Caen unos azulejos y se desliza por la pared del verano la primera niebla, todavía sucia de polvo y paja del hórreo, viene con orbayo, chirimiri, calabobos. Entristece el día. Eso y el debate del congreso, donde se tripiten o más los mismos argumentos, como si no supieran, que a lo mejor no saben, que nos estamos jugando la enjundia de los potes del tiempo que viene, si no somos capaces de apuntarnos a los tiempos y seguimos como en la fábula, que perdían los conejos aquel tiempo precioso y preciso con el debate de si galgos o podencos y eran los perros de tíndalos, los que venían latiendo del otro lado del tabique del inmisericorde Lowecraft de los terrores de nuestra adolescencia.
Se agarra el señor presidente a su derecho a quedarse, que para eso lo tiene, y los otros venga de empujar, unos esfuerzos infructuosos, típicos de una tierra como la nuestra, donde es tan evidente que todo el mundo tiene prisa por llegar arriba, saltándose los escalones si es posible, pero nunca tiene ninguna por bajarse ni por dejar paso cuando resulta evidente que no se da para más.
Las fintas políticas, otrora como juego de esgrima de floretes, se convierten en forcejeo, y en vez de ofrecer programas, proyectos, soluciones que se vean como posibles por quien las proponga, lo que se intercambian son a veces improperios, y, lo que es más sorprendente, la supuesta justificación, por parte de quien yerra, de decir que el otro lo hizo igual antes. Como si los electores no hubiesen tratado de mudar de postura precisamente para que uno nuevo hiciera las cosas de modo y manera diferentes de su antecesor.
Debaten acerca del “estado de la Nación” y mientras los mayores, cada vez más acalorados, alzan la voz o buscan modos espectaculares de golpear de la manera más incruenta, pero a la vez más hiriente, que sea posible, a los respectivos adversarios, los más pequeños, como Lázaro, se aprovechan de algunas de las mejores tajadas del ciego y de sorbos de su mejor vino.
En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
martes, 28 de junio de 2011
lunes, 27 de junio de 2011
Camino de la playa, cormoranes atentos, en la peña del Cura, que comparten con una colonia de gaviotas reidoras y media docena de charrancitos expectantes. Riega el sol, como jugando, la calle, y sale una barca de pesca a buscar el horizonte. Hay pocas nubes, las mueve el nordeste y bruñe con ellas el cielo, todavía demasiado azul, de principios de verano, estos días larguísimos, entre el señor san Juan y el señor san Pedro.
En Argentina, baja el River Plate al equivalente de nuestra segunda división futbolera y hay decenas de muertos y heridos. Así, que se dice pronto, muertos y heridos. Más de cincuenta muertos. Nos masifica un acontecimiento mínimo, como debería tener que ser el resultado de un juego y perdemos colectivamente la cabeza.
Por eso da miedo que salga a la calle cualquier multitud por cualquier motivo que sea, justificado, justificable o no. Leo que cuando Ortega escribió La rebelión de las masas coincidió su concepción y publicación con la de otra serie de libros, cuyos autores coincidían en la preocupación ante este hecho singular de que la masa absorba las capacidades individuales de discurso de los individuos que la integran y se produzca como sorprendente resultado el equivalente irracional de un clamor, que no dice nada, pero impresiona. Prueba de que no dice nada es que siempre, al final de una manifestación suele haber un comunicado o una serie de ellos en que se procura traducir, hay ocasiones en que cierta interesada libertad de interpretación, lo que no había sido más que ominoso sonido.
Entre el señor san Juan y el señor san Pedro, cuando todavía no llegaron los turistas, durante la semana se pasea el silencio, un tuno que lleva en su capa las cintas de colores del rumor del río, ladridos lejanos, gritos de madres que llaman a sus hijos desde lo más alto y lejano del barrio, un goteo insistente, la inexorable cadencia de los puñeteros coches.
Avispados hosteleros tienen ya tendidas, como telarañas polícromas, sus terrazas de caza. “Se necesitan camareros”; “hace falta dependienta”; “mujer madura y seria, se ofrece para cuidar niños y personas de la tercera edad”.
Ante este último anuncio, a los más viejos, se nos abren las carnes. “Ningún chino –dice el titular del articulo de un magacín dominical que no leo- mandaría a sus padres al asilo”. Los chinos, cuando cumples ochenta años, te llaman “venerable” y te permiten vestirte de amarillo, que es el color del emperador. Aquí –soy testigo de excepción, como víctima del hecho-, si te entretienes o tardas en el paso de cebra, te llaman abuelo, cabrón y te preguntan a grito pelado por qué no te quedas en casa tocándote, si te aburres, los cojones. A mí, lo que me parece más sorprendente es que incluso un energúmeno tenga ese atisbo de sensibilidad que hace que se preocupe de mi posible aburrimiento y me dé consejos, que, como tales, le agradezco, pero es que yo no me aburro nunca, le habría explicado si me hubiera dado tiempo antes de que doblara la esquina con el coche inundado de sonoro rock duro. Genio y figura, pienso mientras procuro agilizar el paso para evitar más molestias e improperios; hasta la música que le gusta revela ese excedente de energía que le impide compadecerse de que a los demás se nos estén acabando las pilas y hayan dejado de fabricar repuestos para una maquinaria tan antigua.
En Argentina, baja el River Plate al equivalente de nuestra segunda división futbolera y hay decenas de muertos y heridos. Así, que se dice pronto, muertos y heridos. Más de cincuenta muertos. Nos masifica un acontecimiento mínimo, como debería tener que ser el resultado de un juego y perdemos colectivamente la cabeza.
Por eso da miedo que salga a la calle cualquier multitud por cualquier motivo que sea, justificado, justificable o no. Leo que cuando Ortega escribió La rebelión de las masas coincidió su concepción y publicación con la de otra serie de libros, cuyos autores coincidían en la preocupación ante este hecho singular de que la masa absorba las capacidades individuales de discurso de los individuos que la integran y se produzca como sorprendente resultado el equivalente irracional de un clamor, que no dice nada, pero impresiona. Prueba de que no dice nada es que siempre, al final de una manifestación suele haber un comunicado o una serie de ellos en que se procura traducir, hay ocasiones en que cierta interesada libertad de interpretación, lo que no había sido más que ominoso sonido.
Entre el señor san Juan y el señor san Pedro, cuando todavía no llegaron los turistas, durante la semana se pasea el silencio, un tuno que lleva en su capa las cintas de colores del rumor del río, ladridos lejanos, gritos de madres que llaman a sus hijos desde lo más alto y lejano del barrio, un goteo insistente, la inexorable cadencia de los puñeteros coches.
Avispados hosteleros tienen ya tendidas, como telarañas polícromas, sus terrazas de caza. “Se necesitan camareros”; “hace falta dependienta”; “mujer madura y seria, se ofrece para cuidar niños y personas de la tercera edad”.
Ante este último anuncio, a los más viejos, se nos abren las carnes. “Ningún chino –dice el titular del articulo de un magacín dominical que no leo- mandaría a sus padres al asilo”. Los chinos, cuando cumples ochenta años, te llaman “venerable” y te permiten vestirte de amarillo, que es el color del emperador. Aquí –soy testigo de excepción, como víctima del hecho-, si te entretienes o tardas en el paso de cebra, te llaman abuelo, cabrón y te preguntan a grito pelado por qué no te quedas en casa tocándote, si te aburres, los cojones. A mí, lo que me parece más sorprendente es que incluso un energúmeno tenga ese atisbo de sensibilidad que hace que se preocupe de mi posible aburrimiento y me dé consejos, que, como tales, le agradezco, pero es que yo no me aburro nunca, le habría explicado si me hubiera dado tiempo antes de que doblara la esquina con el coche inundado de sonoro rock duro. Genio y figura, pienso mientras procuro agilizar el paso para evitar más molestias e improperios; hasta la música que le gusta revela ese excedente de energía que le impide compadecerse de que a los demás se nos estén acabando las pilas y hayan dejado de fabricar repuestos para una maquinaria tan antigua.
domingo, 26 de junio de 2011
Hace, es cierto, calor. No demasiado, sin embargo aquí, en Asturias, donde lo ha estado rebajando el viento del nordeste, y menos para muchos de nosotros, para quienes hace mucha mas vejez que calor.
Agobia más la sorprendente falta de resuello, que el calor. Y sorprende que el pensamiento y la voluntad te muevan como antes, cuando fuiste joven, pero no responda el desgastado mecanismo de vete a saber cuál de los muchos engranajes que nos componen.
A la larga, lo entiende uno y procura ir más despacio. Se aprenden trucos. De ir muy cargado, conviene echar los brazos atrás y sujetar la carga con ambas manos. No sabes por qué, pero en distancias largas es más fácil dar pocos pasos largos que muchos cortos.
Extraña celebración del Corpus Christi en domingo, para quienes habíamos aprendido que había tres jueves en el año que relucían más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión, que este año fue también de celebración dominguera.
Dicen que es para producir más, pero cada día resulta más evidente que ni siquiera se trata de producir más ni mejor, sino de producir lo adecuado, en la cantidad suficiente. Y que lo más importante todavía es saber vender y dónde, para poder cobrar y atender el gasto creciente de una administración disparatada.
Que tampoco cabe destruir ni modificar de golpe, porque se corre el riesgo de incrementar el paro en términos más peligrosos todavía del que se halla, con personas poco aptas para enfrentarse con el estado de necesidad puro.
No estamos entregando la antorcha -vieja alegoría concretada en bronce en la Ciudad Universitaria de mi juventud, que no llegamos a habitar sino con el deseo los últimos aprendices de juristas del “viejo caserón” de San Bernardo, en la frontera casi de la calle de Libreros, donde supongo amarillearán cada vez menos, ahora con esto de las bases de datos, los pacientes tomos de los sempiternos “huesos”, heredados de generación en generación, con cada vez más notas y más glosas para recoger las nuevas leyes y tener noticia de los nuevos criterios jurisprudenciales- no la estamos entregando con el aire de dignidad que proporciona un trabajo bien hecho. Dejamos pendiente a las nuevas generaciones demasiado trabajo por hacer y demasiadas brújulas desimantadas. Y para colmo, a algunos, y no de los peor dotados, alguien los desvió algún día para que hiciesen un “carrerón” político y ahora topan con los vaivenes y las turbulencias de las crisis y les queda por hacer el desembarco en el nuevo continente del neorenacimiento, imprevisible lugar donde están por poner los letreros de las carreteras, los nombres de las ciudades y los CPSs carecen de satélite guía. En su día, Jon Juaristi escribió unos versos en que consideraba la posibilidad de que nos hubieran engañado nuestros padres. Podría añadir un estrambote con la confesión de que no sabemos si habremos engañado a nuestros hijos. Aunque haya sido con la mejor voluntad de tratar de mejorarlo todo. Hubiésemos querido, la mayoría, dejarles un mundo feliz, y no fuimos conscientes, o preferimos cerrar los ojos y seguir, a pesar de todo, de modo que nos los avisamos de que este mundo es como es, y por añadidura, como es en cada momento, según ciertas reglas del orden y del caos, que nadie sabe cuándo y cómo van a entrecruzarse para que cumplamos con el deber de cada cual y el del conjunto, en constante evolución caleidoscópica.
Agobia más la sorprendente falta de resuello, que el calor. Y sorprende que el pensamiento y la voluntad te muevan como antes, cuando fuiste joven, pero no responda el desgastado mecanismo de vete a saber cuál de los muchos engranajes que nos componen.
A la larga, lo entiende uno y procura ir más despacio. Se aprenden trucos. De ir muy cargado, conviene echar los brazos atrás y sujetar la carga con ambas manos. No sabes por qué, pero en distancias largas es más fácil dar pocos pasos largos que muchos cortos.
Extraña celebración del Corpus Christi en domingo, para quienes habíamos aprendido que había tres jueves en el año que relucían más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión, que este año fue también de celebración dominguera.
Dicen que es para producir más, pero cada día resulta más evidente que ni siquiera se trata de producir más ni mejor, sino de producir lo adecuado, en la cantidad suficiente. Y que lo más importante todavía es saber vender y dónde, para poder cobrar y atender el gasto creciente de una administración disparatada.
Que tampoco cabe destruir ni modificar de golpe, porque se corre el riesgo de incrementar el paro en términos más peligrosos todavía del que se halla, con personas poco aptas para enfrentarse con el estado de necesidad puro.
