31 de agosto de 2011, primer mes y último de un montón de cosas, fin de etapa sin acelerón final, eso que llaman sprint los especialistas, pero cada viejo llega como puede, resollando, con esa sensación de que no llega el aire al fondo de los pulmones más que cuando se respira, suspira, hondo.
Apenas queda verano sin que lo haya habido, en realidad, más que tartamudeando días de sol y llorando orbayos.
(Me fijo, sorprendido, en que los patos del río, en su mayoría, parecen ahora viejos carcundos, gordos, torpes, sucios de pluma)
Se despereza la vida oficial, que nos había dado una tregua durante el corto y frígido verano, salpicado de ahogos del bochorno y humedades de casi el noventa por ciento, o lo que es parecido, casi agallas de pez, para respirar. Van yéndose de la costa los aparatoso coches de los más (aparentemente) afortunados y los cochecitos de lata de los veraneantes del pote (equivalentes de los americanos del pote, aquellos del ¿cuándo viniste? ¿cuándo llegaste? la leontina de oro, ya la vendiste, ya la empeñaste)
(Hay en el ambiente de fines de verano, que casi le queda un mes, por cierto, un deje de tristeza, y, en las ciudades, cada poco, indignados y policías se lían a porrazos sin motivo aparente, o, como pasó en Inglaterra, de repente, un montón de gente se excita, desmanda y pone a destruir sin objeto)
De nuevo elecciones. Sonrisas en los carteles. Convicción impregnada en la palabrería de los candidatos.
Cada vez oigo a más gente que me dice que no cree lo que dicen los candidatos. Votan por fidelidad a unos partidos con los dirigentes de los cuales, cada vez son también más los que dicen que están disconformes.
Máxima convicción de que debe delimitarse el gasto administrativo. Pienso que esperar hasta el 2020, cuando es probable que no esté yo para comprobarlo, es dejar para demasiado tarde lo que habría que haber hecho ya hace tiempo. Sigo convencido, y ojalá me equivoque, de que es imposible amortizar la deuda de cerca de seiscientos mil millones de euros que tienen contraída entre comunidades y ayuntamientos.
Pero si me detengo a pensar, me alivia darme cuenta de que yo soy un viejo que conserva hilachas de cuanto pensaban todavía quienes me educaron en el miedo a los endeudamientos. Creían, por lo que recuerdo, que nadie debía gastar más de lo que se considerara capacitado para ingresar en el ejercicio económico.
(Muchos años después, un avispado economista autodidacto, gallego él, me contaba que había ejercicios económicos que, para cumplir con esa máxima de no pasarse en el endeudamiento, había que alargarlos, y me puso el ejemplo de las explotaciones de gallinas, entonces de moda, cuyas perdidas o beneficios había que calcular por lustros para que las cuentas salieran)
En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 31 de agosto de 2011
martes, 30 de agosto de 2011
Todo en el Planeta se mueve sin cesar. Es la dinámica de la vida. Cuanto se aquieta es que ha muerto o que murió hace tiempo sin que nadie se diese cuenta, que a veces pasa, como con los árboles, que Casona nos recordó que mueren de pie.
Un bazar chino me vende media docena de comederos en que reparto por el patio alpiste para los pájaros. Los gorriones, que ahora ralean, bajan y picotean, las lavanderas deben tener otra dieta porque me parece que se acercan, olisquen, pero no comen. Tampoco se acercan los mirlos. Ayer, había un jilguero.
Un niño se quejaba de miedo, hace poco, una tarde de este verano, cuando pasaba yo con la perra de casa, Laila, porque una gaviota posada sobre el contenedor de basura se le había quedado mirando y riéndose. Cada vez hay más. Gaviotas. Debe ser que cada vez ensuciamos más las costas, y ellas, carroñeras que son, a pesar de la apariencia impoluta de su elegancia, se multiplican para limpiar. Lo de reidoras es que parece que lo hagan y por eso, a unas de las que por aquí abundan les llaman “reidoras”. De niños, tristes experiencias nos decían que cuando van volando, apuntan para cagarte, si puede ser, el traje de los domingos, que entonces los había, escoceses o azul marino, primero de pantalón bombacho, luego de mayor ya, y cuando acertaban se reían, según nuestra interpretación infantil, que yo creo que a pocos caen simpáticas, sobre todo si has sido niño y se te ocurrió acercarte por el acantilado o las peñas a sus nidos en época de cría y te amenazaron e incluso atacaron con la inusitada fiereza que se gastan en defensa de los huevos o la nidada.
Mucha gente ha dado en alimentar a los patos y las ocas del río, y, a sus horas, viene la bandada de las gaviotas, que luego entretienen el ocio rompiendo y las bolsas de basura de los portales y desperdigando su contenido por las aceras. Es todo un deporte tirarles mendrugos que cogen al vuelo.
Releo a Manuel Fernández Alvarez, en su Jovellanos, el Patriota, y allí, textos y testimonios de la ilustración de Jovellanos, que permiten atisbar su personalidad, cada vez más difuminada, pese a estar cada vez más estudiada, porque el tiempo es un poderoso difuminador, y nuestros modos, costumbres y cultura, cada vez más diferentes de aquéllas, distorsionan lo circunstancial de una personalidad de hace más de dos siglos. Hay, sin embargo, en los textos y cada atinada interpretación del autor de este libro, evidente testimonio de la tragedia con que cada generación resulta alcanzada por los cambios derivados del hecho de que todo se mueva, cambie y fluya. Sobre todo cuando se contempla la trayectoria de personas como Jovellanos, que se ven implicadas o se implican en lo que está ocurriendo, y así sintetizan en su personalidad lo que pasa al conjunto, respecto de algunos sin que se enteren siquiera, que de todo hay en la viña, y respecto de otros porque les importa un comino cuando no concierna directamente a sus intereses y ambición.
Un bazar chino me vende media docena de comederos en que reparto por el patio alpiste para los pájaros. Los gorriones, que ahora ralean, bajan y picotean, las lavanderas deben tener otra dieta porque me parece que se acercan, olisquen, pero no comen. Tampoco se acercan los mirlos. Ayer, había un jilguero.
Un niño se quejaba de miedo, hace poco, una tarde de este verano, cuando pasaba yo con la perra de casa, Laila, porque una gaviota posada sobre el contenedor de basura se le había quedado mirando y riéndose. Cada vez hay más. Gaviotas. Debe ser que cada vez ensuciamos más las costas, y ellas, carroñeras que son, a pesar de la apariencia impoluta de su elegancia, se multiplican para limpiar. Lo de reidoras es que parece que lo hagan y por eso, a unas de las que por aquí abundan les llaman “reidoras”. De niños, tristes experiencias nos decían que cuando van volando, apuntan para cagarte, si puede ser, el traje de los domingos, que entonces los había, escoceses o azul marino, primero de pantalón bombacho, luego de mayor ya, y cuando acertaban se reían, según nuestra interpretación infantil, que yo creo que a pocos caen simpáticas, sobre todo si has sido niño y se te ocurrió acercarte por el acantilado o las peñas a sus nidos en época de cría y te amenazaron e incluso atacaron con la inusitada fiereza que se gastan en defensa de los huevos o la nidada.
Mucha gente ha dado en alimentar a los patos y las ocas del río, y, a sus horas, viene la bandada de las gaviotas, que luego entretienen el ocio rompiendo y las bolsas de basura de los portales y desperdigando su contenido por las aceras. Es todo un deporte tirarles mendrugos que cogen al vuelo.
Releo a Manuel Fernández Alvarez, en su Jovellanos, el Patriota, y allí, textos y testimonios de la ilustración de Jovellanos, que permiten atisbar su personalidad, cada vez más difuminada, pese a estar cada vez más estudiada, porque el tiempo es un poderoso difuminador, y nuestros modos, costumbres y cultura, cada vez más diferentes de aquéllas, distorsionan lo circunstancial de una personalidad de hace más de dos siglos. Hay, sin embargo, en los textos y cada atinada interpretación del autor de este libro, evidente testimonio de la tragedia con que cada generación resulta alcanzada por los cambios derivados del hecho de que todo se mueva, cambie y fluya. Sobre todo cuando se contempla la trayectoria de personas como Jovellanos, que se ven implicadas o se implican en lo que está ocurriendo, y así sintetizan en su personalidad lo que pasa al conjunto, respecto de algunos sin que se enteren siquiera, que de todo hay en la viña, y respecto de otros porque les importa un comino cuando no concierna directamente a sus intereses y ambición.
lunes, 29 de agosto de 2011
Se armó la marimorena, en la tertulia, cuando alguien dijo lo de que partiendo de la base de que en cualquier comunidad tiene que haber quien mande, se le ocurrió añadir que le daba igual el método de selección, que votar tiene sus ventajas y sus desventajas, como las tiene el dedo. Un auténtico alboroto. Querían linchar, intelectual e incruentamente, desde luego, al audaz debelador de las excelencias democráticas, capaz por lo visto de imaginar sistemas para la mayoría definitivamente desprestigiados.
Se amparó en la constitución, para ejercitar su derecho a defender la tesis expuesta. Razonó que los sistemas políticos son convenientes o no, en determinadas comunidades, según multitud de circunstancias que deben tenerse en cuenta antes echarse al monte a defender uno a ultranza como sistema definitivo y universal.
Me permití estar de acuerdo en dos cosas, la primera es que sea aconsejable un sistema democrático, la segunda que hay grupos sociales cuya heterogeneidad no permite la aplicación de un sistema democrático, y añadí un tercer punto de controversia inmediata, consistente en poner de manifiesto que a lo largo del tiempo, algunos sedicentes demócratas que en realidad no lo son, han inventado una porción de excrecencias y adherencias que sin duda provocan letales patologías en la esencia de la democracia.
Me resulta inexplicable que se repudie o se desprecie a gente de buena voluntad que se entregó con los mejores propósitos a tratar de mejorar el mundo, a lo largo de su historia, sin lograrlo. Una porción de vidas ilustres, más o menos conocidas y unas reconocidas y otras no por la historia y sus veleidosas memorias, casi siempre interesadas, hizo cuanto pudo y gastó lo mejor de su vida en tratar de hacer lo mejor posible por los demás y merece. Sólo por ello, mucho más y más expresivo agradecimiento que cuantos fuero, van y seguirán en el futuro yendo a lo suyo, con absoluto desprecio de quienes hayan de ser pisoteados o utilizados para pasar, atravesar, llegar o llegar antes.
Cada poco, pe pregunto si habrá habido alguien, en algún tiempo, que haya sido irreprochable durante toda su vida. ¿Cómo habrá podido ser? ¿Qué habrá sentido? Hacia el final, si llegó a la vejez, habrá sido la suya como un paseo de tarde serena, ya casi anocheciendo, con el aire a la vez cansado y apenas perfumado, si es otoño, de olor a humo lejano. El posible eco de alguna voz, cualquier huella evidenciadora de la existencia de otros, le habrá producido el vago afecto sosegado que se sigue siempre de saber que se trata de personas conocidas, amistosas. Comprendo de pronto, las palabras del poema: “ven muerte tan escondida …”, y a cualquier hora pasa el aire frescacho de fin de agosto, como un escalofrío que es mezcla de confianza y terror, esperanza y desaliento. Tal vez humanidad en carne viva, vida enganchada en humanidad. Yo qué sé.
Se amparó en la constitución, para ejercitar su derecho a defender la tesis expuesta. Razonó que los sistemas políticos son convenientes o no, en determinadas comunidades, según multitud de circunstancias que deben tenerse en cuenta antes echarse al monte a defender uno a ultranza como sistema definitivo y universal.
Me permití estar de acuerdo en dos cosas, la primera es que sea aconsejable un sistema democrático, la segunda que hay grupos sociales cuya heterogeneidad no permite la aplicación de un sistema democrático, y añadí un tercer punto de controversia inmediata, consistente en poner de manifiesto que a lo largo del tiempo, algunos sedicentes demócratas que en realidad no lo son, han inventado una porción de excrecencias y adherencias que sin duda provocan letales patologías en la esencia de la democracia.
Me resulta inexplicable que se repudie o se desprecie a gente de buena voluntad que se entregó con los mejores propósitos a tratar de mejorar el mundo, a lo largo de su historia, sin lograrlo. Una porción de vidas ilustres, más o menos conocidas y unas reconocidas y otras no por la historia y sus veleidosas memorias, casi siempre interesadas, hizo cuanto pudo y gastó lo mejor de su vida en tratar de hacer lo mejor posible por los demás y merece. Sólo por ello, mucho más y más expresivo agradecimiento que cuantos fuero, van y seguirán en el futuro yendo a lo suyo, con absoluto desprecio de quienes hayan de ser pisoteados o utilizados para pasar, atravesar, llegar o llegar antes.
Cada poco, pe pregunto si habrá habido alguien, en algún tiempo, que haya sido irreprochable durante toda su vida. ¿Cómo habrá podido ser? ¿Qué habrá sentido? Hacia el final, si llegó a la vejez, habrá sido la suya como un paseo de tarde serena, ya casi anocheciendo, con el aire a la vez cansado y apenas perfumado, si es otoño, de olor a humo lejano. El posible eco de alguna voz, cualquier huella evidenciadora de la existencia de otros, le habrá producido el vago afecto sosegado que se sigue siempre de saber que se trata de personas conocidas, amistosas. Comprendo de pronto, las palabras del poema: “ven muerte tan escondida …”, y a cualquier hora pasa el aire frescacho de fin de agosto, como un escalofrío que es mezcla de confianza y terror, esperanza y desaliento. Tal vez humanidad en carne viva, vida enganchada en humanidad. Yo qué sé.
domingo, 28 de agosto de 2011
Echo de menos el tiempo perdido.
Si nadie ha sabido nunca a dónde va ni dónde se refugia el tiempo pasado, podéis imaginar lo difícil que ha de ser reencontrar el perdido.
Tiempo perdido es el que se mata y el que se desprecia.
Está también el mal usado, pero ese por lo menos proporciona experiencia.
Ultimo domingo del glorioso agosto que habíamos esperado con fervorosa impaciencia y fue lo que fue.
Quedan lunes, martes y miércoles de “fines de agosto, frío en el rostro”, que decían las contemporáneas de la abuela. La abuela, decíamos de pequeños, vive en el sillón de mimbre de la rebotica. Allí estuvo durante nuestra niñez, dos generaciones de niños, además de los suyos. Dos tandas de nietos, justo en el apogeo de la crueldad del siglo. Salía a misa, al cine, de visitas y uno o dos viajes al año, con el abuelo, que la cuidaba como a las niñas de sus ojos, y, cuando había, al teatro. Desde el dos y el cuatro de la fila cinco, pasaron mis abuelos maternos del teatro al cine mudo, del mudo al sonoro y del sonoro al tecnicolor, mientras medio mundo se enfrentaba al otro medio en las sucesivas guerras del cruento siglo XX y la rebotica pasaba de los morteros y las papelinas a los medicamentos envasados y al milagro de la penicilina y toda su ahora extensa familia de antibióticos. Cuando yo era niño, mis abuelos tenían teléfono de manivela y una máquina de escribir con doble teclado, para mayúsculas y para minúsculas.
Tres días para que acabe agosto, y, en seguida, el viento de las castañas. Cada otoño se va espesando hasta formar el bosque del invierno, paradójicamente desnudo de las hojas, que las coge el suelo para tapar entre crujidos, sus vergüenzas de barro. Tres días como tres joyas, durante que todo será como antes.
