lunes, 17 de agosto de 2009

Dura escasamente una semana, esta invasión de mi casi todo el año solitario refugio por que apenas circulan, cuando más, a la vez, media docena de personas. Estos ocho o hasta tal vez diez días de lo que llaman festejos los aborígenes, primero se llena todo de gente, mascotas y coches, sobre todo coches, y en seguida, el conjunto hierve como si hubiera habido una descarga de energía súbita y desaforada. La multitud se mueve como si no fuese a ninguna parte, algunos, para complicar involuntariamente las cosas, se paran, dudan, deambulan sin rumbo, otros pretenden ir más allá, hacia donde no ocurre nada de particular, pero, de pronto, va todo el mundo. Y lo complican todo gaitas, músicas, charangas, requintos y explosiones de cohetes y colores, que excitan a los perros y forman un coro de ladridos que se une al barullo general.

A todo esto, los coches, tripulados por nerviosos conductores que buscan afanosa y casi siempre infructuosamente dónde dejar quieto, eso que llaman aparcar, su vehículo, giran como los caballitos y autos de un tiovivo, entre una lluvia de palabrotas con que subrayan unos y otros, peatones y chóferes, su opinión acerca de las irregularidades de la conducta y el comportamiento de sus opuestos en la pretensión de utilizar la calle, las aceras, los jardines y cuantos demás espacios no trata de salvaguardar con escaso éxito la evidentemente incompetente supuesta autoridad paradójicamente competente.

Dura entre siete y diez días, como mucho quince, este caos, que, si fuesen pocos más, resultaría insoportable para el sistema nervioso de cualquier humano. Luego se restablecerán, supongo, como siempre, el silencio y la calma, los escasos moradores habituales del lugar repasaremos el rosario de nuestros recuerdos y nuestros visitantes se irán a echar cuentas de los días que faltan para el próximo puente que tienen la esperanza de que les permitirá volver si los obstáculos del otoño no lo impiden. Si, hombre, el primer obstáculo es el viaje mismo de vuelta, cuando debe cada cual procurar no estar implícito en la cifra de las que siempre son menos que el año pasado, pero siguen siendo demasiadas víctimas de esas que ya se han llegado a llamar, como en la guerra, “operaciones” de salida de y vuelta a casa. El segundo obstáculo es el de la crisis, que ya estamos descubriendo que por detrás de las previsiones de quienes ignoraban o pretendieron ignorar que no había una economía en esta país que nos permita ahora sumarnos a los buenos resultados de quienes disponían de ella y pueden curarla de pretéritos males, afortunadamente en regresión. Y el tercero, la gripe, que nadie sabe qué es, a dónde puede llegar y en qué parará.

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