No estamos entregando la antorcha -vieja alegoría concretada en bronce en la Ciudad Universitaria de mi juventud, que no llegamos a habitar sino con el deseo los últimos aprendices de juristas del “viejo caserón” de San Bernardo, en la frontera casi de la calle de Libreros, donde supongo amarillearán cada vez menos, ahora con esto de las bases de datos, los pacientes tomos de los sempiternos “huesos”, heredados de generación en generación, con cada vez más notas y más glosas para recoger las nuevas leyes y tener noticia de los nuevos criterios jurisprudenciales- no la estamos entregando con el aire de dignidad que proporciona un trabajo bien hecho. Dejamos pendiente a las nuevas generaciones demasiado trabajo por hacer y demasiadas brújulas desimantadas. Y para colmo, a algunos, y no de los peor dotados, alguien los desvió algún día para que hiciesen un “carrerón” político y ahora topan con los vaivenes y las turbulencias de las crisis y les queda por hacer el desembarco en el nuevo continente del neorenacimiento, imprevisible lugar donde están por poner los letreros de las carreteras, los nombres de las ciudades y los CPSs carecen de satélite guía. En su día, Jon Juaristi escribió unos versos en que consideraba la posibilidad de que nos hubieran engañado nuestros padres. Podría añadir un estrambote con la confesión de que no sabemos si habremos engañado a nuestros hijos. Aunque haya sido con la mejor voluntad de tratar de mejorarlo todo. Hubiésemos querido, la mayoría, dejarles un mundo feliz, y no fuimos conscientes, o preferimos cerrar los ojos y seguir, a pesar de todo, de modo que nos los avisamos de que este mundo es como es, y por añadidura, como es en cada momento, según ciertas reglas del orden y del caos, que nadie sabe cuándo y cómo van a entrecruzarse para que cumplamos con el deber de cada cual y el del conjunto, en constante evolución caleidoscópica.
Lo más urgente de lo mucho que hay urgente es rebajar el paro, por lo menos en un ochenta por ciento y dejarlo en alrededor de un millón de personas, de las que algunas rechazarían un puesto de trabajo y muchas un puesto de trabajo que no coincidiera con el que desean.
Esto se puede tratar de conseguir y creo que con bastante éxito, si los ayuntamientos colaboran y lo hacen los sindicatos.
Los ayuntamientos tienen que gestionar y facilitar el establecimiento en el territorio de su jurisdicción de factorías de empresas multinacionales o grandes nacionales, dándoles todas las facilidades legalmente posibles. Atentos sin embargo a evitar que se aprovechen truchimanes de la oferta y de sus ventajas.
Los sindicatos tienen que flexibilizar y abaratar el despido y tolerar las remuneraciones proporcionales a la productividad.
Un tercer esfuerzo es el que deberían hacer las empresas medianas y pequeñas, intentando limar, cuando existan, las abismales diferencias salariales de su personal de alta y baja condición.
Tiene que desaparecer el impuesto de sucesiones y donaciones y es de la mayor conveniencia rebajar IVA e impuesto de sociedades, por lo menos para las PYMES.
La ley de paridad no parece inspirada por el sentido común. A lo mejor, en cualquier momento dado, optan a puesto de trabajo sólo mujeres aptas o sólo hombres aptos y me parece evidente que no será perjudicial ni para la empresa ni para el común que se contrate, hombrees o mujeres en mayoría o en exclusiva, a los más aptos de aquellos que se presenten.
Esto se puede tratar de conseguir y creo que con bastante éxito, si los ayuntamientos colaboran y lo hacen los sindicatos.
Los ayuntamientos tienen que gestionar y facilitar el establecimiento en el territorio de su jurisdicción de factorías de empresas multinacionales o grandes nacionales, dándoles todas las facilidades legalmente posibles. Atentos sin embargo a evitar que se aprovechen truchimanes de la oferta y de sus ventajas.
Los sindicatos tienen que flexibilizar y abaratar el despido y tolerar las remuneraciones proporcionales a la productividad.
Un tercer esfuerzo es el que deberían hacer las empresas medianas y pequeñas, intentando limar, cuando existan, las abismales diferencias salariales de su personal de alta y baja condición.
Tiene que desaparecer el impuesto de sucesiones y donaciones y es de la mayor conveniencia rebajar IVA e impuesto de sociedades, por lo menos para las PYMES.
La ley de paridad no parece inspirada por el sentido común. A lo mejor, en cualquier momento dado, optan a puesto de trabajo sólo mujeres aptas o sólo hombres aptos y me parece evidente que no será perjudicial ni para la empresa ni para el común que se contrate, hombrees o mujeres en mayoría o en exclusiva, a los más aptos de aquellos que se presenten.
No hay, ni puedo imaginar que sea posible nunca, un estado laico. Se puede mantener, y no tengo nada contra la libertad religiosa y de cultos, pero el Estado, como tal, tendrá habitualmente una religión mayoritaria, que, mientras lo sea, será la suya.
Porque el hombre, que tiene incuestionables vocaciones de felicidad y de eternidad, necesita de una religión, lo mismo que necesita de una organización, un régimen, un sistema político de gobierno.
La religión tiene una parcela cultural, puesto que la cultura hace referencia al hombre completo, en su doble esencia individual y social, pero también, como espécimen, complejo de cuerpo y alma, que habrá quien preferiría que dijese que de cuerpo y de energía vital. Y convenga, contra las preferencias de los estados teocráticos, o no convenga dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, me parecen a mi indispensables ambos.
No puedo imaginar orden y concierto adecuados para las necesidades de cualquier grupo humano, tanto desde su perspectiva religiosa como desde la política, que no se apoye y complemente de modo recíproco sus principios en los del otro de manera que se mutuamente se legitimen.
El ateísmo, que asimismo respeto como postura, lo mismo que el agnosticismo, me parecen equivalentes del anarquismo, también respetable como idea personal, por poco aconsejable que en cambio parezca como criterio de lo que sería un desorden social. El ateo, el agnóstico y el ácrata, necesitan también de unos principios, un ética, personal o colectiva, que de algún modo equivalen a los órdenes políticos o religiosos de habitual consideración. Al fin y al cabo, una religión es metafísica de la ética, en cuanto es una ética a que se añaden los misterios que permiten ir más allá de la frontera en que la vida muda o se acaba, según la interpretación o la creencia de cada cual. Que yo siempre pienso que es mejor creer y decido hacerlo, puesto que me proporciona un plus de esperanza y en definitiva de caridad, de extraordinaria importancia para la vida
Porque el hombre, que tiene incuestionables vocaciones de felicidad y de eternidad, necesita de una religión, lo mismo que necesita de una organización, un régimen, un sistema político de gobierno.
La religión tiene una parcela cultural, puesto que la cultura hace referencia al hombre completo, en su doble esencia individual y social, pero también, como espécimen, complejo de cuerpo y alma, que habrá quien preferiría que dijese que de cuerpo y de energía vital. Y convenga, contra las preferencias de los estados teocráticos, o no convenga dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, me parecen a mi indispensables ambos.
No puedo imaginar orden y concierto adecuados para las necesidades de cualquier grupo humano, tanto desde su perspectiva religiosa como desde la política, que no se apoye y complemente de modo recíproco sus principios en los del otro de manera que se mutuamente se legitimen.
El ateísmo, que asimismo respeto como postura, lo mismo que el agnosticismo, me parecen equivalentes del anarquismo, también respetable como idea personal, por poco aconsejable que en cambio parezca como criterio de lo que sería un desorden social. El ateo, el agnóstico y el ácrata, necesitan también de unos principios, un ética, personal o colectiva, que de algún modo equivalen a los órdenes políticos o religiosos de habitual consideración. Al fin y al cabo, una religión es metafísica de la ética, en cuanto es una ética a que se añaden los misterios que permiten ir más allá de la frontera en que la vida muda o se acaba, según la interpretación o la creencia de cada cual. Que yo siempre pienso que es mejor creer y decido hacerlo, puesto que me proporciona un plus de esperanza y en definitiva de caridad, de extraordinaria importancia para la vida
sábado, 25 de junio de 2011
Cuanto más pobre sea un pueblo y más deficitaria su cultura, será más difícil implantar o mantener en él un sistema democrático de gobierno, que, por su propia naturaleza, requiere tiempo, recursos y la mayor homogeneidad sociopolítica posible.
Cuanto más pobre sea un pueblo y más deficitaria su cultura, necesitará más un sistema de gobierno ágil y resolutivo, incompatible con la perpetua duda democrática, que ralentiza decisiones, y, por consiguiente, soluciones que para los más necesitados no admiten, no pueden soportar espera.
Una infraestructura para inventar y poner algo donde no hay nada o demasiado poco, ha de realizarse, por ejemplo, sin la demora habitual que requiere deliberar sobre cualquier mejora de los que ya tienen satisfechas sus necesidades básicas en democracia con economía estructurada, puesto que del retraso se siguen hambre, necesidades insatisfechas, injusticia social, crispaciones personales y situaciones sociales inestables.
Siempre, sin embargo, los utópicos a ultranza, seguirán diciendo que decir que se piensa de este modo no es más que un subterfugio para mantener situaciones de tiranía o de abuso de poder, que siempre serán, en opinión de quienes así opinan, más urgentes de remediar que las necesidades de un cuerpo social sojuzgado.
Como el lógico, no se puede estar nunca seguro de tener razón, pero me sigue pareciendo a mí más probable que lo más urgente en estos supuestos es tratar de homogeneizar la cultura del grupo.
Se tardará más, pero el resultado final tendrá mayor solidez, estabilidad y duración.
Cuanto más pobre sea un pueblo y más deficitaria su cultura, necesitará más un sistema de gobierno ágil y resolutivo, incompatible con la perpetua duda democrática, que ralentiza decisiones, y, por consiguiente, soluciones que para los más necesitados no admiten, no pueden soportar espera.
Una infraestructura para inventar y poner algo donde no hay nada o demasiado poco, ha de realizarse, por ejemplo, sin la demora habitual que requiere deliberar sobre cualquier mejora de los que ya tienen satisfechas sus necesidades básicas en democracia con economía estructurada, puesto que del retraso se siguen hambre, necesidades insatisfechas, injusticia social, crispaciones personales y situaciones sociales inestables.
Siempre, sin embargo, los utópicos a ultranza, seguirán diciendo que decir que se piensa de este modo no es más que un subterfugio para mantener situaciones de tiranía o de abuso de poder, que siempre serán, en opinión de quienes así opinan, más urgentes de remediar que las necesidades de un cuerpo social sojuzgado.
Como el lógico, no se puede estar nunca seguro de tener razón, pero me sigue pareciendo a mí más probable que lo más urgente en estos supuestos es tratar de homogeneizar la cultura del grupo.
Se tardará más, pero el resultado final tendrá mayor solidez, estabilidad y duración.
viernes, 24 de junio de 2011
Puede que haya llegado el momento, y, sin embargo, no es el momento de reformar la Constitución. Con lo que la vida pone de manifiesto su condición de convivencia paradójica con el resto de los humanos, pero no sólo con estos con que coincidimos en el tiempo y el espacio, sino con quienes nos precedieron y seguirán cuando no habíamos llegado o hayamos pasado.
Necesitamos una Constitución muy breve, concisa y clara, susceptible de enmiendas variables para su reajuste en el futuro previsible de los medio y largo plazo a que remite la convicción de que una Constitución no se piensa, pacta y promulga para plazos cortos.
Una Ley Fundamental no puede ser prolija ni detallista, porque los detalles no son trascendentes, ni, por su condición, tan inmutables como la condición esencial de fundamental confiere a esta Ley, con vocación por ella de permanencia.
La Constitución debe contener los principios básicos de la cultura del grupo, huyendo de la ambigüedad y el propósito ni de perpetuar lo que nos tiene vocación de ser cuanto de perpetuo cabe en este mundo mudable, ni de banalizar lo que alguien puede pretender mudar contra natura.
Un mal momento, este de necesarias correcciones y concreciones, cuando todo se halla en crisis en medio de las culturas concurrentes de la época –aclaro en seguida que llamo cultura al modo de comportarse de cada grupo social como consecuencia de sus convicciones colectivas y de la suma de los principios individuales de sus miembros-, sin que valga que digamos haber dejado de ser lo que trata de abolirse o que llegamos a ser lo que pretende implantarse en nuestro modo real de ser y comportarnos.
Y el cambio constitucional, debe ser acompañado o seguido con la posible inmediatez de una promulgación de normas hoy indebidamente incluidas en la fundamental y otras que ya sabemos que constituyeron sucesivos errores en relación con las necesidades de la gente y del grupo que la gente forma precisamente en este tiempo y en este ámbito.