Miles y miles de páginas de Proust, en busca del tiempo perdido, y al final descubres que el cesto era de mimbres, como el sillón de la abuela que dije, y no servía para ir echando tiempo del poco reencontrado, porque se escurría, como la leyenda del repostero: inter médium montium, pertransibunt aquae, que el tiempo es probable que tenga la consistencia imaginable de los líquidos, como cada río. Heráclito dicen que lo adivinó, medio milenio antes de Cristo.
Abandona el presidente ejecutivo de Apple. La enfermedad a unos, la vejez a otros, a unos el cansancio a otros el escepticismo, cada día quedamos en la playa, absortos todavía en los mensajes del viento y el agua, los que dejábamos huella, hasta ayer, que, de pronto, al pararnos, miramos y las huellas las borró la marea con el juego de su vaivén. Ahora, silba el viento por encima de las cines de las olas, otros marcarán el paso, dejarán –una sonrisa- nuevas huellas por entre las cochas vacías, los palitroques húmedos, la caprichosa raya que marca el límite de las mareas. Me bajo del caballo, que tasca impaciente el freno, dispuesto a entregaros la antorcha, asustado. Casi todos, a esta hora, nos miramos perplejos las manos vacías.
Y miramos a nuestro alrededor, buscando ese tiempo que os decía, tal vez, pero sólo tal vez, apunta la esperanza, definitivamente perdido.
Si nadie ha sabido nunca a dónde va ni dónde se refugia el tiempo pasado, podéis imaginar lo difícil que ha de ser reencontrar el perdido.
Tiempo perdido es el que se mata y el que se desprecia.
Está también el mal usado, pero ese por lo menos proporciona experiencia.
Ultimo domingo del glorioso agosto que habíamos esperado con fervorosa impaciencia y fue lo que fue.
Quedan lunes, martes y miércoles de “fines de agosto, frío en el rostro”, que decían las contemporáneas de la abuela. La abuela, decíamos de pequeños, vive en el sillón de mimbre de la rebotica. Allí estuvo durante nuestra niñez, dos generaciones de niños, además de los suyos. Dos tandas de nietos, justo en el apogeo de la crueldad del siglo. Salía a misa, al cine, de visitas y uno o dos viajes al año, con el abuelo, que la cuidaba como a las niñas de sus ojos, y, cuando había, al teatro. Desde el dos y el cuatro de la fila cinco, pasaron mis abuelos maternos del teatro al cine mudo, del mudo al sonoro y del sonoro al tecnicolor, mientras medio mundo se enfrentaba al otro medio en las sucesivas guerras del cruento siglo XX y la rebotica pasaba de los morteros y las papelinas a los medicamentos envasados y al milagro de la penicilina y toda su ahora extensa familia de antibióticos. Cuando yo era niño, mis abuelos tenían teléfono de manivela y una máquina de escribir con doble teclado, para mayúsculas y para minúsculas.
Tres días para que acabe agosto, y, en seguida, el viento de las castañas. Cada otoño se va espesando hasta formar el bosque del invierno, paradójicamente desnudo de las hojas, que las coge el suelo para tapar entre crujidos, sus vergüenzas de barro. Tres días como tres joyas, durante que todo será como antes.
Miles y miles de páginas de Proust, en busca del tiempo perdido, y al final descubres que el cesto era de mimbres, como el sillón de la abuela que dije, y no servía para ir echando tiempo del poco reencontrado, porque se escurría, como la leyenda del repostero: inter médium montium, pertransibunt aquae, que el tiempo es probable que tenga la consistencia imaginable de los líquidos, como cada río. Heráclito dicen que lo adivinó, medio milenio antes de Cristo.
Abandona el presidente ejecutivo de Apple. La enfermedad a unos, la vejez a otros, a unos el cansancio a otros el escepticismo, cada día quedamos en la playa, absortos todavía en los mensajes del viento y el agua, los que dejábamos huella, hasta ayer, que, de pronto, al pararnos, miramos y las huellas las borró la marea con el juego de su vaivén. Ahora, silba el viento por encima de las cines de las olas, otros marcarán el paso, dejarán –una sonrisa- nuevas huellas por entre las cochas vacías, los palitroques húmedos, la caprichosa raya que marca el límite de las mareas. Me bajo del caballo, que tasca impaciente el freno, dispuesto a entregaros la antorcha, asustado. Casi todos, a esta hora, nos miramos perplejos las manos vacías.
Y miramos a nuestro alrededor, buscando ese tiempo que os decía, tal vez, pero sólo tal vez, apunta la esperanza, definitivamente perdido.
sábado, 27 de agosto de 2011
Cada vez que uno cambia de modo de vivir aunque se trate de la misma vida, se asusta por lo menos un poco. Y más, los mayores, y mucho más, los irremediablemente viejos, que ya estamos para pocas probaturas.
La vida, sin embargo, es mudanza de modos y de maneras, para enfrentarse con las que poco a poco se van teniendo menos fuerzas y menores habilidades.
Hay que aguzar y agudizar el ingenio, puede que convenga negociar con nosotros mismos, transigir entre el recuerdo y el proyecto imposible, para, por lo menos, reducirlo a los justos términos de un éxito si queréis relativo, pero éxito.
Ultima semana y penúltima quasisemana de un agosto otoñal.
De pronto, los más jóvenes se han ido, se adivinaba que con ganas, se veía que con las fuerzas renovadas y a punto.
Siempre ha sido un espectáculo el del regimiento en marcha hacia la incertidumbre.
Un regimiento en marcha, con sus cornetas y sus tambores, sus correajes y armas relucientes, las sonrisas de los héroes y la altivez de los adalides, es siempre un radiante espectáculo, una imagen inolvidable, una realidad, tal vez sueño, deslumbrante.
Lo malo es que más allá del horizonte, por debajo de la niebla alta de las laderas del monte de la transfiguración, están el polvo, el berro y la guerra, la miseria, las heridas y la muerte misma, regocijada en su esquina de gran moderadora de la miserable soberbia humana.
-¿A qué viene, hoy …?
Sesenta años después, he comprado y releo la autobiografía de Koestler. Nació en 1905, el mismo año que mi madre. Les tocó en suerte vivir a lo largo del terrible, tremendo, cruel y cruento siglo XX, durante el que muchos creyeron que, habiendo llegado al campo de la verdad, valía la pena tratar de arrancar y erradicar la mentira, levantar un muro y aislar para los escogidos un paraíso. Huxley le llamo “mundo feliz”.
No muy lejos de entonces, hay ya quienes están tentados de confiar a unas máquinas con inteligencia artificial el gobierno y la administración del mundo. Si no se mira al ser humano de arriba abajo, hay parcelas de su estructura esencial que dan miedo por la estupidez en que puede embarcarnos nuestra estúpida radicalización, la exageración de nuestro escepticismo, alternativa de la exageración de esa soberbia que nos tienta a cada paso, de estar definitivamente seguros de algo.
La vida, sin embargo, es mudanza de modos y de maneras, para enfrentarse con las que poco a poco se van teniendo menos fuerzas y menores habilidades.
Hay que aguzar y agudizar el ingenio, puede que convenga negociar con nosotros mismos, transigir entre el recuerdo y el proyecto imposible, para, por lo menos, reducirlo a los justos términos de un éxito si queréis relativo, pero éxito.
Ultima semana y penúltima quasisemana de un agosto otoñal.
De pronto, los más jóvenes se han ido, se adivinaba que con ganas, se veía que con las fuerzas renovadas y a punto.
Siempre ha sido un espectáculo el del regimiento en marcha hacia la incertidumbre.
Un regimiento en marcha, con sus cornetas y sus tambores, sus correajes y armas relucientes, las sonrisas de los héroes y la altivez de los adalides, es siempre un radiante espectáculo, una imagen inolvidable, una realidad, tal vez sueño, deslumbrante.
Lo malo es que más allá del horizonte, por debajo de la niebla alta de las laderas del monte de la transfiguración, están el polvo, el berro y la guerra, la miseria, las heridas y la muerte misma, regocijada en su esquina de gran moderadora de la miserable soberbia humana.
-¿A qué viene, hoy …?
Sesenta años después, he comprado y releo la autobiografía de Koestler. Nació en 1905, el mismo año que mi madre. Les tocó en suerte vivir a lo largo del terrible, tremendo, cruel y cruento siglo XX, durante el que muchos creyeron que, habiendo llegado al campo de la verdad, valía la pena tratar de arrancar y erradicar la mentira, levantar un muro y aislar para los escogidos un paraíso. Huxley le llamo “mundo feliz”.
No muy lejos de entonces, hay ya quienes están tentados de confiar a unas máquinas con inteligencia artificial el gobierno y la administración del mundo. Si no se mira al ser humano de arriba abajo, hay parcelas de su estructura esencial que dan miedo por la estupidez en que puede embarcarnos nuestra estúpida radicalización, la exageración de nuestro escepticismo, alternativa de la exageración de esa soberbia que nos tienta a cada paso, de estar definitivamente seguros de algo.
miércoles, 24 de agosto de 2011
Está de moda hablar del entrenador del Madrid. Coincide la cosa con un final de verano gris perla, neblina, del Norte. Al Norte, este año de gracia del 2011, le ha tocado descanso del sol, que se entretuvo calcinando provincias y autonomías de más abajo y de más hacia Oriente. Los turistas habituales, los esporádicos y los nuevos, se van hablando del orbayu, la niebla y las romerías pasadas por agua y barrucio, y del entrenador del Madrid, que suscita loas e improperios cada vez más respectivamente violentos y expresivos, al borde, algunos ya, del primer mamporro, desde el que nadie sabe nunca a dónde se puede llegar una vez rotas las hostilidades.
Me convocan para que haga de pregonero de fiestas. Un pregonero o es un soñador o un cantamañanas. Se puede pecar ser las dos cosas a la vez. Recuerdo con miedo cerval a aquel autor de que dijo otro que una de las obras del primero le había parecido que contenía cosas buenas y originales, pero añadiendo que, según su criterio, el del segundo, erigido en crítico, por desgracia, las cosas buenas no eran originales y las originales no eran buenas.
Lo malo de ser malo, el hablar o el escribir, o, sencillamente, mediocre, es que uno no se entera, ya que como ocurre a la mayor parte de la gente, participa del humano frecuente defecto de desconocerse a sí mismo. Como consecuencia, te adelantas, ufano, al proscenio, te pones a perorar y no te enteras hasta que ya es demasiado tarde de que mejor habrías seguido aquel consejo sabio que decía que si el silencio es tan frágil como hermoso, debe prohibirse a los imbéciles que lo rompan con unos desconsiderados rebuznos.
“¡Quiero oír silencio!”, recuerdo que nos dijo un día al iniciar su clase un inefable profesor de dibujo que tuvimos cuando mi generación aspiraba a lograr aquel bachillerato de la reválida en la Universidad tras del séptimo curso. Y al fin y al cabo yo no tengo la culpa de que me llamen a mí para este oficio de pregonero desde que debe cuidarse de elogiar la que viene, dorando las cúpulas del recuerdo de las pasadas. Un pregonero no debe anunciar nunca que la fiesta resulta pocas veces tan brillante como puede y debe imaginarse. Las fiestas son como los billetes de lotería, que pocas veces tocan, pero indefectiblemente nos proporcionan deliciosa ocasión de imaginar lo que haríamos si precisamente éste tocase. El pregonero, como el vendedor de la tómbola, debe gritar hasta desgañitarse que ¡siempre toca! “De ilusión también se vive”, se titulaba una hermosa película antañona, de antes del tecnicolor, si no recuerdo mal.
Me convocan para que haga de pregonero de fiestas. Un pregonero o es un soñador o un cantamañanas. Se puede pecar ser las dos cosas a la vez. Recuerdo con miedo cerval a aquel autor de que dijo otro que una de las obras del primero le había parecido que contenía cosas buenas y originales, pero añadiendo que, según su criterio, el del segundo, erigido en crítico, por desgracia, las cosas buenas no eran originales y las originales no eran buenas.
Lo malo de ser malo, el hablar o el escribir, o, sencillamente, mediocre, es que uno no se entera, ya que como ocurre a la mayor parte de la gente, participa del humano frecuente defecto de desconocerse a sí mismo. Como consecuencia, te adelantas, ufano, al proscenio, te pones a perorar y no te enteras hasta que ya es demasiado tarde de que mejor habrías seguido aquel consejo sabio que decía que si el silencio es tan frágil como hermoso, debe prohibirse a los imbéciles que lo rompan con unos desconsiderados rebuznos.
“¡Quiero oír silencio!”, recuerdo que nos dijo un día al iniciar su clase un inefable profesor de dibujo que tuvimos cuando mi generación aspiraba a lograr aquel bachillerato de la reválida en la Universidad tras del séptimo curso. Y al fin y al cabo yo no tengo la culpa de que me llamen a mí para este oficio de pregonero desde que debe cuidarse de elogiar la que viene, dorando las cúpulas del recuerdo de las pasadas. Un pregonero no debe anunciar nunca que la fiesta resulta pocas veces tan brillante como puede y debe imaginarse. Las fiestas son como los billetes de lotería, que pocas veces tocan, pero indefectiblemente nos proporcionan deliciosa ocasión de imaginar lo que haríamos si precisamente éste tocase. El pregonero, como el vendedor de la tómbola, debe gritar hasta desgañitarse que ¡siempre toca! “De ilusión también se vive”, se titulaba una hermosa película antañona, de antes del tecnicolor, si no recuerdo mal.
martes, 23 de agosto de 2011
Se me sumerge el pueblo en fiestas, y, al salir, está la misma trampa del dinero escaso y las promesas abiertas de cuanto van unos a hacer y otros a acontecer, sin que ninguno diga lo que en realidad hace falta, que es retornar a la realidad de que no hay ni más cera que la que arde ni más dinero que el contante y sonante.
Alguien me susurra en seguida que las empresas deben jugar con el crédito y con las misma presteza le contesto que sí, que a lo mejor es así, pero que ese crédito con que se juegue debe pedirse con estudio previo del modo y el tiempo de su amortización, por que de lo contrario, una casi larga experiencia, me dice que siempre, a la hora de la cuenta, se pide cada año un poco más y al final se rebasa, con ilusión, e incluso muchas veces con la mejor voluntad, la posibilidad real.
Pasa como con las fiestas periódicas, que todas, como es lógico, se convierten, en el lindero de su víspera, entre las memorias superpuestas de sus anteriores celebraciones y la ilusión de una próxima, todavía imaginaria, en maravillosos eventos muy por encima de lo que la realidad de las cosas permite.
No insistiré, otra vez la experiencia, me dice que es inútil, que ya estamos abocados a sufrir las consecuencias de no haber prevenido a tiempo y negarnos a remediar cuando todavía lo era. Ahora no queda más solución que la de hacer esfuerzos y sacrificios, ambos dolorosos ejercicios de la necesidad, que brota donde la voluntad no anduvo a tiempo.
Lo único que cabe añadir es que cuanto antes los hagamos, serán menores y dolerán menos a un cuerpo social que está inexorablemente llamado a una metamorfosis cada vez más complicada por los esfuerzos que se hacen para no hacer los esfuerzos que casi todo el mundo sabe que son los imprescindibles.
En otro orden de cosas, parece que cae otro presidente de otro país distinto del modelo oficial. Y de nuevo se habla de ello y de nuevo salta a la vista que cada vez que ocurre se evidencia con mayor claridad que una numerosa cantidad de comentaristas políticos hacen muy peculiares diferencias entre su interpretación de parecidos modos de actuar de cada personaje no democrático que se erige de uno u otro modo en jefe de su grupo social. Y se plantea de nuevo una grave incógnita respecto de si cabe o no exportar el modelo oficial, como yo le llamo, de uno a otro de esos grupos sociales, sin tener en cuenta sus particulares y muy diferentes características de posible convivencia social, sus circunstancias, su cultura.
