martes, 26 de diciembre de 2006

Siento, como una hiedra benigna, el frío, ahora, con poco sol reciente, de amanecida y el perro husmeando al otro lado de la cuerda, siguiendo atento el borde de la acera en busca del mejor olor de la mañana. Pasa una aire con prisa de cartero urgente y el río, sin embargo, no se inmuta. El sigue a lo suyo, de reflejar la orilla e irse llevando sus fotografías digitalizadas al cercano mar, cuyo mugido se oye hoy hasta sin escuchar, ominoso y lejano, más allá de las últimas casas. Huele a pan reciente y a tinta de periódico, carne y sangre tal vez del día recién nacido y por eso vacilante. Recorro la calle, pero estoy en otro mundo de recuerdos hasta que el perro me da un ligero tirón, como si fuese él quien mandase en la cordada y me estuviera recordandop que nos es por ahí, hombre, que la panadería huele por el otro lado, según se pasa el puente que atraviesa el viento como con afán de cortar el aire, puede que entreabrir una puerta hacia lo desconocido, que dicen algunos libros que puede empezar en cualquier espacio, que, como el triángulo de las Bermudas o un agujero negro, te absorbe y te hallarías en el país de nunca jamás o en el de siempre, siempre. Otro tirón, me da el perro. Hoy estás peor que nunca, humano. No hay quien pueda, así, ocuparse de tí y llevarte sano y salvo a casa con el pan, el periódico, un puñado de frío y la huella del primer rayo de sol manchándote la maga del viejo chaquetón marinero, como si te hubiese cagado una gaviota velera de las que protestan en lo alto de cada farola porque les has turbado el último y tal vez más hermoso sueño de su noche estatuaria.

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