sábado, 22 de agosto de 2009

Tremendo, este mundo lleno de contrastes y enfrentamientos. En ocasiones parece que lo único que podrá salvarnos de una en otro caso inminente catástrofe en la delgada capa de barniz que llamamos educación y que evita, a falta de otros principios, que unos se arrojen a la garganta de otros por un quítame allá esas pajas, que en este caso, según los periódicos, eran unas gafas de sol, que acabaron enfrentando con violencia irrefrenable a más de un millar de personas. Y que nadie me diga que hay por debajo, por encima, por delante o por detrás, un problema de xenofobia, que no digo que no lo haya, o de desconfianza interracial o sospecha de incompatibilidad cultural. A lo peor, hay de todos eso y de quién sabe qué más problemas, pero no hay que olvidar que todos eran individuos de la especie humana y que todo empezó por un par de gafas de sol.

Algo es urgente hacer, para que ni se repita ni se imite o despertará en nosotros la sospecha de que no aprendimos nada del horror del siglo XX, cuando los holocaustos y el matar indiscriminado, el odio y los exilios de que viene esta herencia de vacío espiritual y esta imprescindible necesidad de reconocimiento de una ética de universal aceptación, que se corresponda con el evidente encogimiento del mundo, hecho que nos atrapa en la estrechez de la convivencia.

Casi todos los pueblos de España y desde luego todos los del Principado de Asturias, celebran en verano fiestas en honor de santos y patronos durante que se presume de hermandad solidaria y jolgorio comunal. Y hasta tal vez concurran la víspera de la fiesta –cuando todo es tan extraordinario y radiante como cabe en un sueño, que siempre erosiona la realidad y deja cuando más en radiante- o en su vocinglera y disparatada eclosión de colores, ruidos y entusiasmo. Antes y después, sin embargo, estuvo la invasión de coches, la necesidad de hacer cola y sudar en los establecimientos, la aglomeración de sudorosos ejemplares crispados de humanos al borde de la exasperación, y se advirtió en la crispación generalizada, los insultos recíprocos, a través de las ventanillas semiabiertas nada más por si acaso, porque el peatón no se mueve con diligencia y el coche apalanca su desfachatez en el paso de cebra, una ansiedad incomprensible para el relax pretendido con las escasas vacaciones de que dispone el atareado, azacaneado, angustiado ejemplar humano medio, ahora que trabajan hombre y mujer y sufren los niños y adolescentes el rigor de la falta de monitores para enfrentarse con lo desconocido de una selva cada vez menos coincidente con lo que destruyeron los filósofos hasta llegar a la duda de nuestra existencia misma, puesta en duda en la cúspide de un supuesto progreso del saber que estoy empezando a sospechar que nos reconduce a otra Babel, ahora de ideas, que podría llegar a la paradoja de hacernos incompatibles con nosotros mismos.

No hay comentarios: