En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 25 de diciembre de 2006
¡Navidad!
Mi mejor nariz de payaso, esa fue la que me puse, y canté los villancicos que cantaba mi madre, para que se rieran los niños con aquello de que los ratones entraron en el portal y royeron los calzones de san José. Y todo porque esta noche en que "un Niño nos ha nacido", hay que sembrar en la memoria de los niños la alegría mágica, que es la que se taracea en la memoria, y un día, cuando hayan pasado muchos años y esté mi silla ya vacía, tendrán ellos esta nostalgia agridulce de la Nochebuena, tan llena de recuerdos, tan plagada de sillas vacías donde estabais los más tristes, los alegres, los un poco filósofos, los soñadores y los insoportablemente plúmbeos, todos con gotas del mismo ADN, participantes del mapa genético de la familia y de todas las familias que vinieron a mezclarse y enriquecer lo que otros tenían. Hoy es Navidad y esta noche pasada ha renacido el mundo, se pongan como se pongan sus habitantes, desde el más rico y todavía ávido hasta el más pobre, agobiado de conformidades obligadas y de revoluciones frustradas. Luego guardé mi nariz roja de payaso, mi flauta de afilador y mi gorro de cascabeles, apagué las luces del Belén y la de la puerta de la calle. Todas las luces, apagué, porque "los hombres no lloran", y me dejé llorar en lo oscuro, sentado en el borde de la cama, solo con mi soledad, mi silencio, mi esperanza, mi amor, que iba fluyendo como un inmenso río e inundándome la memoria hasta dejarla tersa como un espejo.
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