cruel
que llevamos dentro,
como una sombra interior,
una pesadilla,
un horrible sueño
algunos
de nosotros
Nos lo ponen, ominoso como el profeta su mensaje en el espejo de palacio, en la ventanilla que desde el comedor abrimos al mundo, ese ojo de cerradura a través de que se esfuerzan por interesarnos de la inverecundia de una peculiar caterva de paseantes –boulevardieres, decía un pariente que vivió en el París de los sedicentes felices treinta, para referirse a quienes entonces ya se les parecían y remedaba con aquella simpatía suya, tan ácida, don Maurice Chevalier, bajo su sombrero de paja dura, el canotier-, nos ponen las sucesivas revoluciones del norte de Africa, primero tunecinos, hoy egipcios. Numerosas personas, excitadas, están peleándose, al parecer con ferocidad, en unas calles hasta hace pocos días pacíficas y llenas de turistas, hoy supongo que atrincherados en sus hoteles y aterrorizados. Tan incomprensible como siempre, que esas personas que hace tan poco iban como tú y como yo por las calles y las plazas de sus ciudades, más o menos como las nuestras, de pronto se hayan convertido en ardorosos guerreros y estén arriesgándose nada menos que a que les rompan la crisma y los maten o dejen inválidos de un mal golpe otros también hasta hace el mismo tiempo igual de aparentemente pacíficos conciudadanos.
Y lo más curioso del caso es que en el enfrentamiento parece ser que debaten si deben obedecer a unos o a otros posibles gobernantes, que es probable que los mantengan en hacer lo mismo que con los de ahora hacían cada día.
Fuera de unos pocos que sustituirán a otros pocos en los puestos clave de la organización del Estado, los demás, en cuanto acabe el motín, regresarán a casa, más o menos contentos del resultado, más o menos maltrechos, también, y reanudarán sus rutinas habituales.
Pacíficos, de nuevo, sonrientes, como si no hubiera pasado nada.
Y lo más curioso del caso es que en el enfrentamiento parece ser que debaten si deben obedecer a unos o a otros posibles gobernantes, que es probable que los mantengan en hacer lo mismo que con los de ahora hacían cada día.
Fuera de unos pocos que sustituirán a otros pocos en los puestos clave de la organización del Estado, los demás, en cuanto acabe el motín, regresarán a casa, más o menos contentos del resultado, más o menos maltrechos, también, y reanudarán sus rutinas habituales.
Pacíficos, de nuevo, sonrientes, como si no hubiera pasado nada.
Dice el periódico de hoy que el señor presidente de un país ha llamado por teléfono al señor presidente de otro país y le ha conminado a que en el país del segundo se vaya pensando en cambiar el sistema de gobierno. Y me quedo atónito, estupefacto, asombrado y media docena de sinónimos más de eso que ahora llaman “flipar”.
Opino, al parecer en contra de lo que opina el señor presidente del primero de los países citados más arriba, que a cada país puede convenirle un sistema de gobierno distinto de los de otros países. Opino, al parecer en contra también del señor presidente primero, que no hay un sistema de gobierno que pueda considerar mejor para todos los países del mundo, sin excepción.
El mundo, a Dios gracias, no es uniforme ni uniformizable, sino, gracias a Dios, múltiple y variopinto.
Mala la habremos, cuando un señor presidente pueda ordenar y mandar a otro señor presidente, cuya primordial y más importante función es mantener, como es la del primero, el sistema de gobierno mejor y más adecuado para su país, que modifique el sistema de gobierno segundo, para que se parezca al sistema de gobierno primero, así, sin más ni más.
Me atrevo a preguntarle al señor presidente primero, ése que manda hasta mucho más allá de sus fronteras, si de ha dado cuenta de que cuando se impide, por la razón que sea, a cualquier país, mantener un sistema de gobierno adecuado a sus posibilidades, necesidades y características, lo que hace ese país es desnaturalizar el sistema inadecuado, introducirle modificaciones –unas más burdas, otras más sutiles- y recomponer sobre las piezas del sistema que se le impone las características del que se le abroga.