Lo que pasa es que concurre esta necesidad, cada vez más acuciante, con la de inventar una estructura económica y otra política que nos conjuguen con la realidad del mundo inimaginable que saldrá de las crisis cultural, política y económica pendientes tal vez como última consecuencia de que hayamos tratado de vivir más deprisa y durante más tiempo del que realmente nos correspondía y siendo más felices de lo que toca a este valle.
Necesitamos una Constitución muy breve, concisa y clara, susceptible de enmiendas variables para su reajuste en el futuro previsible de los medio y largo plazo a que remite la convicción de que una Constitución no se piensa, pacta y promulga para plazos cortos.
Una Ley Fundamental no puede ser prolija ni detallista, porque los detalles no son trascendentes, ni, por su condición, tan inmutables como la condición esencial de fundamental confiere a esta Ley, con vocación por ella de permanencia.
La Constitución debe contener los principios básicos de la cultura del grupo, huyendo de la ambigüedad y el propósito ni de perpetuar lo que nos tiene vocación de ser cuanto de perpetuo cabe en este mundo mudable, ni de banalizar lo que alguien puede pretender mudar contra natura.
Un mal momento, este de necesarias correcciones y concreciones, cuando todo se halla en crisis en medio de las culturas concurrentes de la época –aclaro en seguida que llamo cultura al modo de comportarse de cada grupo social como consecuencia de sus convicciones colectivas y de la suma de los principios individuales de sus miembros-, sin que valga que digamos haber dejado de ser lo que trata de abolirse o que llegamos a ser lo que pretende implantarse en nuestro modo real de ser y comportarnos.
Y el cambio constitucional, debe ser acompañado o seguido con la posible inmediatez de una promulgación de normas hoy indebidamente incluidas en la fundamental y otras que ya sabemos que constituyeron sucesivos errores en relación con las necesidades de la gente y del grupo que la gente forma precisamente en este tiempo y en este ámbito.
Lo que pasa es que concurre esta necesidad, cada vez más acuciante, con la de inventar una estructura económica y otra política que nos conjuguen con la realidad del mundo inimaginable que saldrá de las crisis cultural, política y económica pendientes tal vez como última consecuencia de que hayamos tratado de vivir más deprisa y durante más tiempo del que realmente nos correspondía y siendo más felices de lo que toca a este valle.
miércoles, 22 de junio de 2011
Sabe Dios si para muchos años, unos lustros o lo que queda de siglo, lo cierto es que estas villas de las comarcas que fueron agropecuarias, de las alas de Asturias, se van quedando en museos de su memoria.
Recorres las calles vacías –mueve el viento burujos de papel, una bolsa de plástico, polvo y creo que palabras las palabras las mueve el viento: las que se dijeron, las calladas, las que sufrimos por no haber dicho y las que nos duele haber omitido-, y te descubres en una región onírica, como el recién llegado en un viaje de la máquina inventada por H.G. Wells, que, al apearse, miraría con recelo a su alrededor preguntándose por el lugar y la época a que le hubiera llevado el artefacto, en el ayer o en el mañana.
Calles que esperan el bullicio incontenible de la exuberancia del verano lúdico, timoteíno, de cada año, con el lastre casi insoportable de acordarse de cómo eran cuando las casas estaban llenas, nacían niños y se preparaban ilusiones.
Son como un escenario, ahora me doy cuenta. Preparado para la representación de los cómicos de la legua, que vendrán como las golondrinas, lleno del polvo olvidado por los cómicos de la legua que un día representaron y luego se fueron de ese modo irrevocable con que el tiempo se desliza hacia el buche que no cabe saciar del ocaso del sol. ¿Viene de oriente, el tiempo o corre hacia él? ¿Se desliza hacia la puesta del sol o va disparado hacia el futuro?
A ciertas horas, pasa por tu calle el imperturbable ciclista que circula como a máquina lenta y desprecia las señales como si en realidad él no existiera, fuese parte de la parte de calle hundida en el sueño. O, ahora que se acerca el verano, atraviesa una de esas avutardas en que se convirtieron las muchachas núbiles desde que usan faldellín para recorrer su adolescencia. O pasa la viejecita, o se arrastra con su perro paciente, nervioso, el viejecito. Son pueblecitos, a ratos villorrios, donde todo parece haber pasado ya y sólo puede que vengan los ecologistas, los nostálgicos, o estos viejecitos, a recordar cómo fuimos en nuestros abuelos de cuando las olas sucesivas de indianos, los de la leontina o los del haiga.
Ya ni bajan las lecheras, ni las vaqueiras con sus natas, el requesón y la mantenga, los pollos salvajes, de caleya, ni las xaldas de Balsera, con la fruta más sabrosa desbordando de las alforjas de la burra que nos daban a los nenos tres perrinas para que se las aparcásemos en el llerón del río durante el mercado de la plaza.
Viejecitos, sueños, palabras y polvo de palabras, recuerdos punzantes, ingenio olvidado, tertulias vacías. Cerraron las tiendas de ultramarinos y los cafés de espejos y peluche. No quedan jugadores de tresillo, de dominó o de malilla y en el puerto, donde se almacenaban los pertrechos o la baratería, donde se angustiaron agorafóbicos los emigrantes sin destino de los veleros de la carera de las Américas, ahora han puesto terrazas para que los guiris se escalofríen cuando pase el nordés.
Tal vez Cascos, que es de aquí, nos invente para éste y para los demás agonizantes pueblinos de la costa verde unos talleres que repartan la ilusión del trabajo.
Por de pronto, ya nos han puesto guías, cicerones, como a las catedrales, para visitas guiadas durante que se cuentan las leyendas, las historias y los cuentiquinos de que fuera, más allá del collado, lejos, está bullendo como loco el mundo del siglo que viene, donde se pongan ustedes como se pongan, las cosas van a ser distintas, inimaginables.
Me sobrecoge el miedo a lo que puede costar el cambio, si no somos capaces de ahormar ese futuro que viene arrollándolo todo.
Recorres las calles vacías –mueve el viento burujos de papel, una bolsa de plástico, polvo y creo que palabras las palabras las mueve el viento: las que se dijeron, las calladas, las que sufrimos por no haber dicho y las que nos duele haber omitido-, y te descubres en una región onírica, como el recién llegado en un viaje de la máquina inventada por H.G. Wells, que, al apearse, miraría con recelo a su alrededor preguntándose por el lugar y la época a que le hubiera llevado el artefacto, en el ayer o en el mañana.
Calles que esperan el bullicio incontenible de la exuberancia del verano lúdico, timoteíno, de cada año, con el lastre casi insoportable de acordarse de cómo eran cuando las casas estaban llenas, nacían niños y se preparaban ilusiones.
Son como un escenario, ahora me doy cuenta. Preparado para la representación de los cómicos de la legua, que vendrán como las golondrinas, lleno del polvo olvidado por los cómicos de la legua que un día representaron y luego se fueron de ese modo irrevocable con que el tiempo se desliza hacia el buche que no cabe saciar del ocaso del sol. ¿Viene de oriente, el tiempo o corre hacia él? ¿Se desliza hacia la puesta del sol o va disparado hacia el futuro?
A ciertas horas, pasa por tu calle el imperturbable ciclista que circula como a máquina lenta y desprecia las señales como si en realidad él no existiera, fuese parte de la parte de calle hundida en el sueño. O, ahora que se acerca el verano, atraviesa una de esas avutardas en que se convirtieron las muchachas núbiles desde que usan faldellín para recorrer su adolescencia. O pasa la viejecita, o se arrastra con su perro paciente, nervioso, el viejecito. Son pueblecitos, a ratos villorrios, donde todo parece haber pasado ya y sólo puede que vengan los ecologistas, los nostálgicos, o estos viejecitos, a recordar cómo fuimos en nuestros abuelos de cuando las olas sucesivas de indianos, los de la leontina o los del haiga.
Ya ni bajan las lecheras, ni las vaqueiras con sus natas, el requesón y la mantenga, los pollos salvajes, de caleya, ni las xaldas de Balsera, con la fruta más sabrosa desbordando de las alforjas de la burra que nos daban a los nenos tres perrinas para que se las aparcásemos en el llerón del río durante el mercado de la plaza.
Viejecitos, sueños, palabras y polvo de palabras, recuerdos punzantes, ingenio olvidado, tertulias vacías. Cerraron las tiendas de ultramarinos y los cafés de espejos y peluche. No quedan jugadores de tresillo, de dominó o de malilla y en el puerto, donde se almacenaban los pertrechos o la baratería, donde se angustiaron agorafóbicos los emigrantes sin destino de los veleros de la carera de las Américas, ahora han puesto terrazas para que los guiris se escalofríen cuando pase el nordés.
Tal vez Cascos, que es de aquí, nos invente para éste y para los demás agonizantes pueblinos de la costa verde unos talleres que repartan la ilusión del trabajo.
Por de pronto, ya nos han puesto guías, cicerones, como a las catedrales, para visitas guiadas durante que se cuentan las leyendas, las historias y los cuentiquinos de que fuera, más allá del collado, lejos, está bullendo como loco el mundo del siglo que viene, donde se pongan ustedes como se pongan, las cosas van a ser distintas, inimaginables.
Me sobrecoge el miedo a lo que puede costar el cambio, si no somos capaces de ahormar ese futuro que viene arrollándolo todo.
martes, 21 de junio de 2011
Andas diciendo a la gente –dice la canción- que tienes un olivar, y el olivar que tú tienes, es que te quieres casar. Vuelven ahora la mirada atrás, algunos, y advierten que lo de privatizar las cajas de ahorros tiene, para los políticos de las CCAA sus ventajas y sus desventajas. Ahí es nada, tener una entidad financiera cercana y amiga o que se reconvierta en banco lejano y, cuando más, conocido.
Lo que pasa es que en este mundo desajustado del umbral del siglo XXI, se han hecho tantas y tan problemáticas probaturas con el dinero que nadie se fía de las relaciones próximas y amicales. Recuerda, me decía hace poco un banquero que el Código mercantil advertía de que con esto de los cuartos hay que ser muy serio y no caben términos de gracia y cortesía.
El dinero es un elemento perturbador, casi tanto como facilitador de la relación socioeconómica humana. Nos permite convivir dentro de cierto orden y casi siempre desproporcionado concierto, pero es sustancia tan huidiza, manejable y fungible que con facilidad nos sume en el miedo, el desconcierto y la ruina. La ruina es un estado contagioso. Contamina todo el ámbito en que se mueven sus víctimas y provoca que al no poder cobrar quienes se relacionaron con ellas, a su vez tampoco pueden pagar y la cadena se alarga y va perjudicando a más y más gente, susceptible de aterrorizarse y provocar caos sociales de dimensiones incalculables.
Hay quien dice que somos cada vez más gente, que crece la población mundial en progresión y proporción geométrica y que no va a haber para todos. No es cierto, pero lo es en cambio que muchos acaparan y otros, por unas u otras razones o sinrazones, son incapaces de ahorrar y así prevenir situaciones de carencia.
Y asimismo es cierto que no ha sido capaz la humanidad de organizarse de modo que funcionara un sistema de redistribución de bienes susceptible de remediar las insuficiencias de una solo supuesta igualdad de oportunidades que no tiene en cuenta las consecuencias de su propio fracaso, es decir, el de las oportunidades.
Nos concierne la conveniencia, diría que obligación, de enterarnos de que con los grupos sociales, con los diferentes países, pasa como con las personas individuales, que no son todos igual de ricos ni pueden por lo tanto permitirse lo que otros, y que, en vista de lo que se tarda en construir y ensamblar las unidades sociopolíticas que podrán enfrentarse con la realidad inexorable de la aldea global, va a resultar imprescindible acudir a remedios de urgencia de que es ejemplo el problema griego.
Para lo cual hará falta, pienso yo, evitar que quienes manejan, controlan u orientan el flujo del dinero, tengan confianza en las operaciones mercantiles y financieras.
Una vez que hemos aprendido que no se debe usar dinero virtual para pagar caprichos actuales, ni se deben utilizar créditos que no sea razonable que se puedan financiar.
Lo que pasa es que en este mundo desajustado del umbral del siglo XXI, se han hecho tantas y tan problemáticas probaturas con el dinero que nadie se fía de las relaciones próximas y amicales. Recuerda, me decía hace poco un banquero que el Código mercantil advertía de que con esto de los cuartos hay que ser muy serio y no caben términos de gracia y cortesía.
