domingo, 5 de junio de 2011

No hay primavera sin enloquecedora sucesión de frío y sol, como los versos del poema de un loco versátil, y a ratos, el viento, si te acercas a la mar, viene cubierto de espuma casi invisible, gotas como microbios, y las olas traen crines blancas y parece que compiten en llegar antes a la playa, donde unos valientes se han puesto en traje de baño y miran el agua con cierto temor, todavía de reojo, que suele estar fría y por añadidura, salir mojado al nordeste es un desafío.

Van y vienen, excitadas sus tripulaciones y el dosel de gaviotas que cada una trae de vuelta, porque han llegado los primeros atunes, al filo del verano, pequeños torpedos sin más destino cruento que el suyo, de acabar a la plancha, en rollo o en marmitako, coincidiendo este año con la feria de la Ascensión, y casi con las fiestas del señor san Juan y el señor san Pedro.

Hierven, me dicen, los cenáculos en que los políticos intentan con un último y desesperado a veces esfuerzo, unos de llegar y otros de permanecer, mediante esa manipulación de los tratos entre bambalinas, como equipos de cualquier deporte que intentan fichar y regatean fuera del campo con el mismo ansioso entusiasmo que luego durante los partidos.

¿Cómo puede, un futbolista, por ejemplo, defender con el mismo o parecido ardor la camiseta de un equipo contra que jugó en temporadas anteriores con aquel empeño?

¿Hay constancia de quién fue el primer humano en inventar o en usar el dinero? Yo por lo menos desconozco el dato. Leo con frecuencia que aparecen monedas de extraordinaria antigüedad en excavaciones, hallazgos casuales o recuperaciones de embarcaciones antiguas naufragadas en su época. Es triste pensar que en su día se trataba de imaginar un instrumento de supervivencia. Y como pasa siempre, en seguida, el invento proyecto su parte oscura, la sombra de un inmenso poder, pero tanto para el bien y los bueno como para lo malo y el mal. Y lo peor de todo es que se ha hecho tan necesario para sobrevivir que quien no lo tiene se ve obligado a sacrificar, para tratar de obtenerlo, su dignidad personal.

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