lunes, 1 de diciembre de 2008

El primer día de diciembre es también gris, en el año dos mil ocho, y llueve, y hace frío. Un pequeño gorrión, yo creo que más pequeño de lo normal, tal vez una cría de gorrión, picotea afanoso bajo las ramas del evónimo que queda junto al río. Al otro, al que se entrelazaba con él, como dos enamorados, lo cortaron este verano pasado sin el menor miramiento. Lo aserraron y lo dejaron caer al río, donde estuvo varios días abandonado como en una picota, mientras el otro lo sentía, seguro, no sé con qué sentido equivalente en el mundo vegetal al de la vista humana, pero lo sentía. Baja el río turbio y apresurado. Murmura más alto, con evidente excitación y no pierde el tiempo en reflejos. Cuenta hoy en el periódico Sánchez Dragó que está consternado porque se le ha muerto joven, en accidente doméstico, su gato atigrado. Habrá quien diga que lo comprende y quien se ofenda porque habiendo tanta hambre en el mundo, a alguien le duela que se le muera el gato. Ambos, el que comprende y el que no, son a su vez ambos comprensibles. Nadie puede evitar que le duela perder a la mascota que le acompañaba y en la que había puesto mucho afecto, y algo hay que hacer sin duda para paliar la necesidad de tantos como lo necesitan casi todo. Dicen que hay linces por los montes de Toledo y en seguida hay quien pide que les acoten espacios. Yo sostengo que la pacífica vida humana excluye la posibilidad de mantener fieras conviviendo sin barreras con los humanos, y que la agricultura y la ganadería excluyen, si han de permanecer, la selvicultura, y, por la misma razón, ésta impide aquéllas. Me parece estimulante, pero peligroso, que por los caminos, de noche, anden cerca y sin barreras, los osos, linces, lobos y jabalíes. Cualquier día, alguno de los edecanes del poder constituido, mandará soltar tarántulas y anacondas. Por razones estéticas y evocadoras del Paraíso.

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