Evidentemente, el mundo es un gigantesco laboratorio de ideas y experiencias en constante ebullición de probaturas e hipótesis. Un hermoso y apasionante espacio que a los más viejos por eso nos cuesta tanto abandonar hasta que llegan el cansancio, la impotencia y esos dolores que como dice un viejo conocido, cuando te loe encuentras cada mañana, te preguntas si serán de los volanderos o de los que vienen para quedarse, igualito que los sistemas y las ocurrencias políticas y económicas.
Alguien me susurra en seguida que las empresas deben jugar con el crédito y con las misma presteza le contesto que sí, que a lo mejor es así, pero que ese crédito con que se juegue debe pedirse con estudio previo del modo y el tiempo de su amortización, por que de lo contrario, una casi larga experiencia, me dice que siempre, a la hora de la cuenta, se pide cada año un poco más y al final se rebasa, con ilusión, e incluso muchas veces con la mejor voluntad, la posibilidad real.
Pasa como con las fiestas periódicas, que todas, como es lógico, se convierten, en el lindero de su víspera, entre las memorias superpuestas de sus anteriores celebraciones y la ilusión de una próxima, todavía imaginaria, en maravillosos eventos muy por encima de lo que la realidad de las cosas permite.
No insistiré, otra vez la experiencia, me dice que es inútil, que ya estamos abocados a sufrir las consecuencias de no haber prevenido a tiempo y negarnos a remediar cuando todavía lo era. Ahora no queda más solución que la de hacer esfuerzos y sacrificios, ambos dolorosos ejercicios de la necesidad, que brota donde la voluntad no anduvo a tiempo.
Lo único que cabe añadir es que cuanto antes los hagamos, serán menores y dolerán menos a un cuerpo social que está inexorablemente llamado a una metamorfosis cada vez más complicada por los esfuerzos que se hacen para no hacer los esfuerzos que casi todo el mundo sabe que son los imprescindibles.
En otro orden de cosas, parece que cae otro presidente de otro país distinto del modelo oficial. Y de nuevo se habla de ello y de nuevo salta a la vista que cada vez que ocurre se evidencia con mayor claridad que una numerosa cantidad de comentaristas políticos hacen muy peculiares diferencias entre su interpretación de parecidos modos de actuar de cada personaje no democrático que se erige de uno u otro modo en jefe de su grupo social. Y se plantea de nuevo una grave incógnita respecto de si cabe o no exportar el modelo oficial, como yo le llamo, de uno a otro de esos grupos sociales, sin tener en cuenta sus particulares y muy diferentes características de posible convivencia social, sus circunstancias, su cultura.
Evidentemente, el mundo es un gigantesco laboratorio de ideas y experiencias en constante ebullición de probaturas e hipótesis. Un hermoso y apasionante espacio que a los más viejos por eso nos cuesta tanto abandonar hasta que llegan el cansancio, la impotencia y esos dolores que como dice un viejo conocido, cuando te loe encuentras cada mañana, te preguntas si serán de los volanderos o de los que vienen para quedarse, igualito que los sistemas y las ocurrencias políticas y económicas.
sábado, 20 de agosto de 2011
Mizaru, Kikazaru, Iwazaru. Hasta hace bien poco, abundaban en llaveros y adornos. Un senegalés amigo mío, Bibi, los vende por separado junto al atrio de la iglesia de Santa Eulalia, de Luarca. Son los tres monos japoneses, que uno se tapa las orejas, otro la boca y el tercero los ojos. Los no eruditos de su Japón original dicen que recomiendan que no denuncies, no escuches, no veas lo que ocurre a tu alrededor, no sea que de un modo u otro te linchen las masas rebeldes, que siempre habrá, de los que piensen diferente de lo que tú piensas.
Ni hablaré de ese periódico desnortado, ni de ese entrenador desenfocado, ni de las manifestaciones anti Papa.
Desgraciado país donde pueden darse especímenes tales, ganarse sustento y sobrevivir, sin duda para equilibrio de un mundo donde cada vez estoy convencido de que se necesita una parte, una fuerza oscura susceptible de devolvernos la apacible delicia de recuperar, después de sus tarascadas, la apariencia de cordura y la sensación de bienestar que suelen acompañar a la luz, la razón, el sentido común y cada ilusionada esperanza.
Mis tres monos, tallados en madera no sé si exótica, pero al menos de apariencia noble y desde luego hábil factura artesanal, calla el uno, desoye el otro y el tercero se tapa los ojos. Hasta en eso aparentan sabiduría, mediante la prudencia de ejercer y ejercitar por turno el arte del consejo. El que no habla, mira y escucha, el que no mira, asimismo procura oír y musita palabras sin duda oportunas, y el que se guarda las orejas para mejor ocasión, sigue mirando y añade su consejo probablemente admirable.
Un filósofo ético proclamó hace siglos que el consejo de estos tres es cerrar por lo menos alternativamente los sentidos al mal. Lo que pasa es que la experiencia nos dice que cuando te cierras a ,lo que hay afuera, te aíslas a la vez de lo bueno y lo malo, que no hay nadie capaz de seleccionar y acertar siempre. Por eso es tan peligrosa, a la vez que deslumbrante y aconsejable, la sabiduría. Se aprende con la misma presurosa abundancia de lo bueno y de lo malo, en muchas ocasiones sin tiempo para cultivar conciencia y criterio.
Ni hablaré de ese periódico desnortado, ni de ese entrenador desenfocado, ni de las manifestaciones anti Papa.
Desgraciado país donde pueden darse especímenes tales, ganarse sustento y sobrevivir, sin duda para equilibrio de un mundo donde cada vez estoy convencido de que se necesita una parte, una fuerza oscura susceptible de devolvernos la apacible delicia de recuperar, después de sus tarascadas, la apariencia de cordura y la sensación de bienestar que suelen acompañar a la luz, la razón, el sentido común y cada ilusionada esperanza.
Mis tres monos, tallados en madera no sé si exótica, pero al menos de apariencia noble y desde luego hábil factura artesanal, calla el uno, desoye el otro y el tercero se tapa los ojos. Hasta en eso aparentan sabiduría, mediante la prudencia de ejercer y ejercitar por turno el arte del consejo. El que no habla, mira y escucha, el que no mira, asimismo procura oír y musita palabras sin duda oportunas, y el que se guarda las orejas para mejor ocasión, sigue mirando y añade su consejo probablemente admirable.
Un filósofo ético proclamó hace siglos que el consejo de estos tres es cerrar por lo menos alternativamente los sentidos al mal. Lo que pasa es que la experiencia nos dice que cuando te cierras a ,lo que hay afuera, te aíslas a la vez de lo bueno y lo malo, que no hay nadie capaz de seleccionar y acertar siempre. Por eso es tan peligrosa, a la vez que deslumbrante y aconsejable, la sabiduría. Se aprende con la misma presurosa abundancia de lo bueno y de lo malo, en muchas ocasiones sin tiempo para cultivar conciencia y criterio.
viernes, 19 de agosto de 2011
Asturias, casi de punta a punta, desde Luarca hasta Panes, en pleno agosto, es un recorrido por territorio en fiestas y romerías, mientras las bolsas del mundo se estremecían sin ese indispensable aire suyo, cargado de olor a dinero caliente, que exhala la multitud de raqueros buscando entre las ruinas de aquella “España va bien” del “mundo feliz” y el “estado del bienestar”.
Casa Julián, allá en Niserias, casi a la sombra, si fuese alargada, de la leyenda del Naranjo de Bulnes, donde los hijos de Julián todavía te dispensan las patatas rellenas, las setas al Cabrales y el cabritu del país que rematas con cualquiera de los postres de la casa, la tarta de turrón y queso o el tiramisú, en el supuesto de que no prefieras un Cabrales de los de antes de todas las guerras, exactamente, ayer, en su punto y hora.
Asturias, por el lado de Oriente, que diría Proust, es hostelería, mesa, y mantel, figón, horno, restaurante, coches, peregrinos, vaca “amarela” en los prados y se adivina que holandesa en las cuadras, con los prados y la hierba a medio recoger, con este otoño que nos ha venido, sin yerba seca y los silos pendientes, que ya no hay balagares.
Se le ve a Asturias que no sabe qué hacer, todavía, por más que Esperanza Aguirre nos diga que teniendo como tenemos a Paco Cascos, en seguida vamos a tener planes y tajo que emprender, curro abundante. Me atrevo a fiarme porque Esperanza siempre me ha parecido a mí moza de armas tomar, con más agallas, renovadas aquí seguramente por el orballu omnipresente del año, que muchos que se las dan de protagonistas pero vas viendo cómo se les encoge el ánimo, a medida que arrecia ahí fuera el temporal y no alcanza la pasta ni para impermeables, que hay que trabajar a la intemperie y es cosa de hombres y de mujeres que sepan lo que se traen entre manos y que siempre hay un puerto a donde ir con esperanzada decisión.
Asturias, arbolada de papelinos, aturdida de altavoces monstruosos y desquiciadas bandas, bandines, equipos y solistas, de atronadores facedores de ruido.
Yo lo ví. Hay camino. Lo que hay también ye que ponese a andar, pero todo llegará y no sé qué me da que va a ser en seguida, en cuanto escampe este verano loco y llegue el otoño, que hay que ver la cantidad de arizos que tienen este año los castaños, como si lo presintieran. ¿Será de verdad una premonición?
Casa Julián, allá en Niserias, casi a la sombra, si fuese alargada, de la leyenda del Naranjo de Bulnes, donde los hijos de Julián todavía te dispensan las patatas rellenas, las setas al Cabrales y el cabritu del país que rematas con cualquiera de los postres de la casa, la tarta de turrón y queso o el tiramisú, en el supuesto de que no prefieras un Cabrales de los de antes de todas las guerras, exactamente, ayer, en su punto y hora.
Asturias, por el lado de Oriente, que diría Proust, es hostelería, mesa, y mantel, figón, horno, restaurante, coches, peregrinos, vaca “amarela” en los prados y se adivina que holandesa en las cuadras, con los prados y la hierba a medio recoger, con este otoño que nos ha venido, sin yerba seca y los silos pendientes, que ya no hay balagares.
Se le ve a Asturias que no sabe qué hacer, todavía, por más que Esperanza Aguirre nos diga que teniendo como tenemos a Paco Cascos, en seguida vamos a tener planes y tajo que emprender, curro abundante. Me atrevo a fiarme porque Esperanza siempre me ha parecido a mí moza de armas tomar, con más agallas, renovadas aquí seguramente por el orballu omnipresente del año, que muchos que se las dan de protagonistas pero vas viendo cómo se les encoge el ánimo, a medida que arrecia ahí fuera el temporal y no alcanza la pasta ni para impermeables, que hay que trabajar a la intemperie y es cosa de hombres y de mujeres que sepan lo que se traen entre manos y que siempre hay un puerto a donde ir con esperanzada decisión.
Asturias, arbolada de papelinos, aturdida de altavoces monstruosos y desquiciadas bandas, bandines, equipos y solistas, de atronadores facedores de ruido.
Yo lo ví. Hay camino. Lo que hay también ye que ponese a andar, pero todo llegará y no sé qué me da que va a ser en seguida, en cuanto escampe este verano loco y llegue el otoño, que hay que ver la cantidad de arizos que tienen este año los castaños, como si lo presintieran. ¿Será de verdad una premonición?
miércoles, 17 de agosto de 2011
Primer paso acertado, eficaz, práctico, pero ¿será verdad? ¿Conseguirán esos dos, tendrán realmente el propósito de conseguir, les permitirán los ingleses que consigan un gobierno para la zona del euro?
Si fuese cierto, habríamos dado un paso de gigante hacia la salida de la crisis económica.
La otra, la ética, es problema que va para más largo y pasa nada menos que por la reforma de la enseñanza, la renovación de la universidad, la generalización de colegios mayores con equipos de estudios diversificados, seminarios de discusión y debate.
Por algo hay que empezar.
Es importante que se hayan dado cuenta de dónde estaba el problema y que lo hayan planteado. Alguien llega a resolverlo. Ha ocurrido siempre, en al historia humana, con los enigmas alcanzables. Eso y comprender que algunos no lo son para nuestras entendederas, es lo importante para que un filósofo pueda llegar a dar la vuelta a sus convicciones como quien lo hace con un calcetín.
El día, a pesar de que ha regresado el orbayu, empeñado en aguar el verano y el veraneo de este año, es un día luminoso y esperanzador.
Por contraste, un habitualmente lúcido político catalán, da en la terca insistencia de que se formen ínsulas baratarias, reinos de taifas, reductos para ricachos y comarcas para pobretones. Me gustaría saber decirle que el rico lo será más cuando comparta, como el desgraciado lo es menos cuando lo hace. Los hombres creo que están hechos para agruparse y ayudarse recíprocamente a vivir. No creo que sea posible vivir sin convivir.
No hace falta que os diga quién me gustaría que ganara esta noche.
Si fuese cierto, habríamos dado un paso de gigante hacia la salida de la crisis económica.
La otra, la ética, es problema que va para más largo y pasa nada menos que por la reforma de la enseñanza, la renovación de la universidad, la generalización de colegios mayores con equipos de estudios diversificados, seminarios de discusión y debate.
Por algo hay que empezar.
Es importante que se hayan dado cuenta de dónde estaba el problema y que lo hayan planteado. Alguien llega a resolverlo. Ha ocurrido siempre, en al historia humana, con los enigmas alcanzables. Eso y comprender que algunos no lo son para nuestras entendederas, es lo importante para que un filósofo pueda llegar a dar la vuelta a sus convicciones como quien lo hace con un calcetín.
El día, a pesar de que ha regresado el orbayu, empeñado en aguar el verano y el veraneo de este año, es un día luminoso y esperanzador.
Por contraste, un habitualmente lúcido político catalán, da en la terca insistencia de que se formen ínsulas baratarias, reinos de taifas, reductos para ricachos y comarcas para pobretones. Me gustaría saber decirle que el rico lo será más cuando comparta, como el desgraciado lo es menos cuando lo hace. Los hombres creo que están hechos para agruparse y ayudarse recíprocamente a vivir. No creo que sea posible vivir sin convivir.
No hace falta que os diga quién me gustaría que ganara esta noche.
lunes, 15 de agosto de 2011
La limpieza de sangre ha sido obsesión ibérica de siempre, por eso no es ahora de extrañar que la memoria histórica pretenda ser selectiva y todos, sin excepción, quienes traten de alzarse con el santo y la limosna, serán el equivalente de los cristianos viejos medievales. O es posible que la cosa venga de más antiguo, cuando Pedro, aquella noche, negó a Cristo antes de que acabara de cantar por tercera vez el gallo.
No nos basta ser lo que somos con la debida humildad, teniéndonos paciencia, puesto que hemos de ir juntos, todos nuestros yos, desde el nacimiento hasta el ocaso y la muerte.
Ya está, ya la menté de nuevo. Los españoles, los legionarios y los viejos, tendemos a citar a la Pálida, a la Dama del Alba, como acertaría en denominar Casona. Tal vez nos sea más familiar o que la andemos rondando: “españolito que naces hoy …”
Curioso, o puede que pintoresco, que seamos lo que somos por indicación, desde la “reserva de occidente” hasta haber “dejado de ser católica” la Nación entera –o el Estado, si queréis, porque cualquiera que sea la denominación, seremos ese grupo social en marcha-, según disponen los envanecidos destinatarios del poder y la representación, cualquiera que sea el método de selección, desde el dedo selectivo único hasta el colectivo, desde el ostracism.o, haya memoria histórica, hasta las urnas, con el misterioso designio de su papiroflexia.
