Habrá, en el plan de la creación, prevista
una especie
para sustituirnos. El buen padre Dios
ganó experiencia,
al crearnos
y tener, en seguida, que redimirnos de nuestras culpas.
La otra especie, que espera su turno,
será, es posible, tan avisada
que su hembra básica no comerá del árbol.
¿O se repetirá,
cada vez,
la misma historia,
cualquiera que sea la figura de los protagonistas?
Tal vez,
cualquiera que sea la especie
a que el buen padre Dios conceda el privilegio
de saber que está viva,
el precio
de ese conocimiento será, como una planta parásita,
la posibilidad de embarrar su luz.
Tal vez
seamos un campo de batalla. Cada uno
de nosotros un inconmensurable campo de batalla,
un alambique,
donde todo lo creado
tiene que convertirse en doloroso esfuerzo
para irnos convirtiendo
en gotas de algo transparente
para que la luz, en su día,
nos atraviese y pueda remansar
en la quietud de su esencia.
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