Malos tiempos corremos. Casi todo lo viejo ha caducado en el botiquín de la historia, sin que nadie se ocupara, entretenidos como estábamos en sucesivas cazas de brujas de diferente jaez, de renovar los materiales y hacer evolucionar los modos y las maneras, y ahora nos ha sorprendido el tiempo nuevo, como un diluvio, en campo abierto y sin gabardina ni paraguas.
Precisamente cuando hace falta extraordinaria sutileza para de entre lo no caducado, que lo hay, del tiempo viejo, acertemos a seleccionar lo que se ha de conservar como cimiento de lo que viene indiscriminado, exigiendo no menor sutileza para elegir y probar y edificar nuestros siempre hermosos sueños humanos.
Opino, al parecer en contra de lo que opina el señor presidente del primero de los países citados más arriba, que a cada país puede convenirle un sistema de gobierno distinto de los de otros países. Opino, al parecer en contra también del señor presidente primero, que no hay un sistema de gobierno que pueda considerar mejor para todos los países del mundo, sin excepción.
El mundo, a Dios gracias, no es uniforme ni uniformizable, sino, gracias a Dios, múltiple y variopinto.
Mala la habremos, cuando un señor presidente pueda ordenar y mandar a otro señor presidente, cuya primordial y más importante función es mantener, como es la del primero, el sistema de gobierno mejor y más adecuado para su país, que modifique el sistema de gobierno segundo, para que se parezca al sistema de gobierno primero, así, sin más ni más.
Me atrevo a preguntarle al señor presidente primero, ése que manda hasta mucho más allá de sus fronteras, si de ha dado cuenta de que cuando se impide, por la razón que sea, a cualquier país, mantener un sistema de gobierno adecuado a sus posibilidades, necesidades y características, lo que hace ese país es desnaturalizar el sistema inadecuado, introducirle modificaciones –unas más burdas, otras más sutiles- y recomponer sobre las piezas del sistema que se le impone las características del que se le abroga.
Malos tiempos corremos. Casi todo lo viejo ha caducado en el botiquín de la historia, sin que nadie se ocupara, entretenidos como estábamos en sucesivas cazas de brujas de diferente jaez, de renovar los materiales y hacer evolucionar los modos y las maneras, y ahora nos ha sorprendido el tiempo nuevo, como un diluvio, en campo abierto y sin gabardina ni paraguas.
Precisamente cuando hace falta extraordinaria sutileza para de entre lo no caducado, que lo hay, del tiempo viejo, acertemos a seleccionar lo que se ha de conservar como cimiento de lo que viene indiscriminado, exigiendo no menor sutileza para elegir y probar y edificar nuestros siempre hermosos sueños humanos.
martes, 1 de febrero de 2011
¿Has observado, en el mundo de los sueños, que no hay sonido? Desaparecen, allí, los sentidos, dejan de mentir a las viejas neuronas. No quedan más que las convicciones puras y duras del subconsciente, que, vas conduciendo un coche y fallan los frenos, disparas un arma y es de goma, vuelas con tanta facilidad que parece imposible, una vez despierto, no conservar la facultad de hacerlo con la misma soltura.
Misterioso mundo paralelo, éste de los sueños, donde lo ocurrido se repite, pero deformado por los pinceles surrealistas de antiguos cansancios, tal vez, o por desesperanzas escépticas que se han de apartar como las telarañas del jardín, recién nacida la mañana. Ocurre de otra manera, porque es lo mismo, pero diferente. Todo se disuelve y recupera paulatinamente su deformación silenciosa. Como si estuviera ocurriendo en algún lejano ámbito del centro del universo, donde nada suena, más que la luz.
