martes, 19 de diciembre de 2006

Es lo peor de la lluvia. Sobre todo de esta lluvia insistente -la palabra sería "pertinaz", pero hoy no sé por qué me parece excesiva-, menuda y fría, que parece flotar en el aire inquieto y se te cuela por debajo de la tela del paraguas. ya lo he dicho: "paraguas". Insisto en que lo peor de la lluvia. No te defiende de esa menuda, etc., que viene en torbellinos, casi impregnada en el viento, y arremete de abajo arriba hasta empaparte, que por algo le llaman "calabobos", además de chirimiri los vascos y orvallu los asturianos, que encima se subdividen entre los que se lo llaman con be o con uve. El paraguas, que cuando no se te vuelve, llevado por un soplido ufano del vendaval, se le casca una varilla, y si no, te lo dejas en la peluquería, en la iglesia, en correos o lo que es peor en alguno de esos lugares donde no debe entrarse y te delata. recuerdo de cuando niño que una vez en mi pueblo se comentó que la dueña de la casa de lenocinio sacaba los días de lluvia los más característicos de los paraguas olvidados por la ilustre clientela. Un artilugio inútil, peligroso para los ojos de cualquier traseunte con que nos crucemos llevándolo en ristre, delator. Mi médico de cuando infantil, al que odiaba por sujetarme la lengua con una cuchara para mirarme la garganta, los usaba con empuñadura de plata en forma de cabeza de perro. Me habría gustado robarle uno, pero no por la plata ni por la lluvia, sino por el perro, que tenía los ojos tristes y el mirar cansado.

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