Cualquier cosa que seamos, lo somos los carpetovetónicos con evidente entusiasmo. Nos aturde un empate. ¿Qué es esto? ¿Cómo es posible que hayamos transigido o que el enemigo nos haya impuesto una transacción? ¿Dónde están las armas y las letras?
Y sin embargo, el hecho de que el mundo sea ahora lo pequeño que es y la evidencia de que la gente se halla tan cerca, hacen más que probable que el futuro esté en el mestizaje, como lo está el de la vida en el equilibrio. Yo creo cada día con mayor fervor que necesitamos comunicarnos más unos con otros, los más y menos limpios de sangre, los cristianos viejos y los nuevos, sin intermediación de esa gente que en cuanto se sube al poder y arrellana en la poltrona, lo primero que hace es tratar de convencernos de que les corresponde en exclusiva la interpretación de cuantas verdades, asuntos, circunstancias y sustancias nos incumben.
Cuando se sube a lo alto de un observatorio, parece que los demás se han encogido hasta la insignificancia. Y no. Siguen siendo tal vez mejores y por lo menos iguales que el mejor de nosotros.
No nos basta ser lo que somos con la debida humildad, teniéndonos paciencia, puesto que hemos de ir juntos, todos nuestros yos, desde el nacimiento hasta el ocaso y la muerte.
Ya está, ya la menté de nuevo. Los españoles, los legionarios y los viejos, tendemos a citar a la Pálida, a la Dama del Alba, como acertaría en denominar Casona. Tal vez nos sea más familiar o que la andemos rondando: “españolito que naces hoy …”
Curioso, o puede que pintoresco, que seamos lo que somos por indicación, desde la “reserva de occidente” hasta haber “dejado de ser católica” la Nación entera –o el Estado, si queréis, porque cualquiera que sea la denominación, seremos ese grupo social en marcha-, según disponen los envanecidos destinatarios del poder y la representación, cualquiera que sea el método de selección, desde el dedo selectivo único hasta el colectivo, desde el ostracism.o, haya memoria histórica, hasta las urnas, con el misterioso designio de su papiroflexia.
Cualquier cosa que seamos, lo somos los carpetovetónicos con evidente entusiasmo. Nos aturde un empate. ¿Qué es esto? ¿Cómo es posible que hayamos transigido o que el enemigo nos haya impuesto una transacción? ¿Dónde están las armas y las letras?
Y sin embargo, el hecho de que el mundo sea ahora lo pequeño que es y la evidencia de que la gente se halla tan cerca, hacen más que probable que el futuro esté en el mestizaje, como lo está el de la vida en el equilibrio. Yo creo cada día con mayor fervor que necesitamos comunicarnos más unos con otros, los más y menos limpios de sangre, los cristianos viejos y los nuevos, sin intermediación de esa gente que en cuanto se sube al poder y arrellana en la poltrona, lo primero que hace es tratar de convencernos de que les corresponde en exclusiva la interpretación de cuantas verdades, asuntos, circunstancias y sustancias nos incumben.
Cuando se sube a lo alto de un observatorio, parece que los demás se han encogido hasta la insignificancia. Y no. Siguen siendo tal vez mejores y por lo menos iguales que el mejor de nosotros.
domingo, 14 de agosto de 2011
Domingo víspera de fiesta marinera, cohetes y olor a sardina y fritanga, el orbayo, que este verano otoñal, húmedo como el hocico de un perro, no quiere faltar a su cita y se desorientan los forasteros inhabituales, que no saben con que defenderse ni cómo del acoso del agua.
Para esta noche, el encontronazo, para hacer boca, del Barcelona y el Madrid clubes de fútbol, todavía ambos con el peso de las vacaciones perdidas entre tanto ir y venir de partidos amistosos, partidinos de playa, homenajes, competiciones de verano y demás artimañas con que el mundo del fútbol recauda cómo y donde puede, que además de los grandes, hay toda una multitud ingente de equipos de pueblo, de comarca, de rincón y de aldea, que se defienden a brazo partido de la desaparición.
A propósito de desapariciones, Berlusconi, en Italia, que dirán de él lo que digan, pero lleva pantalones de cuadros, que son los que se atribuyen a los que mandan, se ha puesto de concentrar la administración a base de fundir provincias y municipios. Habrá que ver la que se arma en España cuando eso también ocurra, que tendrá que ocurrir y a no tardar.
Algo así como el cambio climático ese que unos dicen que está produciéndose y otros que no, pero lo cierto es que algo ha cambiado y las estaciones son ahora diferentes de las de mi niñez y de las de cuando fuimos jóvenes, solo que afectará a lo administrativo y tendrán que aprender los chavales en la escuela primaria o en su equivalente otro soniquete.
Otra solución sería que encontrásemos minas de metales preciosos o misteriosas, pero eficaces fuentes de energía limpia, los disfrutáramos en exclusiva y así podríamos disfrutar del sueño dorado de nuestro connacional medio, que consiste en hacerse funcionario de nivel primero A, cobrar con abundancia suficiente del arca del tesoro común y disfrutar de plena cobertura social, privilegio de inamovilidad y futuro de una jugosa pensión.
Discutían dos conocidos en mi pueblo un día si mucho era más o menos que bastante. Parecerá inverosímil, pero discutieron, y hasta estuvieron a punto de llegar a las manos. “Mira que eres bruto, decir que mucho es más que bastante”. “Pues anda que tú”. Pero no ves, fue el argumento terminante, final, demoledor, que por mucho que sea, nunca es bastante, pues eso prueba que bastante es más que mucho, y, valgan las redundancias, además, está claro que mucho más. “Bastante tiene que ser, por lo menos, muchísimo”.
Para esta noche, el encontronazo, para hacer boca, del Barcelona y el Madrid clubes de fútbol, todavía ambos con el peso de las vacaciones perdidas entre tanto ir y venir de partidos amistosos, partidinos de playa, homenajes, competiciones de verano y demás artimañas con que el mundo del fútbol recauda cómo y donde puede, que además de los grandes, hay toda una multitud ingente de equipos de pueblo, de comarca, de rincón y de aldea, que se defienden a brazo partido de la desaparición.
A propósito de desapariciones, Berlusconi, en Italia, que dirán de él lo que digan, pero lleva pantalones de cuadros, que son los que se atribuyen a los que mandan, se ha puesto de concentrar la administración a base de fundir provincias y municipios. Habrá que ver la que se arma en España cuando eso también ocurra, que tendrá que ocurrir y a no tardar.
Algo así como el cambio climático ese que unos dicen que está produciéndose y otros que no, pero lo cierto es que algo ha cambiado y las estaciones son ahora diferentes de las de mi niñez y de las de cuando fuimos jóvenes, solo que afectará a lo administrativo y tendrán que aprender los chavales en la escuela primaria o en su equivalente otro soniquete.
Otra solución sería que encontrásemos minas de metales preciosos o misteriosas, pero eficaces fuentes de energía limpia, los disfrutáramos en exclusiva y así podríamos disfrutar del sueño dorado de nuestro connacional medio, que consiste en hacerse funcionario de nivel primero A, cobrar con abundancia suficiente del arca del tesoro común y disfrutar de plena cobertura social, privilegio de inamovilidad y futuro de una jugosa pensión.
Discutían dos conocidos en mi pueblo un día si mucho era más o menos que bastante. Parecerá inverosímil, pero discutieron, y hasta estuvieron a punto de llegar a las manos. “Mira que eres bruto, decir que mucho es más que bastante”. “Pues anda que tú”. Pero no ves, fue el argumento terminante, final, demoledor, que por mucho que sea, nunca es bastante, pues eso prueba que bastante es más que mucho, y, valgan las redundancias, además, está claro que mucho más. “Bastante tiene que ser, por lo menos, muchísimo”.
viernes, 12 de agosto de 2011
Debe ser estupendo saber tocar un instrumento cualquiera, aunque yo preferiría el piano, la guitarra y el saxofón, por este orden, y, casi en seguida, la viola. Poder irte a un rincón solitario y tocar la música preferida, a uno u otro ritmo, sin tener en cuenta los consejos de la partitura, según cada estado de ánimo.
Y debe ser estupendo hablar por lo menos tres idiomas, además del propio, y participar en una conversación con gente de otras nacionalidades, que los hablen y comentar con cada cual el objeto de contraste en su propia lengua, usando de los giros habituales, con sus frases hechas incluidas.
Me conformo con imaginarlo, durante este mediodía de verano, agobiante por la excesiva humedad y mis kilos de más.
Según paso junto a un grupo, sin querer oigo a un desconocido que dice a otros reunidos con él, interrumpiendo por cierto el paso por la acera, que él no podría mantener su dedicación si le retirasen las subvenciones. Se montan negocios sobre subvenciones. No hace mucho, un amigo me decía que su empresa funcionaba “lo comido por lo servido”, con una cuenta de resultados plana y lo que gana cada año es el importe de la subvención que viene recibiendo y este año se retrasa, no se si …
Curiosa economía para un país cuyos administradores decían hace tan poco que marchaba bien.
Me pregunto lo que va a pasar este otoño que viene, cuando la gente vuelva de las vacaciones y se tope con los “eres”, las “congelaciones” y los “recortes”.
Que yo sepa, ojalá me equivoque, no hay todavía nadie planificando el aterrizaje forzoso que nos espera y que siempre podría ser menos grave si se hiciera con arreglo a una previa planificación.
No sería tal vez ninguna tontería, me parece a mí al menos, que preguntásemos a los influyentes, a los que más representan y mandan en la vieja Europa, ese por ahora vago concepto, si no tienen pensado hacer el descomunal esfuerzo imprescindible para ensamblar entre este año y el que viene la Europa Unida de nuestros impenitentes sueños.
O hay que hacerlo ya o entre todos tenemos que empezar a imaginar algo alternativo.
Porque si no, esta caldera que estamos viendo que pita irritados por un escape y por otro borbotea indignados, correrá serios peligros. Y cuando se genera demasiada energía, más de la que se consume, hay que poner y pronto válvulas de escape, desaguaderos, salidas de urgencia. La vida, la vitalidad de la especie humana, es la mayor y más poderosa energía imaginable.
Y debe ser estupendo hablar por lo menos tres idiomas, además del propio, y participar en una conversación con gente de otras nacionalidades, que los hablen y comentar con cada cual el objeto de contraste en su propia lengua, usando de los giros habituales, con sus frases hechas incluidas.
Me conformo con imaginarlo, durante este mediodía de verano, agobiante por la excesiva humedad y mis kilos de más.
Según paso junto a un grupo, sin querer oigo a un desconocido que dice a otros reunidos con él, interrumpiendo por cierto el paso por la acera, que él no podría mantener su dedicación si le retirasen las subvenciones. Se montan negocios sobre subvenciones. No hace mucho, un amigo me decía que su empresa funcionaba “lo comido por lo servido”, con una cuenta de resultados plana y lo que gana cada año es el importe de la subvención que viene recibiendo y este año se retrasa, no se si …
Curiosa economía para un país cuyos administradores decían hace tan poco que marchaba bien.
Me pregunto lo que va a pasar este otoño que viene, cuando la gente vuelva de las vacaciones y se tope con los “eres”, las “congelaciones” y los “recortes”.
Que yo sepa, ojalá me equivoque, no hay todavía nadie planificando el aterrizaje forzoso que nos espera y que siempre podría ser menos grave si se hiciera con arreglo a una previa planificación.
No sería tal vez ninguna tontería, me parece a mí al menos, que preguntásemos a los influyentes, a los que más representan y mandan en la vieja Europa, ese por ahora vago concepto, si no tienen pensado hacer el descomunal esfuerzo imprescindible para ensamblar entre este año y el que viene la Europa Unida de nuestros impenitentes sueños.
O hay que hacerlo ya o entre todos tenemos que empezar a imaginar algo alternativo.
Porque si no, esta caldera que estamos viendo que pita irritados por un escape y por otro borbotea indignados, correrá serios peligros. Y cuando se genera demasiada energía, más de la que se consume, hay que poner y pronto válvulas de escape, desaguaderos, salidas de urgencia. La vida, la vitalidad de la especie humana, es la mayor y más poderosa energía imaginable.
miércoles, 10 de agosto de 2011
Parece que estábamos, a Dios gracias, equivocados, y no es la energía nuclear la única que está, como parecía, llamada a sustituir al petróleo para que la humanidad disponga de estaciones de servicio en el camino de su peregrinación hacia el futuro mejor hacia que se ha venido dirigiendo desde el principio de su historia. Parece que es algo que no entiendo todavía, pero resulta exactamente lo contrario de la fisión nuclear y consiste en integrar partículas, con definitiva exclusión del riesgo radiactivo.
Tendrá otro, ya veréis, ignoro cuál, pero sé que cada vez que en algo se inventa o se adelanta, crece a la vez que su aspecto positivo de utilidad, la sombra de algún riesgo. Así ha ocurrido hasta ahora, según empíricamente es fácil constatar e intuyo que así seguirá ocurriendo. Pero por lo menos hay alternativas esperanzadoras.
Con la economía, cada vez se perfila con mayor nitidez el hecho de que lo que hoy mismo debe la humanidad en su conjunto, no puede pagarse, ni puede pagarse lo que debe cada Estado, ni puede pagarse los que debe la administración de cada Estado. Habrá que inventar, como en el caso de la fusión para evitar fisiones, para, en este caso, evitar el caos de una quiebra sin reglas, y habrá que inventar un procedimiento, un proceso internacional que reconduzca a dinero real el exceso que de momento expresamos, contamos y medimos en dinero sólo virtual.
No puede hacerse, dirán esos jóvenes de la luz artificial, artistas, arquitectos, orfebres de la macroeconomía, todos esos que habían descubierto la pólvora, tal vez mal enseñados, mal educados, pervertidos por nuestra generación de supervivientes a aquella catástrofe que fue el siglo XX, de todas las crueldades y ahora, cuando aparecen a hacer declaraciones tranquilizadoras en la ventanilla de la TV, salen siempre en mangas de camisa y corbata de marca en cuello flojo, con las cejas muy alzadas, en pleno sobresalto y la evidencia de no saber muy bien por donde salir del embrollo, de las ruinas de Itálica.
No os preocupéis. El secreto está en seguir trabajando mientras se pueda. Para nosotros, los más viejos, es probable que sea más duro.
Tendrá otro, ya veréis, ignoro cuál, pero sé que cada vez que en algo se inventa o se adelanta, crece a la vez que su aspecto positivo de utilidad, la sombra de algún riesgo. Así ha ocurrido hasta ahora, según empíricamente es fácil constatar e intuyo que así seguirá ocurriendo. Pero por lo menos hay alternativas esperanzadoras.
Con la economía, cada vez se perfila con mayor nitidez el hecho de que lo que hoy mismo debe la humanidad en su conjunto, no puede pagarse, ni puede pagarse lo que debe cada Estado, ni puede pagarse los que debe la administración de cada Estado. Habrá que inventar, como en el caso de la fusión para evitar fisiones, para, en este caso, evitar el caos de una quiebra sin reglas, y habrá que inventar un procedimiento, un proceso internacional que reconduzca a dinero real el exceso que de momento expresamos, contamos y medimos en dinero sólo virtual.