¿Con qué hicieron sus primeras notas los inventores de la música? No puedo imaginar a los cavernícolas que lucharon por mi supervivencia contra fieras, glaciaciones y misterios, con tiempo, sin embargo, para concebir el sonido y combinarlo.
Música, colores de la luz desmultiplicada por su asombro al tocar la hermosura de las cosas, la textura esperando la llegada de mis manos exploradoras.
A la puerta de la caverna, un día de sol, tal vez inventaron, alegres por la caza reciente, o sumidos en el profundo dolor de la primera muerte, en medio de la danza, la prodigiosa combinación de sonidos que mueve a bailar.
Millones de años por delante, olvidado por los humanos incluso el olvido de mi recuerdo, habrá alguien como yo, en algún inimaginable espacio y ambos estaremos siendo entonces humanidad al mismo tiempo.
Acaban de editar la traducción de un libro de uno de mis autores de cabecera. Los he leído todos, pero ninguno nunca completo. Me habla a retazos llenos de sabiduría y tomo de aquí y de allá una parte, sobre que voy reflexionando con calma.. Esto que dices, le discuto en ocasiones, no me convence. Nos contemplamos, ambos convencidos de su mayor sabiduría, pero también de que yo podría tener razón, porque creo que la torpeza, la ingenuidad, la intuición, pueden sostener una cultura cuando vacila. Dudar es un modo de sobrevivir cuando cualquier fracaso te induce a desesperanza. Siempre es posible, por muchas que sean las aparentes evidencias, que las cosas sean de otra manera en un mundo donde todos fingimos por lo menos una mitad de lo que hacemos, decimos y hasta pensamos. ¿Te habías dado cuenta de que incluso nos tratamos con frecuencia de engañar a nosotros mismos?
Misterioso mundo paralelo, éste de los sueños, donde lo ocurrido se repite, pero deformado por los pinceles surrealistas de antiguos cansancios, tal vez, o por desesperanzas escépticas que se han de apartar como las telarañas del jardín, recién nacida la mañana. Ocurre de otra manera, porque es lo mismo, pero diferente. Todo se disuelve y recupera paulatinamente su deformación silenciosa. Como si estuviera ocurriendo en algún lejano ámbito del centro del universo, donde nada suena, más que la luz.
¿Con qué hicieron sus primeras notas los inventores de la música? No puedo imaginar a los cavernícolas que lucharon por mi supervivencia contra fieras, glaciaciones y misterios, con tiempo, sin embargo, para concebir el sonido y combinarlo.
Música, colores de la luz desmultiplicada por su asombro al tocar la hermosura de las cosas, la textura esperando la llegada de mis manos exploradoras.
A la puerta de la caverna, un día de sol, tal vez inventaron, alegres por la caza reciente, o sumidos en el profundo dolor de la primera muerte, en medio de la danza, la prodigiosa combinación de sonidos que mueve a bailar.
Millones de años por delante, olvidado por los humanos incluso el olvido de mi recuerdo, habrá alguien como yo, en algún inimaginable espacio y ambos estaremos siendo entonces humanidad al mismo tiempo.
Acaban de editar la traducción de un libro de uno de mis autores de cabecera. Los he leído todos, pero ninguno nunca completo. Me habla a retazos llenos de sabiduría y tomo de aquí y de allá una parte, sobre que voy reflexionando con calma.. Esto que dices, le discuto en ocasiones, no me convence. Nos contemplamos, ambos convencidos de su mayor sabiduría, pero también de que yo podría tener razón, porque creo que la torpeza, la ingenuidad, la intuición, pueden sostener una cultura cuando vacila. Dudar es un modo de sobrevivir cuando cualquier fracaso te induce a desesperanza. Siempre es posible, por muchas que sean las aparentes evidencias, que las cosas sean de otra manera en un mundo donde todos fingimos por lo menos una mitad de lo que hacemos, decimos y hasta pensamos. ¿Te habías dado cuenta de que incluso nos tratamos con frecuencia de engañar a nosotros mismos?
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