El dinero es un elemento perturbador, casi tanto como facilitador de la relación socioeconómica humana. Nos permite convivir dentro de cierto orden y casi siempre desproporcionado concierto, pero es sustancia tan huidiza, manejable y fungible que con facilidad nos sume en el miedo, el desconcierto y la ruina. La ruina es un estado contagioso. Contamina todo el ámbito en que se mueven sus víctimas y provoca que al no poder cobrar quienes se relacionaron con ellas, a su vez tampoco pueden pagar y la cadena se alarga y va perjudicando a más y más gente, susceptible de aterrorizarse y provocar caos sociales de dimensiones incalculables.
Hay quien dice que somos cada vez más gente, que crece la población mundial en progresión y proporción geométrica y que no va a haber para todos. No es cierto, pero lo es en cambio que muchos acaparan y otros, por unas u otras razones o sinrazones, son incapaces de ahorrar y así prevenir situaciones de carencia.
Y asimismo es cierto que no ha sido capaz la humanidad de organizarse de modo que funcionara un sistema de redistribución de bienes susceptible de remediar las insuficiencias de una solo supuesta igualdad de oportunidades que no tiene en cuenta las consecuencias de su propio fracaso, es decir, el de las oportunidades.
Nos concierne la conveniencia, diría que obligación, de enterarnos de que con los grupos sociales, con los diferentes países, pasa como con las personas individuales, que no son todos igual de ricos ni pueden por lo tanto permitirse lo que otros, y que, en vista de lo que se tarda en construir y ensamblar las unidades sociopolíticas que podrán enfrentarse con la realidad inexorable de la aldea global, va a resultar imprescindible acudir a remedios de urgencia de que es ejemplo el problema griego.
Para lo cual hará falta, pienso yo, evitar que quienes manejan, controlan u orientan el flujo del dinero, tengan confianza en las operaciones mercantiles y financieras.
Una vez que hemos aprendido que no se debe usar dinero virtual para pagar caprichos actuales, ni se deben utilizar créditos que no sea razonable que se puedan financiar.
lunes, 20 de junio de 2011
Estudiábamos los rudimentos del francés y empezábamos por aquella carta dirigida a “mon cher ami Nicolas”, que recuerdo al dirigir ésta mía de hoy a cualquiera de los que a cada paso me preguntan qué está pasando con este para ellos incomprensible lío de una política intransigente, salvo cuando se trata de pactar para subirse al podio y verter y esparcir el champán.
Todo empezó por aquello de los cascarones vacíos. El mundo seguía su camino, como el planeta en el espacio sideral, gira que te girarás, igual que un curioso tiovivo, que siempre parece estar donde estaba, pero cada mañana amanece en una plaza diferente de la gran ciudad. Parece el mismo tiovivo, pero según la idiosincrasia del barrio, conforme a la época del año, con arreglo a los caprichos del administrador, los vehículos y los bichos que se mueven, viejos automóviles, carros, carretas, bichos, animales de las más variadas especies, hacen que los viajeros de cada recorrido, que lo es casi siempre en el tiempo y casi nunca en el espacio, cuando terminan se pregunten dónde están, si corrieron tanto y han vuelto a la acera de origen.
Los partidos se han convertido, en muchos casos, en tranvías de la misma marca y propiedad, pintados para anunciar productos diversos, muchos de los cuales ya no están en el mercado. Se sube la gente, no para compartir viaje, sino para llegar a destino personal.
¿Lo entiendes, mon cher amí? Lo que importa no es la idea, sino la persona, a todo más, el grupo. Date cuenta de que nos hallamos cosa que ya ha ocurrido más veces a lo largo de la historia humana, en momento de concurrencia de crisis sociales y económicas, en tiempo de que por haber cambiado el ámbito social de convivencia, a la vez que de modo circunstancial, se han movido los cimientos esenciales de nuestro castillo roquero, el que nos ampara del “miedo a la libertad” tan humano.
Por eso se producen ensayos, cambios, intercambios, mudanzas y probaturas mediante que gentes incluso de buena voluntad, parecen desleales cuando todavía no aprendieron a serlo de una idea sencilla, planificadora y claramente explicada como propósito diferencial de administración del futuro y parece que andan buscando o el sol que más caliente o la sombra que mejor ampare.
Todo ello, con los instintivos cambios de postura que implica, con los hervores sociopolítico y socioeconómico que evidencia, no es más que acreditación y demostración de que estamos ante un tiempo nuevo, ante una apasionante época de neorenacimiento e incorporación del polvo decantado en los remansos del pasado al agua nueva y viva del futuro que llega a raudales.
Es éste, querido amigo, tiempo a la vez de genios y soñadores, de locos y de poetas, de pícaros y de malvados pescadores de agua turbia y tiempo revuelto. Tiempo de mudanza del modo de ser, que se produce cada cierto número de generaciones y se diferencia del cambio del modo de estar, que ocurre cada generación una o varias veces. Un tiempo a la vez difícil de entender, pero apasionante de vivir.
Todo empezó por aquello de los cascarones vacíos. El mundo seguía su camino, como el planeta en el espacio sideral, gira que te girarás, igual que un curioso tiovivo, que siempre parece estar donde estaba, pero cada mañana amanece en una plaza diferente de la gran ciudad. Parece el mismo tiovivo, pero según la idiosincrasia del barrio, conforme a la época del año, con arreglo a los caprichos del administrador, los vehículos y los bichos que se mueven, viejos automóviles, carros, carretas, bichos, animales de las más variadas especies, hacen que los viajeros de cada recorrido, que lo es casi siempre en el tiempo y casi nunca en el espacio, cuando terminan se pregunten dónde están, si corrieron tanto y han vuelto a la acera de origen.
Los partidos se han convertido, en muchos casos, en tranvías de la misma marca y propiedad, pintados para anunciar productos diversos, muchos de los cuales ya no están en el mercado. Se sube la gente, no para compartir viaje, sino para llegar a destino personal.
¿Lo entiendes, mon cher amí? Lo que importa no es la idea, sino la persona, a todo más, el grupo. Date cuenta de que nos hallamos cosa que ya ha ocurrido más veces a lo largo de la historia humana, en momento de concurrencia de crisis sociales y económicas, en tiempo de que por haber cambiado el ámbito social de convivencia, a la vez que de modo circunstancial, se han movido los cimientos esenciales de nuestro castillo roquero, el que nos ampara del “miedo a la libertad” tan humano.
Por eso se producen ensayos, cambios, intercambios, mudanzas y probaturas mediante que gentes incluso de buena voluntad, parecen desleales cuando todavía no aprendieron a serlo de una idea sencilla, planificadora y claramente explicada como propósito diferencial de administración del futuro y parece que andan buscando o el sol que más caliente o la sombra que mejor ampare.
Todo ello, con los instintivos cambios de postura que implica, con los hervores sociopolítico y socioeconómico que evidencia, no es más que acreditación y demostración de que estamos ante un tiempo nuevo, ante una apasionante época de neorenacimiento e incorporación del polvo decantado en los remansos del pasado al agua nueva y viva del futuro que llega a raudales.
Es éste, querido amigo, tiempo a la vez de genios y soñadores, de locos y de poetas, de pícaros y de malvados pescadores de agua turbia y tiempo revuelto. Tiempo de mudanza del modo de ser, que se produce cada cierto número de generaciones y se diferencia del cambio del modo de estar, que ocurre cada generación una o varias veces. Un tiempo a la vez difícil de entender, pero apasionante de vivir.
No es nada personal –suelen decir los organizadores de las fiestas-, pero usted tiene que conformarse con que parte importante de la fiesta sea el ruido. Hágase –añaden- a la idea de que la melopea del ciudadano de la tómbola es de algún modo melódica, y sustituya, con el consiguiente deleite espiritual, el constante fluir de su verborrea por la escucha de una deliciosa cantata. Cada vez que oiga un volador, figúrese estar en Waterloo, la víspera de la última batalla de aquel soñador de la EU amparada por la sombra de su bicornio. O navegando en cualquier bajel de la armada, en ocasión de alternativa probatura de las andanas diestra y siniestra. Enardecido, podrá usted sentir la esperanzada ansiedad del guerrero, su temor y los heraldos de la posible victoria. Dicen que La Marsellesa, uno de los más hermosos himnos del mundo, se escribió durante una noche de estas mismas características, en vísperas de batalla parecida al festival del Sano. Tenga calma si le un zagal, aquí guaje, le echa petardo o buscapiés por debajo de las sayas de su señora. Más se le vio a Marilyn cuando aquello de las faldas plisadas y no ocurrió nada irremediable. Si se le cruza una charanga, disfrute, y, si los baffles, altavoces o descomunales y atroces multiplicadores del pop le provocan delirios insomnes, tampoco proteste. Póngase en lo mejor. Piense que estas horas que le roba al sueño son horas que recupera, horas que en otro caso perdería vagando a través de un mundo más virtual que los euros con que se maneja la economía del mundo. Déjese de la monserga de que precisamente usted es un apóstol del silencio. Se arriesga a que venga un par de tipos con bata blanca y se lo lleven a predicar al manicomio más próximo. Cada fiesta es un manicomio hecho ámbito de la más sesuda y sosegada realidad. Duran poco, por desgracia, se acaban, se apagan las sonrisas y se deja el gentío de la bienandanza, del sosiego y de la exaltación de la amistad, para, bajado que hayamos del lugar de celebración de la romería anual, nos reintegremos al improperio, la maledicencia y el incansable e irreductible odio recíproco de los malos, que siempre, dondequiera que nos pongamos, son “los otros”, es decir, los que piensan diferente. No se queje usted, amigo/a, y disfrute del milagro de que la locura festival, festera, pluridimensional y estival, nos humanice cada veintidós de agosto y durante unos pocos días antes: las “vísporas”, y después: la “octava” Déjese vivir, hombre/mujer, que esto del vivir son tres días y para cuando vaya a mirar será un viejo o una anciana, carcundo/a, en cualquier caso. Cante hasta enronquecer, baile hasta desfallecer, coma hasta fartase y beba por encima de los límites de impregnación etílica. Quítese del vehículo rodado, de la seriedad, de la circunspección y de las manías. Tiempo le ha de quedar para arrepentirse cuando el invierno de la rutina y el del intercambio climático lo reduzca a su condición de ser humano normal. Aquí y ahora, dese cuenta de que hemos regresado casi al límite de la ingenuidad de la tribu primigenia. Si tiene miedo, cosa razonable y legítima. Cierre puertas y ventanas, póngase un tapón de orejas y enciérrese en el fondo más profundo de su hogar, que es su castillo. Pero luego no diga que se arrepiente, que nos echó de menos, que se siente no sabe cómo, pero incompleto, infeliz, solo/a en un agujero negro de una galaxia lejana.
domingo, 19 de junio de 2011
Bajo la cuesta que viene de la autovía y por primera vez este año me doy cuenta de que la primavera ha hecho su labor, están los árboles y los arbustos vestidos de toda su hojarasca. Me encuentro a la puerta de casa un perro pequeño, amarronado, dentón de orejas tiesas y mirar excitado, que me ronda la perrilla en celo desde hace unos días. Me mira, me rodea, me gruñe y con la manguera de regar las plantas le atizo un chorro de agua que le enfría los briosos ánimos. Se va muy digno, calle abajo, volviéndoseme a veces como diciendo que bueno, que por esta vez se va, pero que ya nos veremos un día que yo no tenga armas.
¡Pobre perrín! Primavera, celo de perra en flor, de año y medio escaso, y un humano déspota, cruel y caprichoso, no le permite cumplir con la obligación y la devoción que tan apasionadamente estaba dispuesto a obedecer. Me cuenta mi mujer que andaba suelto por la calle y cuando ella salió a pasear con nuestra pequeña golfilla las vino persiguiendo y la infrascrita no le oponía mala disposición. Al parecer las salvó un viandante que pasaba con su mujer y su hijo y echó una mano a las dos damas, una bajo tentación casi irresistible y la otra en apuros.
Lo de menos, dice muy filosófica mi mujer, sería dejarla cumplir con su destino, pero luego ¡quién le quita los cachorros!, y, si no se los quitamos, ¿quién carga con la camada?
Vengo cansado de hablar y hablar, esta semana de tanto explicarme ante quienes me ponen un distintivo de haber superado las bodas de oro de trabajo profesional, al día siguiente de una tertulia donde se habló de lo divino y lo humano, me horrorizo ante la imagen, a Dios gracias nada más que virtual, de media docena de cachorros y Laila orgullosa, enseñándomelos y tratando de mover su inexistente rabo.
