martes, 18 de agosto de 2009

El vuelo de soñar despierto, esa delicia, tal vez enseñanza, que nos deja el sueño de mientras dormimos, con la extravagancia y el delirio de aprendices que entonces somos de surrealismo. Mientras dormimos, resucitan muertos recientes y lejanos, de pronto regresados al trato habitual que teníamos con ellos, con sus costumbres y manías, vamos y venimos por paisajes a veces reiterados, por más que sean en la realidad inexistentes, o, por lo menos, desconocidos u olvidados. En sueños, los objetos cotidianos se deforman, como los relojes de Dalí, o funcionan mal o no funcionan en los momentos de aparente mayor peligro, cuando despertamos y nos invade el repentino consuelo de que todo haya sido un sueño.

Eso es, creo yo, lo que nos enseña a soñar despiertos, cuando, por lo menos inicialmente, podemos conducir nosotros la imaginación por derroteros imposibles, utopías maravillosas o peligros de toda índole. Soñar despiertos nos proporciona posibilidad y ocasión de vivir varias vidas, además de la nuestra, muchas de mentira, otras proyectos, que se van perfilando con el propósito de reconvertirlas a la realidad en la primera ocasión que se presente. Soñar despiertos nos ofrece contestación adecuada para esas coyunturas en que alguien nos sorprende y deja sin palabras, hechos con que responder a ofensas que no supimos afrontar el la realidad, cuando se nos calentó tanto la cabeza que olvidamos debe conservarse fría para que las neuronas no enloquezcan y nos dejen de la mano de lo razonable.

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