sábado, 8 de agosto de 2009

Cuando hayan pasado muchos años y se eche cuenta de éste, moverán el mostacho los estadísticos, como el portugués de la fábula, y se dirán que fue un verano pasado por agua, humedad y desaliento. El agua y la humedad consiguiente la pone la naturaleza, al evolucionar de acuerdo con el por ahora secreto propósito de que existamos ella y nosotros, los humanos atrapados en su ámbito, el desaliento lo ponen los veraneantes, que todo el invierno soñando con estos días y mira tú lo que hay, sudor por dentro y humedad por fuera. Las comisiones de fiestas se tiran de los pelos y las fanfarrias y agrupaciones musicales cobrarán este año con menor esfuerzo, con la fiesta pasada por agua y los romeros al amor de la lumbre, contándose consejas y consolándose cada cual como puede.

Tenemos entendido que mientras tanto en el sur se desquita el sol de su falta de trabajo por aquí arriba y calcina las piedras y madura alegremente los membrillos. Cojo una revista, hoy, sedicente seria y circunspecta, que augura que dentro de un plazo no demasiado largo, las señoras –en sus ilustraciones, por ahora, las señoritas de buen ver-, circularán por las calle y, textualmente dice, irán a la compra en cueros, en pelota viva. Puede. Visto lo visto, ya no me atrevo a negar que vaya a pasar nada de lo imaginable y hasta hace poco inimaginable. En determinadas regiones, sin embargo, en pleno invierno, me parece poco práctico y singularmente propenso a que sin necesidad de gripes abecedarias se cojan fríos de muerte. Aquí mismo, en el norte, este preciso verano. Me temo que la tal moda fracasara, por muchos que fueran para algunos sus alicientes. Me pregunto qué dirían mis bisabuelos, para quienes el tobillo tenía aquel encanto del secreto bien guardado, si se asomaran por un momento al tiempo en que quedan tan pocos territorios secretos en la maravillosa arquitectura de la juventud femenina, cada vez por otra parte más larga y provechosa.

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