En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Aumentó el número de abortos un diez por ciento durante el año dos mil siete. Me da pena de ese ingente y al parecer reciente número de frustraciones de vida naciente. Opino, con cualquier clase de respetos y de comprensión que se me pida, que cada caso de aborto es un caso de homicidio en que quien mata no incurriría si hubiese podido conocer a su inocente víctima. Es caso del mandarín de la china desconocida que Casona reitera con un marinero bretón. “Si te ofreciesen una elevada suma por apretar un botón, sabiendo que, de hacerlo, fallecerá un desconocido mandarín de un remoto rincón de China ¿lo harías?” Creo que en la vida todo sucede previas encrucijadas al decidir por cuál seguiremos caminando, optamos, tácitamente por toda una serie de todavía desconocidas consecuencias. Muda, en cada supuesto, la traza de la creación toda. Modificamos, mediante cada aborto, todo el plan de la creación. Lo hacemos, los humanos, con premeditación y con alevosía, circunstancias que convierten el tipo y perfilan el de asesinato, expresamente dispensado, ya lo sé, por el ordenamiento positivo, pero en contra del derecho natural y de la humana naturaleza. No es legítimo destruir brotes de vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario