viernes, 29 de diciembre de 2006

Hay versos, incluso poemas, que deben escribirse en voz baja para que ni se asusten ni se dispersen las palabras de que constan, apenas escuchadas, de puro frágiles, tras la respiración del viento que todavía no lo es, que todavía es brisa y apenas mueve las hojas que quedan, recién llegado el invierno, apenas prendidas por un recuerdo, de la rama de cada árbol exánime. Los árboles, dijo Casona, mueren de pie. Y duermen, asimismo, de pie, con lo que fue follaje convertido en una especie de neblina color de arena. Aún así, no se sabe muy bien dónde, casi sin vigor, hay un pájaro que canta. En voz baja, él también, como si supiera lo que digo de ciertos versos y de algunos poemas. Alguien ha publicado una compilación de poemas traducidos por Juan Ramón Jiménez a lo largo de su indeciso vivir. En uno de ellos, la amante madura le promete, en el colmo de su afán de vivir su última aventura, a su fogoso amante juvenil que hasta por él y para él está dispuesta a "quemar sus recuerdos" en la hoguera de un último amor. "Arte difícil -traduce Juan Ramón de Pierre Louÿs- es el amor, y las jóvenes lo saben mal. Yo lo he aprendido durante toda mi vida, para ofrecerselo a mi último amante". -

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