Hoy, en el periódico, la curiosa noticia de una redada policial en los prostíbulos de Madrid, con más de un centenar de detenidos en que el juez no encuentra delito que imputarles y las laboriosas hetairas pidiendo que les dejen reintegrarse a su curro; más adelante, otro bárbaro, acuchilla a una chica y los indignados, también me parece peculiar, que ellos, que en gran cantidad están en paro, al parecer soliciten que se haga una huelga general.
Y para que no falte nadie a la cita del valle de la locura, están las páginas donde se narra la vida y milagros de algunos que allí se llaman famosos y para mi capote yo traduzco por impresentables.
Bueno, la vida es también esto y aquello. Leo que el martes, sobre el mediodía, creo, hace su entrada el verano. Primera tanda de vacaciones. Coches a las carreteras. Estadísticas de millones de enfermos, millones de hambrientos. Miedo al terremoto económico y sus resonancias, cuyo peligro no parece fácil de evitar, y una incertidumbre agobiante respecto del dinero de que se nos habla, que ya no sabemos si es de verdad o del virtual que manejaban los artistas de la orfebrería económica. Esos modernos alquimistas que al no encontrar la piedra filosofal, con un movimiento de sus varitas, nos hacían ver monedas contantes y sonantes, que por desgracia, cuando las íbamos a coger, algunas eran de verdad, pero otras sólo humo.
¡Pobre perrín! Primavera, celo de perra en flor, de año y medio escaso, y un humano déspota, cruel y caprichoso, no le permite cumplir con la obligación y la devoción que tan apasionadamente estaba dispuesto a obedecer. Me cuenta mi mujer que andaba suelto por la calle y cuando ella salió a pasear con nuestra pequeña golfilla las vino persiguiendo y la infrascrita no le oponía mala disposición. Al parecer las salvó un viandante que pasaba con su mujer y su hijo y echó una mano a las dos damas, una bajo tentación casi irresistible y la otra en apuros.
Lo de menos, dice muy filosófica mi mujer, sería dejarla cumplir con su destino, pero luego ¡quién le quita los cachorros!, y, si no se los quitamos, ¿quién carga con la camada?
Vengo cansado de hablar y hablar, esta semana de tanto explicarme ante quienes me ponen un distintivo de haber superado las bodas de oro de trabajo profesional, al día siguiente de una tertulia donde se habló de lo divino y lo humano, me horrorizo ante la imagen, a Dios gracias nada más que virtual, de media docena de cachorros y Laila orgullosa, enseñándomelos y tratando de mover su inexistente rabo.
Hoy, en el periódico, la curiosa noticia de una redada policial en los prostíbulos de Madrid, con más de un centenar de detenidos en que el juez no encuentra delito que imputarles y las laboriosas hetairas pidiendo que les dejen reintegrarse a su curro; más adelante, otro bárbaro, acuchilla a una chica y los indignados, también me parece peculiar, que ellos, que en gran cantidad están en paro, al parecer soliciten que se haga una huelga general.
Y para que no falte nadie a la cita del valle de la locura, están las páginas donde se narra la vida y milagros de algunos que allí se llaman famosos y para mi capote yo traduzco por impresentables.
Bueno, la vida es también esto y aquello. Leo que el martes, sobre el mediodía, creo, hace su entrada el verano. Primera tanda de vacaciones. Coches a las carreteras. Estadísticas de millones de enfermos, millones de hambrientos. Miedo al terremoto económico y sus resonancias, cuyo peligro no parece fácil de evitar, y una incertidumbre agobiante respecto del dinero de que se nos habla, que ya no sabemos si es de verdad o del virtual que manejaban los artistas de la orfebrería económica. Esos modernos alquimistas que al no encontrar la piedra filosofal, con un movimiento de sus varitas, nos hacían ver monedas contantes y sonantes, que por desgracia, cuando las íbamos a coger, algunas eran de verdad, pero otras sólo humo.
sábado, 18 de junio de 2011
Los entendidos, como mi buen amigo Fernando, que es de Onís, dicen que justo estos días son los que deben tenerse en cuenta para echar las de las témporas, con arreglo a las cuales se puede calcular como va a ser el verano que llega creo que el martes a no se qué hora exacta, que anunciaba ayer la televisión a través de una de sus cadenas en un descuido entre la telebasura exacerbada de la temporada y el cada vez por desgracia más triste espectáculo del fútbol.
Si funciona la tradición, una de las profundas de esta tierra mítica y druídica, tendremos un verano aturbonado, caluroso, húmedo, con llovizna a ratos, no demasiada y vientos rolando de norte a nordeste y algo de vendaval, ese agobio que convierte el aire en mermelada de aire.
Dije telebasura. ¿De verdad interesa a muchos que se quieran o se desquieran, se junten o se separen esos supuestos famosos de que forma parte tanta pacotilla? Aviado está el conjunto si a muchos importa la peripecia seudoemocional de ese curioso mundo o si se corta el pelo o se deja melena esa niña, va a parir otra señora o prefiere la de más allá dejarlo para más adelante. Rutilantes bodas de opereta, divorcios de mechinal. Todo, sin duda, muy respetable, pero que nos harían, pienso, un gran favor, si lo vivieran por su cuenta y riesgo, para su capote. La publicación de sus miserias son como una mala película que además repite una y otra vez el fracaso de sus secuencias.
El fútbol. Ahora, sobre que se han vuelto a apedrear los autobuses del enemigo, no es cosa de meter goles, sino de que no te los metan, con defensas como la que haría el famoso caballo que secaba la hierba a su paso. Ya conozco cada vez más gente que me dice que se duerme con el fútbol, como antes, a media película, con aquellas tandas de anuncios. Tuve un tío abuelo que cuando era no sé si incluso un poco menos viejo de lo que yo soy ahora, iba a un cine de sesión continua a dormir la siesta de aquella postguerra de Madrid, cuando sólo cabía combatir el aire del Guadarrama, “tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil”, con badila, herraj y brasero y aquellas mesas camilla con faldas de percal sobre que la lotería familiar del domingo por la tarde, de fabas y cartones, presentía el bingo. Siempre es lo mismo, se quejaba, primero van los indios persiguiendo a los vaqueros y luego vienen los vaqueros persiguiendo a los indios, y venga de matar vaqueros y venga de matar indios y ni unos ni otros se acaban. El, entonces, como yo ahora, se dormía apaciblemente.
Si funciona la tradición, una de las profundas de esta tierra mítica y druídica, tendremos un verano aturbonado, caluroso, húmedo, con llovizna a ratos, no demasiada y vientos rolando de norte a nordeste y algo de vendaval, ese agobio que convierte el aire en mermelada de aire.
Dije telebasura. ¿De verdad interesa a muchos que se quieran o se desquieran, se junten o se separen esos supuestos famosos de que forma parte tanta pacotilla? Aviado está el conjunto si a muchos importa la peripecia seudoemocional de ese curioso mundo o si se corta el pelo o se deja melena esa niña, va a parir otra señora o prefiere la de más allá dejarlo para más adelante. Rutilantes bodas de opereta, divorcios de mechinal. Todo, sin duda, muy respetable, pero que nos harían, pienso, un gran favor, si lo vivieran por su cuenta y riesgo, para su capote. La publicación de sus miserias son como una mala película que además repite una y otra vez el fracaso de sus secuencias.
El fútbol. Ahora, sobre que se han vuelto a apedrear los autobuses del enemigo, no es cosa de meter goles, sino de que no te los metan, con defensas como la que haría el famoso caballo que secaba la hierba a su paso. Ya conozco cada vez más gente que me dice que se duerme con el fútbol, como antes, a media película, con aquellas tandas de anuncios. Tuve un tío abuelo que cuando era no sé si incluso un poco menos viejo de lo que yo soy ahora, iba a un cine de sesión continua a dormir la siesta de aquella postguerra de Madrid, cuando sólo cabía combatir el aire del Guadarrama, “tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil”, con badila, herraj y brasero y aquellas mesas camilla con faldas de percal sobre que la lotería familiar del domingo por la tarde, de fabas y cartones, presentía el bingo. Siempre es lo mismo, se quejaba, primero van los indios persiguiendo a los vaqueros y luego vienen los vaqueros persiguiendo a los indios, y venga de matar vaqueros y venga de matar indios y ni unos ni otros se acaban. El, entonces, como yo ahora, se dormía apaciblemente.
miércoles, 15 de junio de 2011
Toleramos que se asentaran gentes como las que hay en determinados puestos para que no sirven y cuando llegó el momento de dar la nota, la dieron, como era de esperar, desafinada.
Paciencia y humildad.
Hay que empezar por abajo, por los cimientos, unos en que sea posible asentar estructuras sólidas, duraderas, útiles.
Imaginación.
Tenemos que rebuscar y entresacar a los mejores. Los mejores en seguida entienden por qué tienen que servir. Los mejores entienden mucho mejor que los ocasionales depredadores del poder y la riqueza, que en cuanto se presentan, se les está viendo el plumero.
Suelen ser vanos, vacuos, aprovechados. Tienen prisa.
Los mejores, cuando son piezas complementarias, aunque parezca mentira, son capaces de entenderlo. Aprenden con sorprendente prontitud a jugar en equipo. Esa asignatura que suele ser para las aprovechadas aves rapaces del poder como las “mates” mal explicadas para los adolescentes.
Hay muy poco enseñante capaz de explicar filosofía, griego, latín o matemáticas. Para dar clase a otros de filosofía, griego, latín o matemáticas, hay que ser un vocacional de la enseñanza y de la enseñanza de estas materias en concreto. Básicas para una mentalidad abierta, para una apertura a la curiosidad universal.
Eso y jugar en equipo, nos falta a muchos por haber aprendido cuando fue hora. Para algunos ya es tarde. Otros llegan tarde, mal y nunca a este aprendizaje y les cuesta, pero hacen esfuerzos y se advierte en seguida que aún pueden servir.
Hay cosas, materias, conocimientos, que el maestro tiene que compartir con el discípulo. No se trata de exigir que el discípulo se rompa la cabeza contra las dificultades, sino de irle abriendo las puertas de la curiosidad y descubriendo los mecanismos, los resortes, las claves. El discípulo no es ni una víctima ni un rival, sino alguien con quien compartir el doloroso camino de la búsqueda, la satisfacción del hallazgo, la alegría del conocimiento. Un maestro se realiza y completa cuando el discípulo es ya capaz de sorprenderle con sus deducciones, un paso más adelante de lo que el maestro sabía.
Paciencia y humildad.
Hay que empezar por abajo, por los cimientos, unos en que sea posible asentar estructuras sólidas, duraderas, útiles.
Imaginación.
Tenemos que rebuscar y entresacar a los mejores. Los mejores en seguida entienden por qué tienen que servir. Los mejores entienden mucho mejor que los ocasionales depredadores del poder y la riqueza, que en cuanto se presentan, se les está viendo el plumero.
Suelen ser vanos, vacuos, aprovechados. Tienen prisa.
Los mejores, cuando son piezas complementarias, aunque parezca mentira, son capaces de entenderlo. Aprenden con sorprendente prontitud a jugar en equipo. Esa asignatura que suele ser para las aprovechadas aves rapaces del poder como las “mates” mal explicadas para los adolescentes.
Hay muy poco enseñante capaz de explicar filosofía, griego, latín o matemáticas. Para dar clase a otros de filosofía, griego, latín o matemáticas, hay que ser un vocacional de la enseñanza y de la enseñanza de estas materias en concreto. Básicas para una mentalidad abierta, para una apertura a la curiosidad universal.
Eso y jugar en equipo, nos falta a muchos por haber aprendido cuando fue hora. Para algunos ya es tarde. Otros llegan tarde, mal y nunca a este aprendizaje y les cuesta, pero hacen esfuerzos y se advierte en seguida que aún pueden servir.
