lunes, 11 de diciembre de 2006

uno

Ha vuelto el sol de invierno, esta mañana, despejando a empellones la niebla, malhumorado, rezongante. Debe parecerle mal que le hagan levantarse y venir a estas horas, el pobre sol, vejestorio de tantos miles, millones de años, que, por añadidura, ha visto tantas cosas y puede hasta parecerle injusto tener que bajar, con este frío invernal, de su solemne soledad sideral, a calentarle la espalda al género humano, que ya sabe él cómo se las gasta con cuanto tiene a su alcance. Pienso que si estuviera más cerca el sol, fuese asequible, el hombre habría encontrado medios de irlo despojando de sus atributos solares. Por eso murmura, audible, o puede que sea el torrente, que baja con más agua y arranca sonidos nuevos de las guijas del fondo del cauce, o el penúltimo arrebato del viento, como una protesta airada porque se le hayan resistido los extemporáneos capullos del rosal, que, equivocado por el cambio climático, ahora da rosas de invierno, un poco más oscuras y creo que algo aterciopeladas, como si en invierno, por el aquel del frío, hubiesen mutado, las flores del rosal, a ligeramente velludas, como melocotones. O a lo mejor es una coquetería nueva de las rosas, por llevarle la contraria al poeta que pedía que no las tocasen por ser ya perfectas como objetos estéticos, y sin embargo ya veis. Voy a buscar el periódico. Se me cuela el frío como una sierpe por el cogote. La periodiquera, aterida, me alarga una bolsa de periódicos y oralmente las noticias locales. No sé quién, un vecino que no conozco, fue al médico y le diagnosticaron no sé qué. Otro vecino parece haber muerto y el mar se ha llevado un mordisco de malecón que de provecho le sirva, a fuerza de estrellarse con estrépito contra el hormigón, los bloques, el hierro y el griterío de unos insensatos que lo desafían y se arriesgan a morir por jugar un rato con la espuma enhebrada en el nervio del huracán. Es lunes, es diciembre, el consuelo es que pronto, además, será Navidad.

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