No puede hacerse, dirán esos jóvenes de la luz artificial, artistas, arquitectos, orfebres de la macroeconomía, todos esos que habían descubierto la pólvora, tal vez mal enseñados, mal educados, pervertidos por nuestra generación de supervivientes a aquella catástrofe que fue el siglo XX, de todas las crueldades y ahora, cuando aparecen a hacer declaraciones tranquilizadoras en la ventanilla de la TV, salen siempre en mangas de camisa y corbata de marca en cuello flojo, con las cejas muy alzadas, en pleno sobresalto y la evidencia de no saber muy bien por donde salir del embrollo, de las ruinas de Itálica.
No os preocupéis. El secreto está en seguir trabajando mientras se pueda. Para nosotros, los más viejos, es probable que sea más duro.
Gente de vacaciones, desorientada, sin saber qué hacer con este sorprendente tiempo libre que está fuera de la rutina. Se cruzan contigo y sonríen sin saber por qué, ¿nos hablamos? Se acercan, saludan: ¿cómo estáis todos desde el año pasado? Les decimos que bien, sea o no cierto del todo. No pasa un año por ti, añaden benévolos. Tú callas. Os envuelve un sol deslumbrante, acostumbrados como estábamos al leve rumor del orbayo sobre las hojas barnizadas de las magnolias del parque.
¿Dónde está todo el mundo? –preguntas en casa- Se fueron. De paseo. En la playa. Hay quien se ha ido a la ciudad. Me envuelvo como en un capullo de soledad a sufrir la metamorfosis que me olvida de la condición de viejo truhán y procuro arroparme, a pesar del sol, hoy condicionado por el nordeste, con un liviano edredón de recuerdos, pero suena el timbre y un señor muy educado, sonriente, me trae el encargo de la librería: “¿Es usted …? Pues sí, soy. Me trae un libro antiguo, que no conocía, de Fernando Sánchez Dragó, con quien suelo coincidir en el jurado de letras de los Príncipe. Me maravilla, le tengo dicho, esa fluidez con que pasan cosas y conceptos por la mayor parte de tus libros, que son como una súbita torrentera en que, como digo, todo pasa o nos lo cuentas como con prisa. Me confiesa que eso le cuesta a él en cambio muchas horas. Puede ser cierto. Yo, como puede advertir en seguida cualquiera que me lea, escribo según pasa la idea y no me gusta releer lo escrito, apenas corrijo. Por eso suelo escribir en verso –creo que la poesía es la telegrafía de la literatura- y, cuando más, si es en prosa, dejar el pensamiento como en una ficha o convertido en un cuento casi siempre corto, en que parte de la trama o del final parece haber ocurrido en otro mundo. La diferencia está después en que él es Fernando Sánchez Dragó y yo una sombra, ya ahora envejecida, además, que se desliza –ya quisiera-, bueno, se arrastra por las calles por donde cuando apenas había coches corríamos, parece que fue ayer, en busca de estos mismos sueños, que ahora son recuerdos.
Entre Fernando y yo, ahora que me fijo, hay una diferencia de edad de siete años, que, con cuenta de la época de nuestro respectivo nacimiento, tiene especial trascendencia, por lo menos en el primer molde de la personalidad de cada uno de nosotros. El nació en 1936, yo en 1929. Le llevo siete años. Un bachillerato de mi época. Cuando yo inicié el mío acababa de terminar aquella catástrofe nuestra y cuando lo terminé, es probable que iniciara el suyo. Mi primer curso de bachillerato estaba lleno de tristeza y dolor, sí, pero también de esperanza; supongo el suyo, en cambio, a la puerta de un cierto escepticismo desencantado. De algún modo, trabajosa, denodadamente, mi generación abrió camino en la nieve, a pecho descubierto y en alpargatas, para que ellos pudieran permitirse alborotar la Universidad como si nada hubiera pasado.
Resulta curioso que ahora, al conocernos, sin perjuicio de discrepar en muchas, coincidamos en tantas otras cosas.
¿Dónde está todo el mundo? –preguntas en casa- Se fueron. De paseo. En la playa. Hay quien se ha ido a la ciudad. Me envuelvo como en un capullo de soledad a sufrir la metamorfosis que me olvida de la condición de viejo truhán y procuro arroparme, a pesar del sol, hoy condicionado por el nordeste, con un liviano edredón de recuerdos, pero suena el timbre y un señor muy educado, sonriente, me trae el encargo de la librería: “¿Es usted …? Pues sí, soy. Me trae un libro antiguo, que no conocía, de Fernando Sánchez Dragó, con quien suelo coincidir en el jurado de letras de los Príncipe. Me maravilla, le tengo dicho, esa fluidez con que pasan cosas y conceptos por la mayor parte de tus libros, que son como una súbita torrentera en que, como digo, todo pasa o nos lo cuentas como con prisa. Me confiesa que eso le cuesta a él en cambio muchas horas. Puede ser cierto. Yo, como puede advertir en seguida cualquiera que me lea, escribo según pasa la idea y no me gusta releer lo escrito, apenas corrijo. Por eso suelo escribir en verso –creo que la poesía es la telegrafía de la literatura- y, cuando más, si es en prosa, dejar el pensamiento como en una ficha o convertido en un cuento casi siempre corto, en que parte de la trama o del final parece haber ocurrido en otro mundo. La diferencia está después en que él es Fernando Sánchez Dragó y yo una sombra, ya ahora envejecida, además, que se desliza –ya quisiera-, bueno, se arrastra por las calles por donde cuando apenas había coches corríamos, parece que fue ayer, en busca de estos mismos sueños, que ahora son recuerdos.
Entre Fernando y yo, ahora que me fijo, hay una diferencia de edad de siete años, que, con cuenta de la época de nuestro respectivo nacimiento, tiene especial trascendencia, por lo menos en el primer molde de la personalidad de cada uno de nosotros. El nació en 1936, yo en 1929. Le llevo siete años. Un bachillerato de mi época. Cuando yo inicié el mío acababa de terminar aquella catástrofe nuestra y cuando lo terminé, es probable que iniciara el suyo. Mi primer curso de bachillerato estaba lleno de tristeza y dolor, sí, pero también de esperanza; supongo el suyo, en cambio, a la puerta de un cierto escepticismo desencantado. De algún modo, trabajosa, denodadamente, mi generación abrió camino en la nieve, a pecho descubierto y en alpargatas, para que ellos pudieran permitirse alborotar la Universidad como si nada hubiera pasado.
Resulta curioso que ahora, al conocernos, sin perjuicio de discrepar en muchas, coincidamos en tantas otras cosas.
martes, 9 de agosto de 2011
Se pone hoy en un periódico digital en duda si “regresaremos” a la crisis del 2008. Y a mi vez le preguntaría al autor del suelto si de verdad cree que salimos en algún momento de la crisis del 2008. Que viene de la que se fraguaba a fines de siglo y de milenio, cuando las consecuencias de la caída del muro y las promesas de felicidad que entonces nos hicimos se conjugaron y nos inspiraron el disparate de confabularnos para venir a esta encrucijada múltiple del laberinto.
Estamos, diría Pero Grullo, donde estamos. Y añado que estamos atrapados en una deuda imposible de afrontar y pagar.
Digámoslo de una vez. La humanidad, en su conjunto y en proporción a los medios de cada cuerpo social, gastó su dinero, el probable, el posible e imaginario puro, tal vez materializable allá en el tiempo de madurez de nuestros biznietos. Ahora todos debemos una cantidad inalcanzable, de que ni siquiera cabe responsabilizar a hijos, herederos y descendientes.
Tenemos que acordar, como corresponde a tiempo de suspensión de pagos como el que nos acongoja, aparte de la espera de una quita razonable y una espera posible, el agujero de la parte de deuda que no podemos ni podremos pagar nunca.
Y tener previsto para el momento siguiente al necesario acto de reconocimiento y al pacto de condonación generalizada y proporcional correspondientes, unos modo de vida y gasto diferentes y más racionalizados y austeros que los que nos trajeron a esta a la vez grotesca y triste situación.
Porque es que, además de haber creado administraciones insostenibles, no gastábamos en lo útil o necesario, sino en lo inútil, banal y hasta perjudicial para los intereses sociales. Derrochábamos sin ton ni son. Echemos cuenta de lo que cuesta una cadena de televisión y del número de las que hay por kilómetro cuadrado, lo que se paga por anunciarse en ellas, lo que se derrocha para que el triste espectáculo se mantenga, ribeteado de curiosos personajes cuyaos méritos se miden en garrulería o en impudor, lo que se va en formar un equipo de fútbol para ganar necesariamente o en publicar el mosaico de medios que ya no saben qué regalar e inundan el kiosco de periódicos y lo convierten en microzoco. Eche usted una ojeada a la carta inverosímil de esa ratonera donde le cobran cada bocado su peso decuplicado en oro y cada botella como si contuviese la esencia última del néctar, pero usted se va sin comer ni beber, supuestamente satisfecho de haber degustado la última sutileza del capricho imaginativo del chef.
Estamos, diría Pero Grullo, donde estamos. Y añado que estamos atrapados en una deuda imposible de afrontar y pagar.
Digámoslo de una vez. La humanidad, en su conjunto y en proporción a los medios de cada cuerpo social, gastó su dinero, el probable, el posible e imaginario puro, tal vez materializable allá en el tiempo de madurez de nuestros biznietos. Ahora todos debemos una cantidad inalcanzable, de que ni siquiera cabe responsabilizar a hijos, herederos y descendientes.
Tenemos que acordar, como corresponde a tiempo de suspensión de pagos como el que nos acongoja, aparte de la espera de una quita razonable y una espera posible, el agujero de la parte de deuda que no podemos ni podremos pagar nunca.
Y tener previsto para el momento siguiente al necesario acto de reconocimiento y al pacto de condonación generalizada y proporcional correspondientes, unos modo de vida y gasto diferentes y más racionalizados y austeros que los que nos trajeron a esta a la vez grotesca y triste situación.
Porque es que, además de haber creado administraciones insostenibles, no gastábamos en lo útil o necesario, sino en lo inútil, banal y hasta perjudicial para los intereses sociales. Derrochábamos sin ton ni son. Echemos cuenta de lo que cuesta una cadena de televisión y del número de las que hay por kilómetro cuadrado, lo que se paga por anunciarse en ellas, lo que se derrocha para que el triste espectáculo se mantenga, ribeteado de curiosos personajes cuyaos méritos se miden en garrulería o en impudor, lo que se va en formar un equipo de fútbol para ganar necesariamente o en publicar el mosaico de medios que ya no saben qué regalar e inundan el kiosco de periódicos y lo convierten en microzoco. Eche usted una ojeada a la carta inverosímil de esa ratonera donde le cobran cada bocado su peso decuplicado en oro y cada botella como si contuviese la esencia última del néctar, pero usted se va sin comer ni beber, supuestamente satisfecho de haber degustado la última sutileza del capricho imaginativo del chef.
lunes, 8 de agosto de 2011
Un día dejas de fumar para siempre.
(Por cierto ¿se fuma en otra vida? ¿impunemente, entonces? ¿por qué no, si era agradable quitar la punta al puro, aquéllos petit cetros que mandaba el señor administrador a mi padre, recién hechos, frescos, de la añada?)
Un día dejas de ir a la playa, porque lo que te gustaba era el chapuzón del mediodía, con aquel sabor de sal y olor de algas y lejanías.
(Deja la piel áspera, el agua salada, y un rastro de sal. La sal fue la riqueza de una lejana época. Provocó migraciones y guerras. Dicen que los celtas fueron, en su tiempo, los guardianes, custodios y grandes comerciantes de la sal)
Un día dejas de beber, porque opinan que hace daño a no sé cuál de las vísceras que te administran por dentro con esa frágil eficacia de todo lo humano.
(No sé si es mejor un vino tinto espeso, todavía algo frutal, o el blanco del año, un vino del Rin, exprimido de uva rubia como una valkiria. No sé si el vino más aterciopelado de la Rioja o el sequedal hecho trago flaco y gusto de resol bajo la alameda que da escolta al río)
Un día te prohíben que comas esto, que contiene no sé qué, o aquello, que está hecho sobre no sé cuánto de puro veneno para tus pobres arterias sofocadas.
(Corría por ellas la sangre alborotada cuando diste tu primer beso, tocaste por primera vez piel femenina, apreciaste la belleza más íntima de un cuadro o una melodía)
Un día no puedes llevar el paso de quien pasea contigo. Te ahogas si pretendes discutir.
(Llevar el paso cantando, con el peso de la impedimenta haciéndote pensar que formas parte de un grupo, que llevas encendido en el pecho el espíritu del batallón, como una luciérnaga su señal)
Un día descubres que en efecto, también hay un tiempo para hacerse viejo y entrar en la estancia del sosiego, donde ya no hay prisa. Nada más arrepentimiento por todo lo hecho, que de algún modo se ablanda puesto que ahora la experiencia te va pasando las hojas para que leas por primera vez los pies de página que antes te saltabas con prisa de llegar al desenlace, a la noticia. Y allí descubres lo falibles y frágiles que somos, la predisposición que tenemos a equivocarnos, equilibrada, cuando más, con cualquier probabilidad de acertar.
(Tienes dos compañeros, vigilantes edecanes de las nuevas torpezas que han venido a sumarse a las antiguas: la soledad, ¡tan insociable, ella! y el silencio, que se va cerrando en torno, como si nos emparedasen poco a poco, reponiendo, volviendo a cerrar, echando la tranca a cuantas ventanas abrieron nuestros maestros en aquella torre de donde salimos y ahora, de regreso, para qué abrirlas y tratar de mirar con esta miopía, los ojos cansados)
Nacer y morir se nace siempre y siempre se muere solo. Alrededor está, bulle, la vida, en medio “nuestra” vida.
(Por cierto ¿se fuma en otra vida? ¿impunemente, entonces? ¿por qué no, si era agradable quitar la punta al puro, aquéllos petit cetros que mandaba el señor administrador a mi padre, recién hechos, frescos, de la añada?)
Un día dejas de ir a la playa, porque lo que te gustaba era el chapuzón del mediodía, con aquel sabor de sal y olor de algas y lejanías.
(Deja la piel áspera, el agua salada, y un rastro de sal. La sal fue la riqueza de una lejana época. Provocó migraciones y guerras. Dicen que los celtas fueron, en su tiempo, los guardianes, custodios y grandes comerciantes de la sal)
Un día dejas de beber, porque opinan que hace daño a no sé cuál de las vísceras que te administran por dentro con esa frágil eficacia de todo lo humano.
(No sé si es mejor un vino tinto espeso, todavía algo frutal, o el blanco del año, un vino del Rin, exprimido de uva rubia como una valkiria. No sé si el vino más aterciopelado de la Rioja o el sequedal hecho trago flaco y gusto de resol bajo la alameda que da escolta al río)
Un día te prohíben que comas esto, que contiene no sé qué, o aquello, que está hecho sobre no sé cuánto de puro veneno para tus pobres arterias sofocadas.
(Corría por ellas la sangre alborotada cuando diste tu primer beso, tocaste por primera vez piel femenina, apreciaste la belleza más íntima de un cuadro o una melodía)
Un día no puedes llevar el paso de quien pasea contigo. Te ahogas si pretendes discutir.
(Llevar el paso cantando, con el peso de la impedimenta haciéndote pensar que formas parte de un grupo, que llevas encendido en el pecho el espíritu del batallón, como una luciérnaga su señal)
Un día descubres que en efecto, también hay un tiempo para hacerse viejo y entrar en la estancia del sosiego, donde ya no hay prisa. Nada más arrepentimiento por todo lo hecho, que de algún modo se ablanda puesto que ahora la experiencia te va pasando las hojas para que leas por primera vez los pies de página que antes te saltabas con prisa de llegar al desenlace, a la noticia. Y allí descubres lo falibles y frágiles que somos, la predisposición que tenemos a equivocarnos, equilibrada, cuando más, con cualquier probabilidad de acertar.