Hay cosas, materias, conocimientos, que el maestro tiene que compartir con el discípulo. No se trata de exigir que el discípulo se rompa la cabeza contra las dificultades, sino de irle abriendo las puertas de la curiosidad y descubriendo los mecanismos, los resortes, las claves. El discípulo no es ni una víctima ni un rival, sino alguien con quien compartir el doloroso camino de la búsqueda, la satisfacción del hallazgo, la alegría del conocimiento. Un maestro se realiza y completa cuando el discípulo es ya capaz de sorprenderle con sus deducciones, un paso más adelante de lo que el maestro sabía.
martes, 14 de junio de 2011
Pasa a veces que me da la impresión de estar jugando a la oca, ese que dicen camino de Santiago abreviado, como el laberinto de la catedral de Chartres. Lo digo porque a pesar de las lamentaciones de Fígaro, reincidimos con frecuencia en lo de que vuelva usted en otra ocasión, que ni siquiera mañana, porque ahora, total, ya estamos al filo de las vacaciones de verano, y en cuanto pasen, serán vísperas de Navidad, que, llegada que sea, pronto, Carnaval, y, como quien dice, Semana Santa, y otra vez el dichoso verano y …
Lo posponemos todo, menos la prisa por llegar a la influencia, el poder, y si pudiera obtenerse mediante una caja de inyecciones, el conocimiento. Con lo del conocimiento somos mucho menos exigentes. Nos bastan las migas. Con la influencia y el poder ya nos arreglaríamos, si no fuese porque hay toda una multitud deseosa de sustituirnos. Sustituirnos, dije. No mejorarnos.
Me parece cada vez más urgente que estudiemos, planifiquemos y trabajemos. Miusté, a mí, deme un puesto fijo, inamovible, y luego hablamos. Nos gustaría, entiendo, regresar al Edén, pero no creo que sea posible. Hay que arreglarse con lo que tenemos. No destruir, sino arreglarse, sin desperdiciar nada, con lo que hay. Y lo primero de todo, acabar con ese tópico de que los que piensan de otra manera son los malos, los equivocados, los enemigos. Los que piensan de otra manera son, cuando menos, los complementarios. Son los que cuando nos parece haber llegado al límite de lo posible, resulta que a ellos se les ha ocurrido algo que puede que no entendamos, pero ¿y si es bueno para el común?
Todavía me acuerdo de los días en que empezábamos nuestros primeros cursos de bachillerato, o, mucho más tarde, de una carrera o del aprendizaje de oficio todavía sin beneficio. Y de cómo nos mirábamos con desconfianza unos a otros. O de cuando nos incorporaban a la mili aquella y entrábamos de puntillas en la compañía, tratando de que no se nos viera. Y, sin más, nos ponían al tajo. Ya hay, oigo ahora, ediles nuevos, procedentes del agítese antes de usarlo de las últimas elecciones, que hablan en privado de posponer para después del verano lo más urgente.
“No es eso”, repetiría Ortega, tenéis que meter las manos ya en la masa, removerla. Y habrá que ver si será o no necesario echar la masa vieja a la basura y empezar de nuevo, a partir de los ingredientes a mano o financiando expediciones en su busca o su fabricación urgente. Las cosas, con muchos países europeos ya inequívocamente desperezándose, no están para retrasos. Investigar, imaginar, hacer.
Lo posponemos todo, menos la prisa por llegar a la influencia, el poder, y si pudiera obtenerse mediante una caja de inyecciones, el conocimiento. Con lo del conocimiento somos mucho menos exigentes. Nos bastan las migas. Con la influencia y el poder ya nos arreglaríamos, si no fuese porque hay toda una multitud deseosa de sustituirnos. Sustituirnos, dije. No mejorarnos.
Me parece cada vez más urgente que estudiemos, planifiquemos y trabajemos. Miusté, a mí, deme un puesto fijo, inamovible, y luego hablamos. Nos gustaría, entiendo, regresar al Edén, pero no creo que sea posible. Hay que arreglarse con lo que tenemos. No destruir, sino arreglarse, sin desperdiciar nada, con lo que hay. Y lo primero de todo, acabar con ese tópico de que los que piensan de otra manera son los malos, los equivocados, los enemigos. Los que piensan de otra manera son, cuando menos, los complementarios. Son los que cuando nos parece haber llegado al límite de lo posible, resulta que a ellos se les ha ocurrido algo que puede que no entendamos, pero ¿y si es bueno para el común?
Todavía me acuerdo de los días en que empezábamos nuestros primeros cursos de bachillerato, o, mucho más tarde, de una carrera o del aprendizaje de oficio todavía sin beneficio. Y de cómo nos mirábamos con desconfianza unos a otros. O de cuando nos incorporaban a la mili aquella y entrábamos de puntillas en la compañía, tratando de que no se nos viera. Y, sin más, nos ponían al tajo. Ya hay, oigo ahora, ediles nuevos, procedentes del agítese antes de usarlo de las últimas elecciones, que hablan en privado de posponer para después del verano lo más urgente.
“No es eso”, repetiría Ortega, tenéis que meter las manos ya en la masa, removerla. Y habrá que ver si será o no necesario echar la masa vieja a la basura y empezar de nuevo, a partir de los ingredientes a mano o financiando expediciones en su busca o su fabricación urgente. Las cosas, con muchos países europeos ya inequívocamente desperezándose, no están para retrasos. Investigar, imaginar, hacer.
lunes, 13 de junio de 2011
No van a mejorar las cosas porque hayan cambiado las personas. Que nadie, por favor, vuelva a caer en la tentación usual de permitirse tratar de justificar los errores propios porque antes hayan incurrido sus antecesores en los mismos errores o hasta puede que en las mismas faltas. Os han, os hemos elegido a vosotros o para que cambiéis, si habéis sido reelegidos, o para que cambiéis las cosas, si hemos decidido cambiar. Que vuestra revolución incruenta no consista en mudar al personaje para que represente el papel del mismo modo, sino para que invente un modo nuevo o hasta para que represente una obra diferente, incluso de distinto autor.
Tampoco van a mejorar las cosas porque os dejéis llevar por el viento fácil de irles sacando de debajo de las alfombras la basura o el polvo a los que se fueron. Si lo encontráis, barredlo para inaugurar el tiempo nuevo de limpieza y ventanas abiertas. Es mucho más importante hacerlo bien por méritos propios que por comparación con el demérito ajeno.
Dad, caritativamente, por supuesto, que los que estaban hicieron lo que sabían y lo hicieron con la mejor voluntad. Si no quisieron hacer mayor esfuerzo, no pudieron o no supieron, estáis ahí para que a partir de ahora se intente hacer algo, o todo, si fuera posible, un poco y mejor si es un mucho mejor que antes.
Dejad, por favor, que los muertos entierren en paz a sus muertos. Cada día está llegando un futuro mejor y no hay tiempo que perder ni en lamentaciones ni en elegías ni en reproches. Si acaso, de cada historia de un error que descubráis en cada rincón, sacad en seguida la enseñanza de que así es como no debe hacerse, de tal modo que la experiencia de quien de buena o mala fe se equivocó, os preste la ayuda de indicar el camino que no vale.
Tampoco van a mejorar las cosas porque os dejéis llevar por el viento fácil de irles sacando de debajo de las alfombras la basura o el polvo a los que se fueron. Si lo encontráis, barredlo para inaugurar el tiempo nuevo de limpieza y ventanas abiertas. Es mucho más importante hacerlo bien por méritos propios que por comparación con el demérito ajeno.
Dad, caritativamente, por supuesto, que los que estaban hicieron lo que sabían y lo hicieron con la mejor voluntad. Si no quisieron hacer mayor esfuerzo, no pudieron o no supieron, estáis ahí para que a partir de ahora se intente hacer algo, o todo, si fuera posible, un poco y mejor si es un mucho mejor que antes.
Dejad, por favor, que los muertos entierren en paz a sus muertos. Cada día está llegando un futuro mejor y no hay tiempo que perder ni en lamentaciones ni en elegías ni en reproches. Si acaso, de cada historia de un error que descubráis en cada rincón, sacad en seguida la enseñanza de que así es como no debe hacerse, de tal modo que la experiencia de quien de buena o mala fe se equivocó, os preste la ayuda de indicar el camino que no vale.
domingo, 12 de junio de 2011
Dudo que hayan tenido sus autores la múltiple y a veces pintoresca intencionalidad que se les atribuye. Ya de por sí, la narración de algo imaginario, por mucho que se inspire en vivencias del autor de que se trate, tiene la suficiente dificultad como para que ni se entere el narrador de que refleja movimientos culturales importantes de grupos sociales numerosos.
No me parece que en la mayoría de los casos, cada autor haya hecho más que contar la historia, sin más ni mayor propósito generalizador, de los protagonistas o de sus familias. ¿Qué de ahí puedan inferirse cambios de costumbres o mudanzas colectivas de convicciones? Pues a lo mejor, pero no porque el autor lo haya intentado, sino porque sus personajes se han movido, actúan, viven con arreglo a épocas, en algunos casos de crisis sociales de mayor o menos envergadura y trascendencia.
Rebuscamos laberínticas interpretaciones esotéricas a partir de las aventuras incluso de protagonistas de viñetas de éxitos tan evidentes y notables como las de los personajes de Schultz, Tintín y Milú, Mortadelo y Filemón o Flash Gordon, los hombros de los cuales intentamos cubrir con los sambenitos de los vicios de la época o de cuyos pescuezos colgamos las condecoraciones y medallas de sus virtudes.
Es más sencillo, me parece, que todo eso. Cada narración se refiere a la época en que las aventuras narradas tuvieron supuesto lugar. Y los protagonistas, antagonistas y personajes secundarios, rodeados del ámbito circunstancial de cada momento de la historia, retratan y reflejan la realidad de su tiempo y contiene la narración a personajes que son héroes o malvados con arreglo a los cánones culturales coetáneos, vistos además desde la óptica subjetiva de cada autor.
La retórica, la filosofía, las supuestas intenciones moralizadora, didáctica o crítica del autor, no están sino en la mente del lector atento, que entabla profundos diálogos con el narrador, toma notas en los márgenes, hace llamadas a pie de página y obtiene de cada libro y lectura, posibles pistas de nuevas interpretaciones históricas mediante que supone la posibilidad de establecer el momento en que un continente, una nación o un pueblo mudaron algún criterio colectivo, como si tal fuese hecho que hubiese ocurrido nunca en un instante, como la caída del supuesto o real meteorito que habría extinguido a los dinosaurios.
No me parece que en la mayoría de los casos, cada autor haya hecho más que contar la historia, sin más ni mayor propósito generalizador, de los protagonistas o de sus familias. ¿Qué de ahí puedan inferirse cambios de costumbres o mudanzas colectivas de convicciones? Pues a lo mejor, pero no porque el autor lo haya intentado, sino porque sus personajes se han movido, actúan, viven con arreglo a épocas, en algunos casos de crisis sociales de mayor o menos envergadura y trascendencia.
Rebuscamos laberínticas interpretaciones esotéricas a partir de las aventuras incluso de protagonistas de viñetas de éxitos tan evidentes y notables como las de los personajes de Schultz, Tintín y Milú, Mortadelo y Filemón o Flash Gordon, los hombros de los cuales intentamos cubrir con los sambenitos de los vicios de la época o de cuyos pescuezos colgamos las condecoraciones y medallas de sus virtudes.
Es más sencillo, me parece, que todo eso. Cada narración se refiere a la época en que las aventuras narradas tuvieron supuesto lugar. Y los protagonistas, antagonistas y personajes secundarios, rodeados del ámbito circunstancial de cada momento de la historia, retratan y reflejan la realidad de su tiempo y contiene la narración a personajes que son héroes o malvados con arreglo a los cánones culturales coetáneos, vistos además desde la óptica subjetiva de cada autor.
La retórica, la filosofía, las supuestas intenciones moralizadora, didáctica o crítica del autor, no están sino en la mente del lector atento, que entabla profundos diálogos con el narrador, toma notas en los márgenes, hace llamadas a pie de página y obtiene de cada libro y lectura, posibles pistas de nuevas interpretaciones históricas mediante que supone la posibilidad de establecer el momento en que un continente, una nación o un pueblo mudaron algún criterio colectivo, como si tal fuese hecho que hubiese ocurrido nunca en un instante, como la caída del supuesto o real meteorito que habría extinguido a los dinosaurios.
No se inmuta, el paisaje, y sin embargo, este fin de semana, en su centro, en la tarta del viejo ayuntamiento de mi pueblo, colocado en medio de la antigua alameda como un gran pastel blanco, que el tiempo ha amarilleado y descascarillado con su paso y tantas vicisitudes, ha mudado el equipo de gobierno, con motivo de las elecciones de hace unos días.
Siempre es igual. Ya pueden nacer y morir personajes, triunfar u olvidarse, que todo parece seguir igual. El río, al lado, pasa murmurando a varias voces, según la profundidad del agua o que asomen y rocen la superficie del agua o la rompan las piedras del fondo.
