En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 23 de diciembre de 2006
prenochebuena
Cinco centígrados, proclamaba hoy el termoreloj del astuto vendedor de mecanismos calefactores eléctricos. Alguien me ha hecho un regalo de Navidad sobrecogedor. Da miedo y deberían algunos tener prohibido hacer regalos. Y más cuando son regalos de tamaño descomunal en relación con los pisitos de treinta metros cuadrados de que hablaban recientemente en los círculos políticos. O te sales tú, yo, en este caso, o hay que dejar el regalo en el rellano de la escalera, para asombro de unos despavoridos vecinos que no tienen culpa ninguna de que los conocidos del vecino de abajo -o de arriba, según- tengan enfermo o dormido el sentido estético. Me vuelvo y esta "cosa" estoy seguro de que emana sutiles humos posiblemente letales y desde luego evidentes. Es -me advierte el famoso sexto sentido- como si me estuviese mirando el cogote y bombardeándolo con su ponzoñosa insidia. Y sin embargo, por ser prenochebuena, he decidido no enfadarme. Venid -llamo a los niños, con la pandereta y la zambomba, que es prenochebuena. Y una de ellas, que tiene los ojos de agua tranquila y transparente, pregunta: oye, con el trabajo que cuesta escribirles, ¿sabrán leer los Reyes Magos?
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