(Tienes dos compañeros, vigilantes edecanes de las nuevas torpezas que han venido a sumarse a las antiguas: la soledad, ¡tan insociable, ella! y el silencio, que se va cerrando en torno, como si nos emparedasen poco a poco, reponiendo, volviendo a cerrar, echando la tranca a cuantas ventanas abrieron nuestros maestros en aquella torre de donde salimos y ahora, de regreso, para qué abrirlas y tratar de mirar con esta miopía, los ojos cansados)
Nacer y morir se nace siempre y siempre se muere solo. Alrededor está, bulle, la vida, en medio “nuestra” vida.
Leo con asombro una autobiografía del ombligo del mundo, en que residen el autobiografiado y unos cuantos pintorescos miembros de su clan familiar, únicos especimenes que por el momento se libran del generalizado ocaso de las civilizaciones hasta ahora habidas en el inestable planeta con que convivimos.
Parece increíble que este ilustre ciudadano haya podido llegar a la sorprendente conclusión de que el noventa y ocho por ciento, más o menos, más bien más, de la población habida y por haber en el mundo no somos más que una caterva de pordioseros intelectuales con cuyos componentes no se puede mantener una conversación medianamente digna de intentarse.
Cierro el libro y me quedo pensando la tremendo que ha de ser para este hombre y su clan estar solos en medio de una multitud inservible para comunicarse con ellos.
Llueve y hace sol varias veces a lo largo del día de este verano otoñal. Hay una especie de polen en el aire que diferencia estas vacaciones de otras más alegres. Se advierte que hay menos dinero moviéndose de mano en mano. La gente que mueve el dinero somos los que menos tenemos. Los más pobres que nosotros, no lo tienen y los más ricos no necesitan ni tocarlo. Y este año se advierte o que hay menos o que hay miedo a gastar. Dicen tanto, que no acaban, los periódicos, acerca de las deudas y los agujeros, los bonos y los créditos. Asustan. Hasta se habla de bancarrota de algunos países. ¿Cómo puede quebrar un país?
Me decía no sé quien hace mucho, cuando estudiantes en un seminario de aquella vieja Universidad, que podría ser una buena idea llegar a la paradoja de privatizar el Estado. Y en vez de financiarse con dinero del erario público, tendría que hacerlo con capital privado, susceptible de pérdidas y ganancias apreciables cada año por los ciudadanos en una cuenta de resultados propia y no del común, que, como dicen, no ye de ningún.
Parece increíble que este ilustre ciudadano haya podido llegar a la sorprendente conclusión de que el noventa y ocho por ciento, más o menos, más bien más, de la población habida y por haber en el mundo no somos más que una caterva de pordioseros intelectuales con cuyos componentes no se puede mantener una conversación medianamente digna de intentarse.
Cierro el libro y me quedo pensando la tremendo que ha de ser para este hombre y su clan estar solos en medio de una multitud inservible para comunicarse con ellos.
Llueve y hace sol varias veces a lo largo del día de este verano otoñal. Hay una especie de polen en el aire que diferencia estas vacaciones de otras más alegres. Se advierte que hay menos dinero moviéndose de mano en mano. La gente que mueve el dinero somos los que menos tenemos. Los más pobres que nosotros, no lo tienen y los más ricos no necesitan ni tocarlo. Y este año se advierte o que hay menos o que hay miedo a gastar. Dicen tanto, que no acaban, los periódicos, acerca de las deudas y los agujeros, los bonos y los créditos. Asustan. Hasta se habla de bancarrota de algunos países. ¿Cómo puede quebrar un país?
Me decía no sé quien hace mucho, cuando estudiantes en un seminario de aquella vieja Universidad, que podría ser una buena idea llegar a la paradoja de privatizar el Estado. Y en vez de financiarse con dinero del erario público, tendría que hacerlo con capital privado, susceptible de pérdidas y ganancias apreciables cada año por los ciudadanos en una cuenta de resultados propia y no del común, que, como dicen, no ye de ningún.
domingo, 7 de agosto de 2011
Compro en el establecimiento comercial de los chinos del campo de la feria unos pequeños recipientes de algo parecido a la porcelana, que vienen en paquetes de tres y cuestan en conjunto dos euros y medio, y en la floristería de enfrente, del otro lado del río, un paquete de alpiste que cuesta algo más de un euro.
Pongo alpiste en el recipiente y el recipiente en un tiesto de la escalera de fuera, donde suele haber pájaros, para ser mas exacto, suele haber lavanderas, gorriones, jilgueros, mirlos, y, a veces, petirrojos y verderones.
¡Te habrás quedado ancho!, me dice mi colega, amigo, compañero, hijo, del pupitre de al lado. Te has propuesto cambiar los hábitos de alimentación de los pájaros insectívoros.
Porque la que más viene y me conmovía, es una lavandera que en cuanto me siento ahí fuera, al lado del mínimo recipiente del alpiste, en el paquete del cual se alardea por el fabricante de que viene “enriquecido” con no sé cuántas vitaminas, se posaba cerca, ladeaba la cabeza y me miraba con gran interés.
No había caído yo en lo de que hay pájaros que comen grano, otros insectos y me da la impresión de que hay un tertium genus, en el que figuran los estorninos, que comen, como las langostas de tierra, de todo.
¿Vendrán? Las niñas son gente práctica: ¿cuándo?
¿Leen todavía las niñas las rimas de Becquer? Aquello de las oscuras golondrinas, que, como las madreselvas del tango, vuelven una y otra vez, mientras a nosotros, que somos los capaces de nostalgia, se nos lleva sin la menor consideración el río del tiempo. Las golondrinas, y los vencejos, vuelan en zigzag, sobre el río, nerviosos, dándose un lote de comer mosquitos.
Granívoros, que yo sepa, los gorriones, pero apenas quedan ni gorriones ni los gatos callejeros que los vigilaban desde los alféizares de las ventanas, haciéndose los distraídos como sólo saben fingirlo los gatos.
Sale el sol, supongo que sin más propósito que burlarse de los pronosticadores de un fin de semana embufandado de nieble.
Pongo alpiste en el recipiente y el recipiente en un tiesto de la escalera de fuera, donde suele haber pájaros, para ser mas exacto, suele haber lavanderas, gorriones, jilgueros, mirlos, y, a veces, petirrojos y verderones.
¡Te habrás quedado ancho!, me dice mi colega, amigo, compañero, hijo, del pupitre de al lado. Te has propuesto cambiar los hábitos de alimentación de los pájaros insectívoros.
Porque la que más viene y me conmovía, es una lavandera que en cuanto me siento ahí fuera, al lado del mínimo recipiente del alpiste, en el paquete del cual se alardea por el fabricante de que viene “enriquecido” con no sé cuántas vitaminas, se posaba cerca, ladeaba la cabeza y me miraba con gran interés.
No había caído yo en lo de que hay pájaros que comen grano, otros insectos y me da la impresión de que hay un tertium genus, en el que figuran los estorninos, que comen, como las langostas de tierra, de todo.
¿Vendrán? Las niñas son gente práctica: ¿cuándo?
¿Leen todavía las niñas las rimas de Becquer? Aquello de las oscuras golondrinas, que, como las madreselvas del tango, vuelven una y otra vez, mientras a nosotros, que somos los capaces de nostalgia, se nos lleva sin la menor consideración el río del tiempo. Las golondrinas, y los vencejos, vuelan en zigzag, sobre el río, nerviosos, dándose un lote de comer mosquitos.
Granívoros, que yo sepa, los gorriones, pero apenas quedan ni gorriones ni los gatos callejeros que los vigilaban desde los alféizares de las ventanas, haciéndose los distraídos como sólo saben fingirlo los gatos.
Sale el sol, supongo que sin más propósito que burlarse de los pronosticadores de un fin de semana embufandado de nieble.
Lamentable asunto éste de que se haya pasado a considerar que las chicas son mejores que los chicos para casi todo o para cualquier cosa, cuando ni siquiera en la cocina, jubilada la última guisandera, logran ganar la partida ni a los precocinados de cualquier gran superficie, clavo ardiendo, tabla de salvación de separados náufragos hambrientos, de uno y otro sexo, tras la devastadora jornada laboral nuestra de cada día.
Pasa siempre. Viene el péndulo de la moda de su exceso para allá y se sale por el lado de acá en otro exceso. No sería un péndulo si no.
Hay un historiador, inglés, si no me falla la memoria, que dice que no es pendular, sino helicoidal, como la curva de la muesca de los tornillos, que repite postura a diferente distancia de polos opuestos y constantemente sube y baja. Se refiere. claro está, a la historia, que lleva en los diferentes compartimentos la moda, la cultura y un largo etcétera del comportamiento humano individual y colectivo.
El resultado es el mismo, cada vez que exageramos por un lado, de rebote lo hacemos por el contrario.
“Liberaron” al género femenino y ahora nos lamentamos de su espero que temporal ausencia de gran número de los lugares por donde antes pululaba, y creo que como consecuencia, hay un peligroso descenso de masculinidad, evidenciado incluso por muchos de los programas audiovisuales que hay quien sufre con placer para mí difícil de explicar.
En la medida en que por las calles de mi pueblo las chicas han aprendido a hablar como antes sólo lo hacían los chicos, ellos, ahora, amedrentados, están aprendiendo modos de expresión que antes eran peculiares de las chicas.
Debe ser que tenían razón ellas y hay aspectos en los que somos potencialmente iguales o peores. De un plumazo, a la vez que de la opresión del macho desconsiderado, derogaron el amor provenzal característico de nuestro acné juvenil masculino, cuando nos habían enseñado en casa que ellas eran casi como ángeles, sin mácula ni carne mortal susceptible de podredumbre inspiradora de lo que dicen que dijo aquel asistente al Entierro del Conde de Orgaz: “nunca más serviré a señor que se me pueda morir”.
Hablando de morir, yo creo que lo haré, cuando me toque, convencido de que son, somos muy diferentes y recíproca y deliciosamente a la vez, contrarios y complementarios.
Cosa que no excluye que seamos capaces de realizar los mismos trabajos con la misma eficacia e idénticos errores, ni una ni otro, ni otro ni una mejor o peor, en términos generales.
Lo único que a mí me parece es que de algún modo tenemos que inventar entre todos la manera de que la casa, como dijo con agradecido alivio Luis Rosales, siga estando encendida.
Pasa siempre. Viene el péndulo de la moda de su exceso para allá y se sale por el lado de acá en otro exceso. No sería un péndulo si no.
Hay un historiador, inglés, si no me falla la memoria, que dice que no es pendular, sino helicoidal, como la curva de la muesca de los tornillos, que repite postura a diferente distancia de polos opuestos y constantemente sube y baja. Se refiere. claro está, a la historia, que lleva en los diferentes compartimentos la moda, la cultura y un largo etcétera del comportamiento humano individual y colectivo.
El resultado es el mismo, cada vez que exageramos por un lado, de rebote lo hacemos por el contrario.
“Liberaron” al género femenino y ahora nos lamentamos de su espero que temporal ausencia de gran número de los lugares por donde antes pululaba, y creo que como consecuencia, hay un peligroso descenso de masculinidad, evidenciado incluso por muchos de los programas audiovisuales que hay quien sufre con placer para mí difícil de explicar.
En la medida en que por las calles de mi pueblo las chicas han aprendido a hablar como antes sólo lo hacían los chicos, ellos, ahora, amedrentados, están aprendiendo modos de expresión que antes eran peculiares de las chicas.
Debe ser que tenían razón ellas y hay aspectos en los que somos potencialmente iguales o peores. De un plumazo, a la vez que de la opresión del macho desconsiderado, derogaron el amor provenzal característico de nuestro acné juvenil masculino, cuando nos habían enseñado en casa que ellas eran casi como ángeles, sin mácula ni carne mortal susceptible de podredumbre inspiradora de lo que dicen que dijo aquel asistente al Entierro del Conde de Orgaz: “nunca más serviré a señor que se me pueda morir”.
Hablando de morir, yo creo que lo haré, cuando me toque, convencido de que son, somos muy diferentes y recíproca y deliciosamente a la vez, contrarios y complementarios.
Cosa que no excluye que seamos capaces de realizar los mismos trabajos con la misma eficacia e idénticos errores, ni una ni otro, ni otro ni una mejor o peor, en términos generales.
Lo único que a mí me parece es que de algún modo tenemos que inventar entre todos la manera de que la casa, como dijo con agradecido alivio Luis Rosales, siga estando encendida.
sábado, 6 de agosto de 2011
Para que todo sea como en un verdadero otoño, sale esta mañana, rizando el agua del río, el viento del sur, que llaman de las castañas y es el que las mueve, a la vez que la caída de la hoja y las pone en la cuneta, para que unas vieyinas las vayan recogiendo con infinita paciencia, para el amagüestu.
Una de las agencias que califican el sentido de la responsabilidad dice en las cabeceras de los periódicos que ya no es tan de fiar la deuda americana del norte, recordándonos la canción del “americano del pote”, que acababa por empeñar su majestuosa leontina de oro y la saboneta. Malorum causa, cuando se prevé el peligro de insolvencia de los más ricos un día, que ahora debaten con ardor creciente hasta dónde se puede deber.
Y los chinos, tan olvidados últimamente, hasta que empezaron a abrir un restaurante en cada chaflán, un hiper en cada plazuela, una fábrica en cada descampado y encima hay quien me dice que son coleccionistas de moneda americana y que tienen no sé si hasta más dólares que quienes los hacen, y, cualquier día, se pueden acercar a la Gran Manzana y preguntar dónde se cobran los sacos de cromos que traen, donde se reitera eso del “curso legal” y de que el Banco tal o cual “pagará al portador”.
Una vez más, recuerdo la vieja anécdota, probablemente incierta, del viejo don Francisco Villa, que, conquistada la capital de Méjico por sus revolucionarios, se le acercaron, supongo que tímidos, sus lugartenientes, edecanes y capitanes para quejarse de falta de numerario para pagar a la tropa, y dicen que él los miró con asombro, les preguntó si no habían “tomado” aún la Casa de la Moneda, y, supuesto que sí, ¡qué, coño, esperaban para darle a la manivela!
Cesc, el Barcelona, el Arsenal, los euros, el lago Ness, la locura de ese carrusel de preparatorias, el préstamo de jugadores por los equipos a las selecciones nacionales, las imbricaciones de campeonatos imposibles, la ya obscena cuantía del comercio futbolístico, únicamente superado por el endeudamiento de las autonomías y sus ayuntamientos. Peiorem causam.
Hace nada, medio siglo, un coche aceptable costaba cien mil pesetas y un buen piso, medio millón. Hace un siglo, que tampoco es tanto, un ciudadano podía retirarse, si había ahorrado entre trescientas cincuenta y quinientas mil pesetas, y “vivir de las rentas”. En mil novecientos treinta y cuatro, una familia de clase media gastaba en víveres, para comer razonablemente media docena de personas, que entonces era la media de las que convivían, por término medio, algo menos de un duro diario. Sí, un duro de aquellos, de cinco pesetas o veinte reales. A los reales les hacían un furaco en el medio y el ingenio popular aclaró en seguida que era para que el pueblo “mirase por el dinero”.
Es evidente que no miramos.
Una de las agencias que califican el sentido de la responsabilidad dice en las cabeceras de los periódicos que ya no es tan de fiar la deuda americana del norte, recordándonos la canción del “americano del pote”, que acababa por empeñar su majestuosa leontina de oro y la saboneta. Malorum causa, cuando se prevé el peligro de insolvencia de los más ricos un día, que ahora debaten con ardor creciente hasta dónde se puede deber.