Cambian las cosas y las personas, y, a la vez, el paisaje, pero mucho más lentamente.
Nos preocupamos por ferias, fiestas, cambios, circunstancias que llegan y pasan, y el paisaje, ya digo, parece inmutable. Es mentira, va a su paso.
Una multitud, pequeña, que esto es un pueblo pequeño, se alboroza, mientras que otra multitud, igual aproximadamente de exigua, se entristece. La mayoría, sin embargo, descubre que cada supuesto cambio se va diluyendo, por desgracia, en la rutina. Espero que no sea el caso porque vivimos une época en que es necesario inventar, adaptarse al tiempo nuevo. El mundo, al hacerse por virtud de la técnica, más pequeño y accesible, multiplica las posibilidades de relación entre hombres y modos de ser y de hacer. Es como haber descubierto un nuevo continente hasta ahora desconocido, sin caminos ni nombres de pobladores y paisajes.
Siempre es igual. Ya pueden nacer y morir personajes, triunfar u olvidarse, que todo parece seguir igual. El río, al lado, pasa murmurando a varias voces, según la profundidad del agua o que asomen y rocen la superficie del agua o la rompan las piedras del fondo.
Cambian las cosas y las personas, y, a la vez, el paisaje, pero mucho más lentamente.
Nos preocupamos por ferias, fiestas, cambios, circunstancias que llegan y pasan, y el paisaje, ya digo, parece inmutable. Es mentira, va a su paso.
Una multitud, pequeña, que esto es un pueblo pequeño, se alboroza, mientras que otra multitud, igual aproximadamente de exigua, se entristece. La mayoría, sin embargo, descubre que cada supuesto cambio se va diluyendo, por desgracia, en la rutina. Espero que no sea el caso porque vivimos une época en que es necesario inventar, adaptarse al tiempo nuevo. El mundo, al hacerse por virtud de la técnica, más pequeño y accesible, multiplica las posibilidades de relación entre hombres y modos de ser y de hacer. Es como haber descubierto un nuevo continente hasta ahora desconocido, sin caminos ni nombres de pobladores y paisajes.
viernes, 10 de junio de 2011
La opinión, salvo advertencia en contrario, es siempre algo personal y se sigue que subjetivo. La advertencia en contrario, o de matiz, consiste en decir antes de opinar que se hace por otro o en nombre y representación de cualquier clase de colectivo.
Pertenecer a un colectivo o incluso presidirlo, no implica necesariamente que se hable en su representación, ni priva de la posibilidad de mantener e incluso defender opiniones propias, que no han de ser necesariamente las del colectivo, ni tienen, cuando se produzcan unas u otras, por qué ser coincidentes.
Lo dicho es aún más cierto cuando la discrepancia de opiniones o de criterios entre el miembro de un colectivo y éste, se produce respecto de asuntos distintos de los esenciales del colectivo o de los que nada tienen que ver con el objeto estatutario o legal del colectivo en cuestión.
Cuando habla en nombre propio y expone un criterio o una convicción personal, el presidente de cualquier colectivo no expresa más que una opinión, que es la suya.
-¿Qué opina su colectivo, o el colectivo a que usted representa, o el colectivo que usted preside …?
-No lo sé, no se ha expresado, o se ha expresado mayoritariamente en el sentido de que …, en cualquier caso, personalmente opino … Y ahí dejará dicho lo que le parezca.
Sólo faltaría que la circunstancia de formar parte de un colectivo cualquiera, representarlo o presidirlo, impidiera tener personalidad, opiniones y criterios propios.
Tal vez una de nuestras deficiencias consista en la demasiado frecuente convicción de que no podemos formar parte de un colectivo pensando de manera distinta que el colectivo o que algunos otros de sus miembros, respecto de algunos, pocos o muchos, de los asuntos con que se enfrente, le rocen o con que haya de enfrentarse. Siempre que en su caso, se respete y obedezca el criterio del colectivo, formado y en su caso expresado de acuerdo con las formalidades del caso, dejando si parece oportuno testimonio de las diferencias del criterio propio, siempre digno de los debidos respeto y consideración.
Pertenecer a un colectivo o incluso presidirlo, no implica necesariamente que se hable en su representación, ni priva de la posibilidad de mantener e incluso defender opiniones propias, que no han de ser necesariamente las del colectivo, ni tienen, cuando se produzcan unas u otras, por qué ser coincidentes.
Lo dicho es aún más cierto cuando la discrepancia de opiniones o de criterios entre el miembro de un colectivo y éste, se produce respecto de asuntos distintos de los esenciales del colectivo o de los que nada tienen que ver con el objeto estatutario o legal del colectivo en cuestión.
Cuando habla en nombre propio y expone un criterio o una convicción personal, el presidente de cualquier colectivo no expresa más que una opinión, que es la suya.
-¿Qué opina su colectivo, o el colectivo a que usted representa, o el colectivo que usted preside …?
-No lo sé, no se ha expresado, o se ha expresado mayoritariamente en el sentido de que …, en cualquier caso, personalmente opino … Y ahí dejará dicho lo que le parezca.
Sólo faltaría que la circunstancia de formar parte de un colectivo cualquiera, representarlo o presidirlo, impidiera tener personalidad, opiniones y criterios propios.
Tal vez una de nuestras deficiencias consista en la demasiado frecuente convicción de que no podemos formar parte de un colectivo pensando de manera distinta que el colectivo o que algunos otros de sus miembros, respecto de algunos, pocos o muchos, de los asuntos con que se enfrente, le rocen o con que haya de enfrentarse. Siempre que en su caso, se respete y obedezca el criterio del colectivo, formado y en su caso expresado de acuerdo con las formalidades del caso, dejando si parece oportuno testimonio de las diferencias del criterio propio, siempre digno de los debidos respeto y consideración.
martes, 7 de junio de 2011
Te espero en el puente,
¿cuál?
No importa. No vendrás, lo sé, pues si vinieras
ya no serías tú, sino otra más,
parecida,
banal.
Citarte en el vacío de mi sueño,
donde nunca te acercas,
es lo que me enamora sin remedio.
Querer,
en este mundo atroz,
donde la prisa y el miedo, acaban
por devorarlo todo,
dejarte solo,
sin voz.
Querer en este mundo, enamorarse,
no es más que el prologo de una tragedia inexorable.
El amor no está
de este lado del espejo. Ni siquiera se sabe con total seguridad
que exista
y sea algo distinto de la luz.
Llamados a morir
de amor,
trocamos el embeleso de su locura por lo razonable:
el poder,
el
conocimiento.
Cuando el amor es embarcarse sin destino,
volar
en busca de otros mundos y personas que es probable
que sean imaginarias,
cuando el amor es morir,
tal vez
para nada,
como los héroes y las mariposas,
como la noche y el día,
desnudándose poco a poco de todo
igual que hace la memoria
¿cuál?
No importa. No vendrás, lo sé, pues si vinieras
ya no serías tú, sino otra más,
parecida,
banal.
Citarte en el vacío de mi sueño,
donde nunca te acercas,
es lo que me enamora sin remedio.
Querer,
en este mundo atroz,
donde la prisa y el miedo, acaban
por devorarlo todo,
dejarte solo,
sin voz.
Querer en este mundo, enamorarse,
no es más que el prologo de una tragedia inexorable.
El amor no está
de este lado del espejo. Ni siquiera se sabe con total seguridad
que exista
y sea algo distinto de la luz.
Llamados a morir
de amor,
trocamos el embeleso de su locura por lo razonable:
el poder,
el
conocimiento.
Cuando el amor es embarcarse sin destino,
volar
en busca de otros mundos y personas que es probable
que sean imaginarias,
cuando el amor es morir,
tal vez
para nada,
como los héroes y las mariposas,
como la noche y el día,
desnudándose poco a poco de todo
igual que hace la memoria
lunes, 6 de junio de 2011
No estoy bien enterado, pero creo que el ayuntamiento de mi pueblo acaba de conceder una medalla o una insignia de oro a … y ahí mi duda. ¿A san Timoteo? ¿A la Cofradía de san Timoteo? ¿A las Fiestas de san Timoteo? Comoquiera que sea, el ayuntamiento, es decir, la juntanza de vecinos, ha premiado a los vecinos, unidos en la Cofradía del Santo. Nos hemos premiado, galardonado, condecorado a nosotros mismos, puesto que no creo quede luarqués de origen o de adopción que no se sienta parte de las fiestas, cofrade de pago o no,
Es bonito. Pongamos una reproducción en oropel de la insignia, la moneda, la condecoración o la medalla en lo más alto del asta del pendón que precede, proclama y anuncia el carro de los pellejos y de las tes, el vino y el pan a que siguen dóciles las autoridades y vecinos camino del soto de la romería centenaria.
Lamento no haber estado, pero no supe de la fiesta a tiempo. San Timoteo, que, como santo, ya tiene todos los galardones que cabe tener, y los fundadores, todos, o casi todos, ya del otro lado del espejo, habrán sonreído. Los luarqueses acaban de echar una moneda, una medalla, una condecoración, en el arca de sus tesoros más preciados, que es ese tinglado, ese arcón de san Timoteo, que a todos y a cada uno de algún modo, nos convoca y complica. Hasta los más serios, conspicuos, escépticos y habitualmente estirados, ese atardecer del veintidós de agosto de cada año, vuelven, volvemos a casa un poco piripis, con las pilas del sentido del humor recargadas para otra siega.
Es bonito. Pongamos una reproducción en oropel de la insignia, la moneda, la condecoración o la medalla en lo más alto del asta del pendón que precede, proclama y anuncia el carro de los pellejos y de las tes, el vino y el pan a que siguen dóciles las autoridades y vecinos camino del soto de la romería centenaria.
Lamento no haber estado, pero no supe de la fiesta a tiempo. San Timoteo, que, como santo, ya tiene todos los galardones que cabe tener, y los fundadores, todos, o casi todos, ya del otro lado del espejo, habrán sonreído. Los luarqueses acaban de echar una moneda, una medalla, una condecoración, en el arca de sus tesoros más preciados, que es ese tinglado, ese arcón de san Timoteo, que a todos y a cada uno de algún modo, nos convoca y complica. Hasta los más serios, conspicuos, escépticos y habitualmente estirados, ese atardecer del veintidós de agosto de cada año, vuelven, volvemos a casa un poco piripis, con las pilas del sentido del humor recargadas para otra siega.
domingo, 5 de junio de 2011
No hay primavera sin enloquecedora sucesión de frío y sol, como los versos del poema de un loco versátil, y a ratos, el viento, si te acercas a la mar, viene cubierto de espuma casi invisible, gotas como microbios, y las olas traen crines blancas y parece que compiten en llegar antes a la playa, donde unos valientes se han puesto en traje de baño y miran el agua con cierto temor, todavía de reojo, que suele estar fría y por añadidura, salir mojado al nordeste es un desafío.
Van y vienen, excitadas sus tripulaciones y el dosel de gaviotas que cada una trae de vuelta, porque han llegado los primeros atunes, al filo del verano, pequeños torpedos sin más destino cruento que el suyo, de acabar a la plancha, en rollo o en marmitako, coincidiendo este año con la feria de la Ascensión, y casi con las fiestas del señor san Juan y el señor san Pedro.
Hierven, me dicen, los cenáculos en que los políticos intentan con un último y desesperado a veces esfuerzo, unos de llegar y otros de permanecer, mediante esa manipulación de los tratos entre bambalinas, como equipos de cualquier deporte que intentan fichar y regatean fuera del campo con el mismo ansioso entusiasmo que luego durante los partidos.
¿Cómo puede, un futbolista, por ejemplo, defender con el mismo o parecido ardor la camiseta de un equipo contra que jugó en temporadas anteriores con aquel empeño?
¿Hay constancia de quién fue el primer humano en inventar o en usar el dinero? Yo por lo menos desconozco el dato. Leo con frecuencia que aparecen monedas de extraordinaria antigüedad en excavaciones, hallazgos casuales o recuperaciones de embarcaciones antiguas naufragadas en su época. Es triste pensar que en su día se trataba de imaginar un instrumento de supervivencia. Y como pasa siempre, en seguida, el invento proyecto su parte oscura, la sombra de un inmenso poder, pero tanto para el bien y los bueno como para lo malo y el mal. Y lo peor de todo es que se ha hecho tan necesario para sobrevivir que quien no lo tiene se ve obligado a sacrificar, para tratar de obtenerlo, su dignidad personal.
