viernes, 24 de junio de 2011

Puede que haya llegado el momento, y, sin embargo, no es el momento de reformar la Constitución. Con lo que la vida pone de manifiesto su condición de convivencia paradójica con el resto de los humanos, pero no sólo con estos con que coincidimos en el tiempo y el espacio, sino con quienes nos precedieron y seguirán cuando no habíamos llegado o hayamos pasado.

Necesitamos una Constitución muy breve, concisa y clara, susceptible de enmiendas variables para su reajuste en el futuro previsible de los medio y largo plazo a que remite la convicción de que una Constitución no se piensa, pacta y promulga para plazos cortos.

Una Ley Fundamental no puede ser prolija ni detallista, porque los detalles no son trascendentes, ni, por su condición, tan inmutables como la condición esencial de fundamental confiere a esta Ley, con vocación por ella de permanencia.

La Constitución debe contener los principios básicos de la cultura del grupo, huyendo de la ambigüedad y el propósito ni de perpetuar lo que nos tiene vocación de ser cuanto de perpetuo cabe en este mundo mudable, ni de banalizar lo que alguien puede pretender mudar contra natura.

Un mal momento, este de necesarias correcciones y concreciones, cuando todo se halla en crisis en medio de las culturas concurrentes de la época –aclaro en seguida que llamo cultura al modo de comportarse de cada grupo social como consecuencia de sus convicciones colectivas y de la suma de los principios individuales de sus miembros-, sin que valga que digamos haber dejado de ser lo que trata de abolirse o que llegamos a ser lo que pretende implantarse en nuestro modo real de ser y comportarnos.

Y el cambio constitucional, debe ser acompañado o seguido con la posible inmediatez de una promulgación de normas hoy indebidamente incluidas en la fundamental y otras que ya sabemos que constituyeron sucesivos errores en relación con las necesidades de la gente y del grupo que la gente forma precisamente en este tiempo y en este ámbito.

Lo que pasa es que concurre esta necesidad, cada vez más acuciante, con la de inventar una estructura económica y otra política que nos conjuguen con la realidad del mundo inimaginable que saldrá de las crisis cultural, política y económica pendientes tal vez como última consecuencia de que hayamos tratado de vivir más deprisa y durante más tiempo del que realmente nos correspondía y siendo más felices de lo que toca a este valle.

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