Los entendidos, como mi buen amigo Fernando, que es de Onís, dicen que justo estos días son los que deben tenerse en cuenta para echar las de las témporas, con arreglo a las cuales se puede calcular como va a ser el verano que llega creo que el martes a no se qué hora exacta, que anunciaba ayer la televisión a través de una de sus cadenas en un descuido entre la telebasura exacerbada de la temporada y el cada vez por desgracia más triste espectáculo del fútbol.
Si funciona la tradición, una de las profundas de esta tierra mítica y druídica, tendremos un verano aturbonado, caluroso, húmedo, con llovizna a ratos, no demasiada y vientos rolando de norte a nordeste y algo de vendaval, ese agobio que convierte el aire en mermelada de aire.
Dije telebasura. ¿De verdad interesa a muchos que se quieran o se desquieran, se junten o se separen esos supuestos famosos de que forma parte tanta pacotilla? Aviado está el conjunto si a muchos importa la peripecia seudoemocional de ese curioso mundo o si se corta el pelo o se deja melena esa niña, va a parir otra señora o prefiere la de más allá dejarlo para más adelante. Rutilantes bodas de opereta, divorcios de mechinal. Todo, sin duda, muy respetable, pero que nos harían, pienso, un gran favor, si lo vivieran por su cuenta y riesgo, para su capote. La publicación de sus miserias son como una mala película que además repite una y otra vez el fracaso de sus secuencias.
El fútbol. Ahora, sobre que se han vuelto a apedrear los autobuses del enemigo, no es cosa de meter goles, sino de que no te los metan, con defensas como la que haría el famoso caballo que secaba la hierba a su paso. Ya conozco cada vez más gente que me dice que se duerme con el fútbol, como antes, a media película, con aquellas tandas de anuncios. Tuve un tío abuelo que cuando era no sé si incluso un poco menos viejo de lo que yo soy ahora, iba a un cine de sesión continua a dormir la siesta de aquella postguerra de Madrid, cuando sólo cabía combatir el aire del Guadarrama, “tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil”, con badila, herraj y brasero y aquellas mesas camilla con faldas de percal sobre que la lotería familiar del domingo por la tarde, de fabas y cartones, presentía el bingo. Siempre es lo mismo, se quejaba, primero van los indios persiguiendo a los vaqueros y luego vienen los vaqueros persiguiendo a los indios, y venga de matar vaqueros y venga de matar indios y ni unos ni otros se acaban. El, entonces, como yo ahora, se dormía apaciblemente.
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