miércoles, 31 de diciembre de 2008

Cierra el año este día gris, de san Silvestre, con multitud de atletas corriendo por las calles de las ciudades, empeñados en llegar antes y recoger el trofeo para ponerlo sobre un pedestal en la repisa de casa y mañana, que es año nuevo, recordarán que en su juventud ganaron una copa en una carrera de san Silvestre, un fin de año cualquiera. Los años entran y salen de puntillas, corren como los ratones, pegados al zócalo de la estancia que nos encierra, este ensimismamiento en que tratamos de ocultarnos de los inevitables peligros de vivir, Ye es el año catapún, el que pensábamos, cuando niños, que no iba a llegar nunca, y ahora descubrimos que ha pasado otro y estamos tal vez caducados, fuera de cuenta, Este fin de año, en diez días, se me han muerto tres amigos de distintas épocas, y al mismo tiempo, palestinos e israelíes, se matan sin piedad, como si fuera posible resolver algo matando o vengarse o construir no sé qué que tendrán en ese pervertido modo de mirar que los anima a unos y a otros a tirarse bombas, y para colmo pusieron una bomba en una ciudad amiga, donde vive gente amiga, que a Dios gracias no mató a nadie, pero podría haber supuesto otra catástrofe que añadir a la lista de motivos que saldan los supuestos prohombres del país diciendo cada cual una frase más lapidaria, como los latiguillos de los comediantes, que, al irse por el foro, al acertar con la frase, el tono o el gesto, arrancan la reacción del público embelesado, encandilado, en este caso amedrentado, pero con un miedo que se va haciendo peligrosamente rutinario, como se puede hacer, si nos descuidamos, manía la de matar. Sorprende y acongoja la capacidad humana de crueldad, acreditada en los genocidios de las guerras olvidadas, en que se ensañan hasta la barbarie, los contendientes, y una parte del mundo, la teóricamente civilizada, mira hacia otro lado porque acabamos de celebrar la Pascua y estamos, justo hoy y ahora, cambiando de año y demostrándonos que cada de año nuevo, vida nueva, sino que año nuevo, y, como cada día, el misterio de hasta dónde pueden llegar, con casi las mismas probabilidades, la mayor ternura y la barbarie menos humana de cualquier persona de esta gigantesca caravana de seis mil millones y pico de peregrinos hacia seguimos sin saber dónde, borrachos de esperanza y de desesperanza, a la vez, erráticos de miedo a la soledad y sin capacidad de aprender a querernos, así de sencillo, con lo fácil que debería ser. De cualquier modo, dejadme dar un gran grito que diga que os deseo a todos los que venís conmigo ¡feliz año 2009!.

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