Y los chinos, tan olvidados últimamente, hasta que empezaron a abrir un restaurante en cada chaflán, un hiper en cada plazuela, una fábrica en cada descampado y encima hay quien me dice que son coleccionistas de moneda americana y que tienen no sé si hasta más dólares que quienes los hacen, y, cualquier día, se pueden acercar a la Gran Manzana y preguntar dónde se cobran los sacos de cromos que traen, donde se reitera eso del “curso legal” y de que el Banco tal o cual “pagará al portador”.
Una vez más, recuerdo la vieja anécdota, probablemente incierta, del viejo don Francisco Villa, que, conquistada la capital de Méjico por sus revolucionarios, se le acercaron, supongo que tímidos, sus lugartenientes, edecanes y capitanes para quejarse de falta de numerario para pagar a la tropa, y dicen que él los miró con asombro, les preguntó si no habían “tomado” aún la Casa de la Moneda, y, supuesto que sí, ¡qué, coño, esperaban para darle a la manivela!
Cesc, el Barcelona, el Arsenal, los euros, el lago Ness, la locura de ese carrusel de preparatorias, el préstamo de jugadores por los equipos a las selecciones nacionales, las imbricaciones de campeonatos imposibles, la ya obscena cuantía del comercio futbolístico, únicamente superado por el endeudamiento de las autonomías y sus ayuntamientos. Peiorem causam.
Hace nada, medio siglo, un coche aceptable costaba cien mil pesetas y un buen piso, medio millón. Hace un siglo, que tampoco es tanto, un ciudadano podía retirarse, si había ahorrado entre trescientas cincuenta y quinientas mil pesetas, y “vivir de las rentas”. En mil novecientos treinta y cuatro, una familia de clase media gastaba en víveres, para comer razonablemente media docena de personas, que entonces era la media de las que convivían, por término medio, algo menos de un duro diario. Sí, un duro de aquellos, de cinco pesetas o veinte reales. A los reales les hacían un furaco en el medio y el ingenio popular aclaró en seguida que era para que el pueblo “mirase por el dinero”.
Es evidente que no miramos.
viernes, 5 de agosto de 2011
Agítese antes de usarlo, dos cucharaditas, de las de café, antes de cada comida y mucho pasear por la playa, mojándose el trasero lo indispensable, la barriga no, después de los cuarenta y los ojos sin cesar, insaciables, en las piernas largas, torneadas, morenas, de las quinceañeras que el año que viene, si nosotros llegamos, a ellas ya se les va a notar la premonición de las varices que tendrán un día nunca demasiado lejano, que no es momento ahora, en pleno verano, de recordar con el capítulo de la memoria que llamamos imaginación.
¿Qué dice el periódico qué? ¿De qué? ¿De os préstamos que tiene que negociar el gobierno para qué? ¡Pero, hombre! ¡Si estamos en verano! Déjemelo para el disgusto del primer día que trabajemos.. ¿Usted no sabía que esto iba a ocurrir? ¡Pero si hasta el señor presidente lo sabía! Lo que pasa, que ya sabe, hay quien espera siempre, invoca, casi exige un milagro. La “baraka” aquélla de que habrá oído hablar.
Mientras escribo se va nublando, sube la aguja del higrómetro, que si esto sigue así, agallas, nos van a salir para seguir respirando, ¿y sabe lo que le digo? Pues que si hacen falta agallas, nos las pondremos, aprenderemos a respirar o morir. Morir es por lo menos un final de etapa, un “striptease” en que nos quitamos –o nos quitan- el cuerpo y nos queda el alma viajera para huir de los guardias de Azkabán de los mercados.
Fue craso error transformar los zocos comarcales de miércoles y de domingos, con las paisaninas de las sayas largas y la tagarnina colgando de la comisura: “los piescos a seis reales menos perrón”. No valió la pena cambiarlas por estos ejecutivos, “a mí, lubina”, de la camisa con el cuello flojo y la corbata, de Paul & Shark, colgando a la deshabillé mientras ellos se limpian el sudor, que allá va, con el pañuelo de papel, hecho un burujo, mezclado con las letras y los números de las imprevisibles, cada vez más humildes cotizaciones de aquel posible dinero de un futuro improbable con el que trabajábamos, ¿se acuerdan? “no va a pasar nada”, “me cubren los swaps”. ¿Los qué? –preguntábamos nostros, desconcertados- No importa, basta que lo entienda yo. Mira, entre tanto, cómo vuelan, se entrecruzan, brillan al sol del ocaso de una civilización decadente, que reproducen cada día nosecuántoscientos de programas basura, las bolas del genial prestidigitador, que, aprovechando que estamos distraídos, deja que caigan en el escenario vacío El, no sabemos quién era, se ha ido por el foro. Mutis. Es casi de noche y ha empezado a llover de nuevo. Huele, delicioso, a tierra mojada y esperanza.
¿Qué dice el periódico qué? ¿De qué? ¿De os préstamos que tiene que negociar el gobierno para qué? ¡Pero, hombre! ¡Si estamos en verano! Déjemelo para el disgusto del primer día que trabajemos.. ¿Usted no sabía que esto iba a ocurrir? ¡Pero si hasta el señor presidente lo sabía! Lo que pasa, que ya sabe, hay quien espera siempre, invoca, casi exige un milagro. La “baraka” aquélla de que habrá oído hablar.
Mientras escribo se va nublando, sube la aguja del higrómetro, que si esto sigue así, agallas, nos van a salir para seguir respirando, ¿y sabe lo que le digo? Pues que si hacen falta agallas, nos las pondremos, aprenderemos a respirar o morir. Morir es por lo menos un final de etapa, un “striptease” en que nos quitamos –o nos quitan- el cuerpo y nos queda el alma viajera para huir de los guardias de Azkabán de los mercados.
Fue craso error transformar los zocos comarcales de miércoles y de domingos, con las paisaninas de las sayas largas y la tagarnina colgando de la comisura: “los piescos a seis reales menos perrón”. No valió la pena cambiarlas por estos ejecutivos, “a mí, lubina”, de la camisa con el cuello flojo y la corbata, de Paul & Shark, colgando a la deshabillé mientras ellos se limpian el sudor, que allá va, con el pañuelo de papel, hecho un burujo, mezclado con las letras y los números de las imprevisibles, cada vez más humildes cotizaciones de aquel posible dinero de un futuro improbable con el que trabajábamos, ¿se acuerdan? “no va a pasar nada”, “me cubren los swaps”. ¿Los qué? –preguntábamos nostros, desconcertados- No importa, basta que lo entienda yo. Mira, entre tanto, cómo vuelan, se entrecruzan, brillan al sol del ocaso de una civilización decadente, que reproducen cada día nosecuántoscientos de programas basura, las bolas del genial prestidigitador, que, aprovechando que estamos distraídos, deja que caigan en el escenario vacío El, no sabemos quién era, se ha ido por el foro. Mutis. Es casi de noche y ha empezado a llover de nuevo. Huele, delicioso, a tierra mojada y esperanza.
jueves, 4 de agosto de 2011
Medio gas, ciudad arriba y abajo, porque es verano, hace calor y sol, pero anuncian lluvia de nuevo para el fin de semana. Dicen que los encargados del tiempo, puesto que se adelantaron las elecciones y hay que ahorrar, no pagaron el adelanto para que mandasen el buen tiempo y se quedó en el regazo de una aurora boreal-
Habrá que volver a apretarse el cinturón, como hace tanto que ya nos olvidábamos del agujero adonde llegó entonces la trabilla. En último caso, están casi de moda los tirantes.
Medio gas en los negocios, atragantos en las tarjetas de dinero fingido, que están los cajeros que no descansan. La última pregunta se queda en el aire: ¿Quiere el saldo?
No lo queremos. Ojos que no ven …
Cierran cada día una pequeña superficie y de sopetón el café habitual, que es como si te diesen un portazo en la cara, cuando llegabas como cada cierto tiempo y a cal y canto. Cerramos, usted disculpe.
¿Disculpo? ¿a quién disculpo? ¿por qué? Cierran –me dice el pobre de la esquina, porque no vendían, según ellos. Me siento a lamentarme por ellos y por mí, en una terraza, pido una tónica y me solmenan dos cincuenta. Dos cincuenta por ciento sesenta y siete, multiplico mentalmente, sobre cuatrocientas dieciséis de las antiguas pesetas. Hay gente, en la terraza, a este precio la tirada, por muy fumadores que sean o se meterán dentro o se irán a casa. ¿Tú te imaginas una familia en tarde de sábado, padre, madre y dos niños, que pidan cuatro tónicas? Más de mil seiscientas de las antiguas pesetas. Y una tónica que te la bebes de un sorbiato.
Vuelvo de la ciudad y me comentan que se está despoblando el campo. Hace tiempo, leí que en Europa se había publicado un “libro blanco” o no sé si “verde”, donde se estudiaba con minuciosa precisión lo que podría ocurrir si el campo se despoblara.
Cuenta la radio que los “indignados” peregrinan por Madrid, perseguidos, como una bandada de palomas por el azor, por la policía municipal, que, paciente, los va diezmando.
Habrá que volver a apretarse el cinturón, como hace tanto que ya nos olvidábamos del agujero adonde llegó entonces la trabilla. En último caso, están casi de moda los tirantes.
Medio gas en los negocios, atragantos en las tarjetas de dinero fingido, que están los cajeros que no descansan. La última pregunta se queda en el aire: ¿Quiere el saldo?
No lo queremos. Ojos que no ven …
Cierran cada día una pequeña superficie y de sopetón el café habitual, que es como si te diesen un portazo en la cara, cuando llegabas como cada cierto tiempo y a cal y canto. Cerramos, usted disculpe.
¿Disculpo? ¿a quién disculpo? ¿por qué? Cierran –me dice el pobre de la esquina, porque no vendían, según ellos. Me siento a lamentarme por ellos y por mí, en una terraza, pido una tónica y me solmenan dos cincuenta. Dos cincuenta por ciento sesenta y siete, multiplico mentalmente, sobre cuatrocientas dieciséis de las antiguas pesetas. Hay gente, en la terraza, a este precio la tirada, por muy fumadores que sean o se meterán dentro o se irán a casa. ¿Tú te imaginas una familia en tarde de sábado, padre, madre y dos niños, que pidan cuatro tónicas? Más de mil seiscientas de las antiguas pesetas. Y una tónica que te la bebes de un sorbiato.
Vuelvo de la ciudad y me comentan que se está despoblando el campo. Hace tiempo, leí que en Europa se había publicado un “libro blanco” o no sé si “verde”, donde se estudiaba con minuciosa precisión lo que podría ocurrir si el campo se despoblara.
Cuenta la radio que los “indignados” peregrinan por Madrid, perseguidos, como una bandada de palomas por el azor, por la policía municipal, que, paciente, los va diezmando.
miércoles, 3 de agosto de 2011
Huyo entre los juncos de los piratas de Mompracem, cambiando, que al resto no los entiendo, a trompicones, impresiones con Yañez de Gomera, que soporta despreciativo mi chapurreado portugués, en el fondo, y en la superficie, ese gallego adulterado del Lejano Oeste de las Asturias, por donde corrían y se peleaban incesantemente pésicos y albiones, en la eterna probable discusión respecto de la desembocadura del río de Barayo.
(Una pena, no haberle hecho un acceso a esa playa, cuando pudimos, y evitar que so pretexto de vivero y reserva de fauna y flora la hayan convertido en un escayal)
Mira que insistió el contratista aquél, invocando el interés turístico, sin dejar traslucir que lo que él buscaba era una vía cómoda, de saca, para arena y regodones.
(No había puente de los Santos, desde san Román, en nuestra orilla, hasta san Miguel, en la suya. No había autovías. Me contaba el alcalde su certera visión de que cuando haces una carretera para dar entrada a una comarca, lo que haces es abrir una vía escape y drenaje demográfico)
La mar, paciente, planta sus juncales donde llega la marea y suben las especies a ovar y se forma un microcosmos, es cierto, que, si miras desde el otero apropiado hay siempre una pareja humana recomponiéndose la ropa tras de su contribución a repoblar el planeta.
Huyo a esconderme entre mis rimeros de viejos libros y de libros nuevos. Pasaron los días, lo advierto al pasar la mano por el lomo de los de Guillermo, detenerme en el gastado ejemplar de Robinsón Crusoe que me compró mi padre, aquel día que riñó en casa y estuvimos largo rato en el escaparate de la vieja librería que se llevó la trampa del tiempo, recordar la ingenua insularidad de doña Agatha, erosionada por el velado encono con las tisanas y el bigote de su presuntuoso Hércules Poirot.
(Mi primer Kafka fue su metamorfosis espeluznante, seguida de la pesadilla del agrimensor. No se cómo pudimos, con el escaso bagaje que nos dejó la guerra, resistir el paso de Gogol a Dostoievski)
Hace muchos, tal vez incontables años, descubrí entre los libros de casa, sabe Dios escondida por quién, mi primera novela pornográfica, que pormenorizaba los manejos en una caseta de la playa de una tal Rigoberta y su aplicado Octavio.
(Siempre hay alguien que esconde entre los libros alguno poco apropiado para los niños de curiosidad insaciable, que, a su primera edad, leen incluso los anuncios y las esquelas de los periódicos. Resulta inexorable que cada niño encuentre su primera vergüenza en el más insospechado rincón. Ahora, me dicen, esos manejos se explican con sus porqués y sus paraqués en las escuelas públicas y privadas. Hay un apartado en la Biblia, allá por el Eclesiastés, creo, que dice que hay un tiempo para cada cosa)
La tarde se me va borboteando por el desaguadero de la puesta de sol.
(Una pena, no haberle hecho un acceso a esa playa, cuando pudimos, y evitar que so pretexto de vivero y reserva de fauna y flora la hayan convertido en un escayal)
Mira que insistió el contratista aquél, invocando el interés turístico, sin dejar traslucir que lo que él buscaba era una vía cómoda, de saca, para arena y regodones.
(No había puente de los Santos, desde san Román, en nuestra orilla, hasta san Miguel, en la suya. No había autovías. Me contaba el alcalde su certera visión de que cuando haces una carretera para dar entrada a una comarca, lo que haces es abrir una vía escape y drenaje demográfico)
La mar, paciente, planta sus juncales donde llega la marea y suben las especies a ovar y se forma un microcosmos, es cierto, que, si miras desde el otero apropiado hay siempre una pareja humana recomponiéndose la ropa tras de su contribución a repoblar el planeta.
Huyo a esconderme entre mis rimeros de viejos libros y de libros nuevos. Pasaron los días, lo advierto al pasar la mano por el lomo de los de Guillermo, detenerme en el gastado ejemplar de Robinsón Crusoe que me compró mi padre, aquel día que riñó en casa y estuvimos largo rato en el escaparate de la vieja librería que se llevó la trampa del tiempo, recordar la ingenua insularidad de doña Agatha, erosionada por el velado encono con las tisanas y el bigote de su presuntuoso Hércules Poirot.
(Mi primer Kafka fue su metamorfosis espeluznante, seguida de la pesadilla del agrimensor. No se cómo pudimos, con el escaso bagaje que nos dejó la guerra, resistir el paso de Gogol a Dostoievski)
Hace muchos, tal vez incontables años, descubrí entre los libros de casa, sabe Dios escondida por quién, mi primera novela pornográfica, que pormenorizaba los manejos en una caseta de la playa de una tal Rigoberta y su aplicado Octavio.
