Me faltaban tres tomos de las Obras Completas de G. K. Chesterton que editó Janés en 1952 en una colección que llamaba Clásicos del siglo XX y por fin los he encontrado en el otro extremo del mundo, ahora que ya no hay fondos de librería ni en las de viejo. El único tomo que tenía, el II, lo compré hace muchos años, sobre todo porque contenía las aventuras del padre Brown y las del Hombre que fue Jueves y el que Sabía Demasiado. La mayoría de los libros publicados en aquella paradójica edad de oro de las editoriales, entre las décadas de los años cincuenta y sesenta, se saldaron poco menos que al peso de su papel y se dispersaron sobre todo por la América de habla española, por donde aparecen ahora en las más inesperadas librerías de diferentes ciudades.
Desde 1952 nadie ha reeditado las obras completas de Chesterton, aunque he leído en alguna parte que justo ahora se está preparando una edición, pero no sé si en inglés, y es preciso dominar muy bien el inglés, supongo, para leer a Chesterton en su lengua.
Los libros, por una u otra razón, se están reduciendo a ediciones de obras singulares –Acantilado acaba de ir publicando varias de las de Chesterton también-, pero no se hacen ediciones de Obras Completas. Se prefiere la aventura de la obra singular, que cada librería devuelve en breve plazo si no logra vender, y se saldan los restos cada año. Dan al libro el mismo trato que a cualquier mercancía susceptible de pasar de moda, y, muchos, para venderlo, no dudan en preparar habilidosos personajes, que en una solapa o en una reseña, son capaces de hacer un comentario del libro mucho mejor escrito que el libro mismo y sagazmente redactado para suscitar interés en cualquier eventual futuro lector.
Encargué los tres tomos, y a la vez, como paradoja y como contraste, compré un libro electrónico. En un libro electrónico descubro que cabe una biblioteca de mediano tamaño, más de dos millares de libros, y es posible llevar una tarjeta de repuesto en que caben otros tantos. Casi de súbito, el mundo, con las cámaras fotográficas compactas, el teléfono móvil y el ordenador portátil, se ha salido de sí mismo y convertido en otro mundo por donde los mayores deambulamos sumidos en el estupor, desconcertados como turistas perdidos en una catedral, un viejo palacio o una intrincada judería. ¡Búscate con el GPS, abuelito!, dice nuestra nieta más pequeña.
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