Hace, es cierto, calor. No demasiado, sin embargo aquí, en Asturias, donde lo ha estado rebajando el viento del nordeste, y menos para muchos de nosotros, para quienes hace mucha mas vejez que calor.
Agobia más la sorprendente falta de resuello, que el calor. Y sorprende que el pensamiento y la voluntad te muevan como antes, cuando fuiste joven, pero no responda el desgastado mecanismo de vete a saber cuál de los muchos engranajes que nos componen.
A la larga, lo entiende uno y procura ir más despacio. Se aprenden trucos. De ir muy cargado, conviene echar los brazos atrás y sujetar la carga con ambas manos. No sabes por qué, pero en distancias largas es más fácil dar pocos pasos largos que muchos cortos.
Extraña celebración del Corpus Christi en domingo, para quienes habíamos aprendido que había tres jueves en el año que relucían más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión, que este año fue también de celebración dominguera.
Dicen que es para producir más, pero cada día resulta más evidente que ni siquiera se trata de producir más ni mejor, sino de producir lo adecuado, en la cantidad suficiente. Y que lo más importante todavía es saber vender y dónde, para poder cobrar y atender el gasto creciente de una administración disparatada.
Que tampoco cabe destruir ni modificar de golpe, porque se corre el riesgo de incrementar el paro en términos más peligrosos todavía del que se halla, con personas poco aptas para enfrentarse con el estado de necesidad puro.
No estamos entregando la antorcha -vieja alegoría concretada en bronce en la Ciudad Universitaria de mi juventud, que no llegamos a habitar sino con el deseo los últimos aprendices de juristas del “viejo caserón” de San Bernardo, en la frontera casi de la calle de Libreros, donde supongo amarillearán cada vez menos, ahora con esto de las bases de datos, los pacientes tomos de los sempiternos “huesos”, heredados de generación en generación, con cada vez más notas y más glosas para recoger las nuevas leyes y tener noticia de los nuevos criterios jurisprudenciales- no la estamos entregando con el aire de dignidad que proporciona un trabajo bien hecho. Dejamos pendiente a las nuevas generaciones demasiado trabajo por hacer y demasiadas brújulas desimantadas. Y para colmo, a algunos, y no de los peor dotados, alguien los desvió algún día para que hiciesen un “carrerón” político y ahora topan con los vaivenes y las turbulencias de las crisis y les queda por hacer el desembarco en el nuevo continente del neorenacimiento, imprevisible lugar donde están por poner los letreros de las carreteras, los nombres de las ciudades y los CPSs carecen de satélite guía. En su día, Jon Juaristi escribió unos versos en que consideraba la posibilidad de que nos hubieran engañado nuestros padres. Podría añadir un estrambote con la confesión de que no sabemos si habremos engañado a nuestros hijos. Aunque haya sido con la mejor voluntad de tratar de mejorarlo todo. Hubiésemos querido, la mayoría, dejarles un mundo feliz, y no fuimos conscientes, o preferimos cerrar los ojos y seguir, a pesar de todo, de modo que nos los avisamos de que este mundo es como es, y por añadidura, como es en cada momento, según ciertas reglas del orden y del caos, que nadie sabe cuándo y cómo van a entrecruzarse para que cumplamos con el deber de cada cual y el del conjunto, en constante evolución caleidoscópica.
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