viernes, 3 de junio de 2011

Primavera loca, con baladas de Leo Cohen al fondo, polémica servida y cuestionado premio de la Fundación Príncipe, en su capítulo anual de las Letras. Un tiempo sin orden ni concierto, que mueve el viento, rolando, ora al norte, ora al nordeste, como a desgana de establecer una conducta para que la gente se quite el sayo. Todavía, nos advertiría la abuelina, no llegó el cuarenta de mayo, a tiro de piedra del griterío de san Fermín, ya bien entrados junios como éste, en que la visita estelar es la de esa bacteria de origen desconocido, tal vez especie nueva, mutante o hay quien dice que producto de que otras dos viejas conocidas se hayan encontrado e algún equivalente de un festival de bacterias y hayan caído en la tentación de mezclar sus adeenes. La cosa es que ha nacido otra criatura más, amedrentadora, para recordarnos que tan importante como cualquier peligro derivado de las crisis es que una simple variación esencial de seres tan minúsculos y escurridizos como las bacterias o los virus puede convertirnos en una miserable masa de agonizantes.

A Leonard Cohen, toda una multitud generacional ya lo había olvidado, otra multitud no había llegado a conocerlo. A toda prisa, los libreros tratan de hallar los tomos olvidados de versos, narraciones y canciones, se desentierran en la red notas, letras, biografía. Unos dicen que qué bien y otros ponen al jurado, nos ponen, como no digan dueñas.

El tiempo es libre, independiente, caótico, la gente rezonga, que no hay manera de empezar a ir a la playa, no tienen, los adoradores del aire libre, manera de pintarse el primer tinte moreno “de verde luna”.

La bacteria da miedo. Cosa de la invisibilidad que le proporciona ser tan mínima, ir y venir, como Pedro por su casa, elegir víctima con esa indiferencia de que ella, como somos tan grandes desde su punto de vista, no sepa siquiera que se va a llevar por delante a éste o aquél que ni conoce ni odia. Se limita a vivir su vida microbiana. Lo decía creo que era Echegaray: “contra las olas del mar, luchan brazos varoniles, contra miasmas sutiles, no hay manera de luchar”.

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