¿A mí qué más me da? Yo soy poeta.
O pobre,
o vagabundo,
o el tonto del pueblo, o aquel
a quien diagnosticaron,
los muy soberbios,
una incurable locura.
Como si ser cualquier cosa,
como no sea ángel,
fantasma
o muerto,
librase del peligro de que cuando se excita
la multitud, enardecida
por cualquier
iluminado,
nos rrastre hasta el altar más próximo
para ofrecer
el sacrificio de turno.
Hacen falta chivos expiatorios,
víctimas,
que propicien la buena voluntad
de los revolucionarios.
Los revolucionarios son los dioses,
antropomórficos, sedientos
de sangre
como todos los dioses mendaces, idolatrados durante una historia
de este peregrino cruel
que llevamos dentro,
como una sombra interior,
una pesadilla,
un horrible sueño
algunos
de nosotros
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