domingo, 12 de junio de 2011

No se inmuta, el paisaje, y sin embargo, este fin de semana, en su centro, en la tarta del viejo ayuntamiento de mi pueblo, colocado en medio de la antigua alameda como un gran pastel blanco, que el tiempo ha amarilleado y descascarillado con su paso y tantas vicisitudes, ha mudado el equipo de gobierno, con motivo de las elecciones de hace unos días.

Siempre es igual. Ya pueden nacer y morir personajes, triunfar u olvidarse, que todo parece seguir igual. El río, al lado, pasa murmurando a varias voces, según la profundidad del agua o que asomen y rocen la superficie del agua o la rompan las piedras del fondo.

Cambian las cosas y las personas, y, a la vez, el paisaje, pero mucho más lentamente.

Nos preocupamos por ferias, fiestas, cambios, circunstancias que llegan y pasan, y el paisaje, ya digo, parece inmutable. Es mentira, va a su paso.

Una multitud, pequeña, que esto es un pueblo pequeño, se alboroza, mientras que otra multitud, igual aproximadamente de exigua, se entristece. La mayoría, sin embargo, descubre que cada supuesto cambio se va diluyendo, por desgracia, en la rutina. Espero que no sea el caso porque vivimos une época en que es necesario inventar, adaptarse al tiempo nuevo. El mundo, al hacerse por virtud de la técnica, más pequeño y accesible, multiplica las posibilidades de relación entre hombres y modos de ser y de hacer. Es como haber descubierto un nuevo continente hasta ahora desconocido, sin caminos ni nombres de pobladores y paisajes.

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