sábado, 30 de diciembre de 2006

Le queda, al año, una miseria miserable de tiempo. Decía mi abuelo, el boticario, que tenía algo, como todos los de su época, todavía, de alquimista, que los chapuceros usaban como medidas oficiales, de áridos, el puñado y de líquidos, el chorrito. Al tiempo le queda mucho menos que un generoso chorrito o que un puñado abundante de tiempo, y sin embargo, el suficiente para cualquiera de las dos cosas de mayor importancia que hace el ser humano de este lado del espejo: nacer y morir. Todavía entre lo que queda de hoy el día entero de mañana, han de nacer y de morir miles de individuos como yo o del otro género, inexorablemente distinto, complementario de nuestra masculinidad como a nuestra vez lo somos nosotros de su feminidad. Nacerán todavía indecisos y morirán ya indiferentes a esa diferencia mínima, pero gigantesca, que nos hace incuestionablemente necesarios, cuando no recíprocamente imprescindibles. Esta mañana, temprano, del penúltimo día del año 2006, se ha quitado el frío y volvieron las bocanadas de aire todavía caliente que llega hasta el norte de España procedente del desierto de Sahara. Es un viento propicio para reñir batallas a brazo partido contra la marea que llega del norte. Los marineros pescadores desconfían de esta conjunción, en realidad contraposición de viento del sur y mar del norte, que tantas veces genera mar gruesa y tantas otras lo que es pero, la mar de fondo. Que parece tersa en la superficie, pero por debajo todo es agitación, que revelan las algas arrancadas y la arena removida, que suben del fondo.

1 comentario:

A N A D O U N I dijo...

Lo más curioso del tiempo, diga lo que diga el reloj, es que unas veces discurre muy rápido y otras desesperadamente lento.

Llevas razón, en dos días te cambia el destino. En menos incluso.

Abrazos.