Van y vienen, excitadas sus tripulaciones y el dosel de gaviotas que cada una trae de vuelta, porque han llegado los primeros atunes, al filo del verano, pequeños torpedos sin más destino cruento que el suyo, de acabar a la plancha, en rollo o en marmitako, coincidiendo este año con la feria de la Ascensión, y casi con las fiestas del señor san Juan y el señor san Pedro.
Hierven, me dicen, los cenáculos en que los políticos intentan con un último y desesperado a veces esfuerzo, unos de llegar y otros de permanecer, mediante esa manipulación de los tratos entre bambalinas, como equipos de cualquier deporte que intentan fichar y regatean fuera del campo con el mismo ansioso entusiasmo que luego durante los partidos.
¿Cómo puede, un futbolista, por ejemplo, defender con el mismo o parecido ardor la camiseta de un equipo contra que jugó en temporadas anteriores con aquel empeño?
¿Hay constancia de quién fue el primer humano en inventar o en usar el dinero? Yo por lo menos desconozco el dato. Leo con frecuencia que aparecen monedas de extraordinaria antigüedad en excavaciones, hallazgos casuales o recuperaciones de embarcaciones antiguas naufragadas en su época. Es triste pensar que en su día se trataba de imaginar un instrumento de supervivencia. Y como pasa siempre, en seguida, el invento proyecto su parte oscura, la sombra de un inmenso poder, pero tanto para el bien y los bueno como para lo malo y el mal. Y lo peor de todo es que se ha hecho tan necesario para sobrevivir que quien no lo tiene se ve obligado a sacrificar, para tratar de obtenerlo, su dignidad personal.
Un día más para este sabor, como si la boca se llenara de ceniza, cuando descubre uno lo pequeño que es, al comprobar la miseria de otro y no poder criticarla porque equivale a la propia. ¡Si en el fondo su miseria es la mía, cómo voy a criticarla en él!
Es tremendo saberse insignificante a través de que otro se te parezca. Si no puedo alabar su conducta ¿qué esperanza cabe?
Y sin embargo hay una lucecita siempre, al final del túnel, y como penúltimo recurso el de suponer que si somos, es decir, soy, tan miserablemente incapaz, eso me servirá como circunstancia atenuante, ya que no eximente, a la hora de rendir cuentas de conducta.
Lo cierto es que casi siempre tratamos de “quedar bien”, más que de “hacerlo” bien. Nos enorgullece haber sido capaces de un logro, que nos hace quedar bien y nos permite pavonearnos por ello, cuando lo bueno podría haber sido, incluso estamos casi convencidos de que podría haber sido haber obrado de otra manera y no haber movido las piezas que determinaron consecuencias mayores o menores.
Alguien, sin embargo, ha de tomar siempre decisiones. Y aceptar responsabilidades. Admiro a los jueces, que tienen que vivir ejerciendo un día si y otro también la profesión de dirimir intereses y decidir entre pretensiones contradictorias y seguir viviendo con la misma tranquila naturalidad que cualquiera de nosotros. No consigo imaginar tensión menos soportable que la de quien tiene que juzgar y preferir entre las contradicciones de otros, o que decidir respecto de la responsabilidad de alguien.
Lo mío es sin duda tomar partido. Hace sufrir. Duele no ser capaz de defender con éxito a quien te encomendó que lo hicieras, pero resulta apasionante y cada caso, que es un mundo, te permite vivir tus propias circunstancias y las de quienes confían en ti. Cuando se tiene éxito, no hay satisfacción parecida que yo conozca.
Es tremendo saberse insignificante a través de que otro se te parezca. Si no puedo alabar su conducta ¿qué esperanza cabe?
Y sin embargo hay una lucecita siempre, al final del túnel, y como penúltimo recurso el de suponer que si somos, es decir, soy, tan miserablemente incapaz, eso me servirá como circunstancia atenuante, ya que no eximente, a la hora de rendir cuentas de conducta.
Lo cierto es que casi siempre tratamos de “quedar bien”, más que de “hacerlo” bien. Nos enorgullece haber sido capaces de un logro, que nos hace quedar bien y nos permite pavonearnos por ello, cuando lo bueno podría haber sido, incluso estamos casi convencidos de que podría haber sido haber obrado de otra manera y no haber movido las piezas que determinaron consecuencias mayores o menores.
Alguien, sin embargo, ha de tomar siempre decisiones. Y aceptar responsabilidades. Admiro a los jueces, que tienen que vivir ejerciendo un día si y otro también la profesión de dirimir intereses y decidir entre pretensiones contradictorias y seguir viviendo con la misma tranquila naturalidad que cualquiera de nosotros. No consigo imaginar tensión menos soportable que la de quien tiene que juzgar y preferir entre las contradicciones de otros, o que decidir respecto de la responsabilidad de alguien.
Lo mío es sin duda tomar partido. Hace sufrir. Duele no ser capaz de defender con éxito a quien te encomendó que lo hicieras, pero resulta apasionante y cada caso, que es un mundo, te permite vivir tus propias circunstancias y las de quienes confían en ti. Cuando se tiene éxito, no hay satisfacción parecida que yo conozca.
sábado, 4 de junio de 2011
¿Qué habrá sido de mi niñez?
Alguien la hará encontrado,
en algún vertedero de basura humeante,
en
cualquier lugar del mundo donde yo no haya estado
y por eso es ahí
donde nadie sabe todavía quien,
querrá usarla como una vieja chaqueta del ejército,
camuflada
para hacerse invisible.
Alguien tiene que haberla encontrado,
con rotos, cicatrices, manchas indelebles,
vergonzantes.
Alguien la hará encontrado,
en algún vertedero de basura humeante,
en
cualquier lugar del mundo donde yo no haya estado
y por eso es ahí
donde nadie sabe todavía quien,
querrá usarla como una vieja chaqueta del ejército,
camuflada
para hacerse invisible.
Alguien tiene que haberla encontrado,
con rotos, cicatrices, manchas indelebles,
vergonzantes.
Manía, seguro, es esto de escribir. ¿Por qué escribe –compulsivamente- quien escribe? ¿O hay por ahí quien escribe de otro modo? Podría ser lo mío una manía y lo de otros el verdadero afán, la misión humana, que alguien tendrá, para dejar huella de lo que fuimos sus coetáneos y lo que nos ilusionaba y cómo amábamos en nuestra parcela del tiempo, arropados por un modo de ser, es decir, una cultura y un grado de lo que llamábamos civilización, que seguro que dentro de unos pocos cientos de años parecerá tan bárbara e incivil como a nosotros nos parece la manera de comportarse de aquellas gentes del medievo.
Noto en mis colaboradores más cercanos la sensación, que sin duda experimentan, de estar muy cerca de las vacaciones veraniegas que unos disfrutarán ya el mes que viene y otros el siguiente, de agosto. Las crisis, poco menos que convertidas en modos habituales de vivir, nos han marcado con cicatrices de duda y desorientación, y eso da a las épocas de descanso de este año un cariz, un atractivo especial. Es casi imposible eludir la tentación de pensar que el tiempo, mientras estemos fuera, arreglará algo, o hasta tal vez mucho, de lo que hay pendiente de reorganizar.
Encuentro el filón, que desconocía que existiera, de las primeras aventuras del inspector Rebus, creado por Ian Rankin. Creo que se traducen ahora por primera vez. Para mí, un regalo estupendo. Un hallazgo, entre tanto fracaso de tanto repetidor de la misma aventura sin interés como últimamente se prodiga sobre los mostradores de las librerías. Hubo tiempo en que se decía, allá por los felices treinta o los azarosos cuarenta, que la mayoría de los funcionarios tenía una obra de teatro sin estrenar en el cajón de la mesa de su despecho. Ahora hay cada vez más escribidores de aventuras fallidas, sin pie, sin cabeza o sin pies ni cabeza. En ocasiones, es cierto que uno descuella, pero es uno entre una multitud. Vuelvo a mi convicción de que esto de escribir, lo hagamos bien o lo hagan mal, es compulsivo, pero, además, multitudinario.
Noto en mis colaboradores más cercanos la sensación, que sin duda experimentan, de estar muy cerca de las vacaciones veraniegas que unos disfrutarán ya el mes que viene y otros el siguiente, de agosto. Las crisis, poco menos que convertidas en modos habituales de vivir, nos han marcado con cicatrices de duda y desorientación, y eso da a las épocas de descanso de este año un cariz, un atractivo especial. Es casi imposible eludir la tentación de pensar que el tiempo, mientras estemos fuera, arreglará algo, o hasta tal vez mucho, de lo que hay pendiente de reorganizar.
Encuentro el filón, que desconocía que existiera, de las primeras aventuras del inspector Rebus, creado por Ian Rankin. Creo que se traducen ahora por primera vez. Para mí, un regalo estupendo. Un hallazgo, entre tanto fracaso de tanto repetidor de la misma aventura sin interés como últimamente se prodiga sobre los mostradores de las librerías. Hubo tiempo en que se decía, allá por los felices treinta o los azarosos cuarenta, que la mayoría de los funcionarios tenía una obra de teatro sin estrenar en el cajón de la mesa de su despecho. Ahora hay cada vez más escribidores de aventuras fallidas, sin pie, sin cabeza o sin pies ni cabeza. En ocasiones, es cierto que uno descuella, pero es uno entre una multitud. Vuelvo a mi convicción de que esto de escribir, lo hagamos bien o lo hagan mal, es compulsivo, pero, además, multitudinario.
viernes, 3 de junio de 2011
Primavera loca, con baladas de Leo Cohen al fondo, polémica servida y cuestionado premio de la Fundación Príncipe, en su capítulo anual de las Letras. Un tiempo sin orden ni concierto, que mueve el viento, rolando, ora al norte, ora al nordeste, como a desgana de establecer una conducta para que la gente se quite el sayo. Todavía, nos advertiría la abuelina, no llegó el cuarenta de mayo, a tiro de piedra del griterío de san Fermín, ya bien entrados junios como éste, en que la visita estelar es la de esa bacteria de origen desconocido, tal vez especie nueva, mutante o hay quien dice que producto de que otras dos viejas conocidas se hayan encontrado e algún equivalente de un festival de bacterias y hayan caído en la tentación de mezclar sus adeenes. La cosa es que ha nacido otra criatura más, amedrentadora, para recordarnos que tan importante como cualquier peligro derivado de las crisis es que una simple variación esencial de seres tan minúsculos y escurridizos como las bacterias o los virus puede convertirnos en una miserable masa de agonizantes.
A Leonard Cohen, toda una multitud generacional ya lo había olvidado, otra multitud no había llegado a conocerlo. A toda prisa, los libreros tratan de hallar los tomos olvidados de versos, narraciones y canciones, se desentierran en la red notas, letras, biografía. Unos dicen que qué bien y otros ponen al jurado, nos ponen, como no digan dueñas.
El tiempo es libre, independiente, caótico, la gente rezonga, que no hay manera de empezar a ir a la playa, no tienen, los adoradores del aire libre, manera de pintarse el primer tinte moreno “de verde luna”.
La bacteria da miedo. Cosa de la invisibilidad que le proporciona ser tan mínima, ir y venir, como Pedro por su casa, elegir víctima con esa indiferencia de que ella, como somos tan grandes desde su punto de vista, no sepa siquiera que se va a llevar por delante a éste o aquél que ni conoce ni odia. Se limita a vivir su vida microbiana. Lo decía creo que era Echegaray: “contra las olas del mar, luchan brazos varoniles, contra miasmas sutiles, no hay manera de luchar”.
A Leonard Cohen, toda una multitud generacional ya lo había olvidado, otra multitud no había llegado a conocerlo. A toda prisa, los libreros tratan de hallar los tomos olvidados de versos, narraciones y canciones, se desentierran en la red notas, letras, biografía. Unos dicen que qué bien y otros ponen al jurado, nos ponen, como no digan dueñas.
El tiempo es libre, independiente, caótico, la gente rezonga, que no hay manera de empezar a ir a la playa, no tienen, los adoradores del aire libre, manera de pintarse el primer tinte moreno “de verde luna”.
La bacteria da miedo. Cosa de la invisibilidad que le proporciona ser tan mínima, ir y venir, como Pedro por su casa, elegir víctima con esa indiferencia de que ella, como somos tan grandes desde su punto de vista, no sepa siquiera que se va a llevar por delante a éste o aquél que ni conoce ni odia. Se limita a vivir su vida microbiana. Lo decía creo que era Echegaray: “contra las olas del mar, luchan brazos varoniles, contra miasmas sutiles, no hay manera de luchar”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)