(Siempre hay alguien que esconde entre los libros alguno poco apropiado para los niños de curiosidad insaciable, que, a su primera edad, leen incluso los anuncios y las esquelas de los periódicos. Resulta inexorable que cada niño encuentre su primera vergüenza en el más insospechado rincón. Ahora, me dicen, esos manejos se explican con sus porqués y sus paraqués en las escuelas públicas y privadas. Hay un apartado en la Biblia, allá por el Eclesiastés, creo, que dice que hay un tiempo para cada cosa)
La tarde se me va borboteando por el desaguadero de la puesta de sol.
La entrada en el euro, o la imposición del euro, como una imposición de manos sobre nuestra cansada cerviz, supuso una devaluación monetaria de entre el cincuenta y el setenta y cinco por ciento.
Cada poco, ocurre algo así, es como una derrama que nos imputa el gasto de quienes deberían servirnos, pero en secreto nos han convertido en servidores suyos.
Cada año, nos dan vacaciones, algo menos de un mes, para que no reviciemos, y, durante el resto del año, el tufillo esperanzador de las vacaciones que vienen.
Ese vago olor nos ayuda a soportar los gritos del cómitre: remad, malditos, remad.
Cada mañana, cuando estamos absortos, maravillados por la reposición magnífica del sol, o, por lo menos, de la luz, nos ponen las herramientas en la mano. Sed felices. Trabajad con denuedo y alegría, que, allá para julio o agosto, tendréis, si esto de la crisis por fin amaina, otras vacaciones.
De vez en cuando, aparece un humano: Ionesco, Brecht, Kafka, Green, que se atreve a reescribir la descripción del mito de Sísifo.
Cada poco, ocurre algo así, es como una derrama que nos imputa el gasto de quienes deberían servirnos, pero en secreto nos han convertido en servidores suyos.
Cada año, nos dan vacaciones, algo menos de un mes, para que no reviciemos, y, durante el resto del año, el tufillo esperanzador de las vacaciones que vienen.
Ese vago olor nos ayuda a soportar los gritos del cómitre: remad, malditos, remad.
Cada mañana, cuando estamos absortos, maravillados por la reposición magnífica del sol, o, por lo menos, de la luz, nos ponen las herramientas en la mano. Sed felices. Trabajad con denuedo y alegría, que, allá para julio o agosto, tendréis, si esto de la crisis por fin amaina, otras vacaciones.
De vez en cuando, aparece un humano: Ionesco, Brecht, Kafka, Green, que se atreve a reescribir la descripción del mito de Sísifo.
microrrelato
La mató, y, con relativa facilidad se deshizo del cuerpo, pero el alma de ella permaneció unida a la suya, como cuando se amaban para siempre, y enfermó de alzheimer y ambos olvidaron a la vez y son ahora este olor de alborada y luz, mierda y sudor, que exhala su único cuerpo, apoyado en el alféizar del mirador desde que ya no mira nada.
Un recorrido por la memoria –que es siempre histórica, con todas las consecuencias, es decir, en parte verdad y en parte mentira, voluntaria o no- nos recordará que somos en parte fracaso de nuestro proyecto y en parte éxito.
No vale la pena comparar si más de uno que de otro. Los muertos, todos, hicieron siempre lo que pudieron y una pizca es a veces mucho más importante que gran cantidad de su alternativa. Los muertos, en lo único que se diferencian de cualquiera de nosotros, los aún vivos, es en que ellos ya no pueden rectificar.
Rectificamos cada día, con el alba, cuando hacemos memoria de aquello dicho a primeros de año, de que vida nueva, y puede que empecemos hoy.
Tiene razón el historiador que estoy leyendo, cuando dice que los hijos perdonan, pero los nietos padecen siempre la tentación de juzgarnos, a los abuelos, con rigor senequista. No se restablecerá, opinan, el equilibrio de la justicia, mientras no se os desentierre para quemaros en las hogueras de otra inquisición.
No saben, los nietos, porque son tan jóvenes, tan crédulos, tan confiados en que la humanidad se parecerá algún día a sus sueños, del rigor apasionado que nos movió antes que a ellos para que implantásemos la justicia.
La justicia, la verdad. Hermosos conceptos. Se podría hacer una maravillosa revolución cimentada en cuatro pilares inconmovibles: la justicia, la verdad, la transparencia, la libertad.
No saben nuestros nietos del trabajo que cuesta renunciar a la soberbia de estar seguros y transigir con los otros, quienesquiera que sean o hayan sido, con la única certeza de que es necesario para la convivencia humana total en que la vida real, verdadera, transparente, libre y justa consiste.
También hay que comprender, cuando hablan de juzgarnos, que para llegar a la madurez y a la vejez, es preciso haber sido jóvenes.
No vale la pena comparar si más de uno que de otro. Los muertos, todos, hicieron siempre lo que pudieron y una pizca es a veces mucho más importante que gran cantidad de su alternativa. Los muertos, en lo único que se diferencian de cualquiera de nosotros, los aún vivos, es en que ellos ya no pueden rectificar.
Rectificamos cada día, con el alba, cuando hacemos memoria de aquello dicho a primeros de año, de que vida nueva, y puede que empecemos hoy.
Tiene razón el historiador que estoy leyendo, cuando dice que los hijos perdonan, pero los nietos padecen siempre la tentación de juzgarnos, a los abuelos, con rigor senequista. No se restablecerá, opinan, el equilibrio de la justicia, mientras no se os desentierre para quemaros en las hogueras de otra inquisición.
No saben, los nietos, porque son tan jóvenes, tan crédulos, tan confiados en que la humanidad se parecerá algún día a sus sueños, del rigor apasionado que nos movió antes que a ellos para que implantásemos la justicia.
La justicia, la verdad. Hermosos conceptos. Se podría hacer una maravillosa revolución cimentada en cuatro pilares inconmovibles: la justicia, la verdad, la transparencia, la libertad.
No saben nuestros nietos del trabajo que cuesta renunciar a la soberbia de estar seguros y transigir con los otros, quienesquiera que sean o hayan sido, con la única certeza de que es necesario para la convivencia humana total en que la vida real, verdadera, transparente, libre y justa consiste.
También hay que comprender, cuando hablan de juzgarnos, que para llegar a la madurez y a la vejez, es preciso haber sido jóvenes.
martes, 2 de agosto de 2011
Llama mucho la atención estos días lo que está pasando en los EE UU de América, donde cada vez más se apuntan dos tendencias: la del equilibrio de los dos grandes partidos y la de aparición de toda una constelación de satélites, que apuntan a la madurez de la diversidad política.
Nada es verdad ni mentira, sino duda y posibilidad a la vez, como consecuencia de lo cual, se multiplican las interpretaciones, según cada cual que mire se coloque para ver. O lo que es lo mismo, según el punto de vista del espectador.
Suele ocurrir cuando se buscan testigos de algo que pasó ante muchos y cada cual lo vio de manera diferente y hasta contradictoria.
Cada vez es más difícil encontrar grandes masas dispuestas a conformarse con interpretaciones colectivas, y mucho menos si están hechas por quienes tratan de llevarnos al apoyo de su particular conveniencia, que ni siquiera es su convicción.
Incluso al tratar de interpretar quién ganó en aquel país al llegar a un acuerdo respecto de la elevación del tope de su deuda, si republicanos o demócratas, se puede afirmar con las mismas probabilidades de acierto, previo afirmar que ni los unos ni los otros, el que ganó fue el miedo, o tal vez el sentido común, ambos, miedo y sentido común, colectivos, y ambos, con lo que está ocurriendo en la historia de la humanidad, legítimos y justificables.
Lo peor, o tal vez lo mejor, es que la contradicción permanece, y con ello las paradojas que nos mantienen en vilo a todos y son posible causa de este haberse adelantado este año el otoño benévolo de que disfrutamos, o tal vez sufrimos.
Nada es verdad ni mentira, sino duda y posibilidad a la vez, como consecuencia de lo cual, se multiplican las interpretaciones, según cada cual que mire se coloque para ver. O lo que es lo mismo, según el punto de vista del espectador.
Suele ocurrir cuando se buscan testigos de algo que pasó ante muchos y cada cual lo vio de manera diferente y hasta contradictoria.
Cada vez es más difícil encontrar grandes masas dispuestas a conformarse con interpretaciones colectivas, y mucho menos si están hechas por quienes tratan de llevarnos al apoyo de su particular conveniencia, que ni siquiera es su convicción.
Incluso al tratar de interpretar quién ganó en aquel país al llegar a un acuerdo respecto de la elevación del tope de su deuda, si republicanos o demócratas, se puede afirmar con las mismas probabilidades de acierto, previo afirmar que ni los unos ni los otros, el que ganó fue el miedo, o tal vez el sentido común, ambos, miedo y sentido común, colectivos, y ambos, con lo que está ocurriendo en la historia de la humanidad, legítimos y justificables.
Lo peor, o tal vez lo mejor, es que la contradicción permanece, y con ello las paradojas que nos mantienen en vilo a todos y son posible causa de este haberse adelantado este año el otoño benévolo de que disfrutamos, o tal vez sufrimos.
Llueve y no hay donde meterse cuando caen los chuzos de punta y nos tendrán pronto que exprimir como a naranjas del desayuno de algún desconocido mandarín de una lejana provincia de la China emergente,
donde el futuro nace y se despereza para la humanidad doliente de los siglos que vienen.
Tanto amagar, ya parecía que no vendrían nunca, los chinos del otro lado del desierto de los tártaros que nos describió Buzatti, ese aprendiz benévolo de las torturas literarias de Kafka o de Julien Green, pero ya está ahí, pidiendo paso a nuestros fracasados pensadores de tiovivo, incapaces, lo gritó aún a tiempo Ionesco, de mirar al cielo, donde las estrellas, empeñados como los veía en limitarse a perseguir sus huellas y manejar el dinero todavía inexistente, cada vez más problemático y menos probable.
Contra la sabiduría de los abuelos, que jamás se habrían empeñado, trabamos el valor de cada finca con primeras, segundas, terceras, enésimas hipotecas y luego “titulizamos” las hipotecas para elevar de nuevo la furtiva sombra del valor a una enésima figurada potencia.
Andamos ahora como el tiempo de este otoño largo, para mayor dolor trabado de anuncia de las elecciones que no iban a celebrarse de ningún modo antes de la primavera, cuando los almendros y los cerezos en flor, andamos como locos, en busca de chivos expiatorios de la catástrofe económica que pasa, como los tornados, llevándose sin discriminar los techos de los viejos palacios y las chozas nuevas, los adosados y los exentos.
Fuenteovejuna fue, no busquéis más.
Pongámonos, me atrevo a recomendar, a recoger los restos y las reliquias y remendar, con paciencia, humildad, creatividad y solidaria generosidad esta sociedad de la nueva era que vamos a compartir con los chinos y con tantos otros como se incorporan a la pregunta: ¿y nosotros qué?
Es una sociedad con el desafío de extender sus vínculos, derechos y deberes, desde el ombligo del primero hasta la piel de la periferia del tercer mundo.
Tal vez siendo más pobres, seamos todos más humanos entonces.
donde el futuro nace y se despereza para la humanidad doliente de los siglos que vienen.
Tanto amagar, ya parecía que no vendrían nunca, los chinos del otro lado del desierto de los tártaros que nos describió Buzatti, ese aprendiz benévolo de las torturas literarias de Kafka o de Julien Green, pero ya está ahí, pidiendo paso a nuestros fracasados pensadores de tiovivo, incapaces, lo gritó aún a tiempo Ionesco, de mirar al cielo, donde las estrellas, empeñados como los veía en limitarse a perseguir sus huellas y manejar el dinero todavía inexistente, cada vez más problemático y menos probable.
Contra la sabiduría de los abuelos, que jamás se habrían empeñado, trabamos el valor de cada finca con primeras, segundas, terceras, enésimas hipotecas y luego “titulizamos” las hipotecas para elevar de nuevo la furtiva sombra del valor a una enésima figurada potencia.
Andamos ahora como el tiempo de este otoño largo, para mayor dolor trabado de anuncia de las elecciones que no iban a celebrarse de ningún modo antes de la primavera, cuando los almendros y los cerezos en flor, andamos como locos, en busca de chivos expiatorios de la catástrofe económica que pasa, como los tornados, llevándose sin discriminar los techos de los viejos palacios y las chozas nuevas, los adosados y los exentos.
Fuenteovejuna fue, no busquéis más.
Pongámonos, me atrevo a recomendar, a recoger los restos y las reliquias y remendar, con paciencia, humildad, creatividad y solidaria generosidad esta sociedad de la nueva era que vamos a compartir con los chinos y con tantos otros como se incorporan a la pregunta: ¿y nosotros qué?
Es una sociedad con el desafío de extender sus vínculos, derechos y deberes, desde el ombligo del primero hasta la piel de la periferia del tercer mundo.
Tal vez siendo más pobres, seamos todos más humanos entonces.
lunes, 1 de agosto de 2011
Nada va a preocupar más a nadie, sino ganar las elecciones. Y entre la astucia de Pérez Rubalcaba y la sagacidad de Rajoy, se deslizarán las veloces, casi invisibles, subliminales canoas de partidos, unos viejos, otros recién nacidos, donde se apuntan los tentados de escepticismo por el norte, de indignación, por el sur, ambos, norte y sur, helados, para salvarse de ambos extremos radicalizados del desencanto político.
La historia cuenta cómo se había ido desacreditando ya el bipartidismo por anacrónico, en cuanto película de buenos y malos puros y de una pieza o fotografía de daguerrotipo. La historia cuenta que al profundizar en el conocimiento del hombre, el hombre descubre, al cabo de cierto tiempo, según su empeño y capacidad, la existencia e importancia de los grises, los semitonos, los colores intermedios, que amortiguan el violento choque de los contrarios y constituyen un espacio donde es posible utilizar las posibilidades del lenguaje para imbricar los convencimientos más radicales de gente que basa su interpretación de la vida en principios radicalmente opuestos a los nuestros de cada cual.
El puzzle no tiene piezas sólo blancas o negras, la fotografía descubre tonalidades, aún aquella inolvidable fotografía inmediatamente anterior al color.
Minorías concertadas por la evidente imposibilidad de estar de acuerdo en la variedad de demasiadas ideas, se incorporarán, me atrevo a vaticinar, al mapa político para advertir a los navegantes de que la sociedad se compone de gran número de matices con los que es posible componer articulaciones y desarrollar el arte de la política, que no consiste, como a veces desvariamos, en emprenderla a garrotazos con ese desconocido o ese viejo conocido adversario con que nos tropezamos en cualquier encrucijada, sino en componer con él nada más y nada menos que la convivencia en que vivir consiste, ambos el mayor tiempo y con la mayor armonía posible, durante la corta vida de que ambos disponemos.
La historia cuenta cómo se había ido desacreditando ya el bipartidismo por anacrónico, en cuanto película de buenos y malos puros y de una pieza o fotografía de daguerrotipo. La historia cuenta que al profundizar en el conocimiento del hombre, el hombre descubre, al cabo de cierto tiempo, según su empeño y capacidad, la existencia e importancia de los grises, los semitonos, los colores intermedios, que amortiguan el violento choque de los contrarios y constituyen un espacio donde es posible utilizar las posibilidades del lenguaje para imbricar los convencimientos más radicales de gente que basa su interpretación de la vida en principios radicalmente opuestos a los nuestros de cada cual.
El puzzle no tiene piezas sólo blancas o negras, la fotografía descubre tonalidades, aún aquella inolvidable fotografía inmediatamente anterior al color.
Minorías concertadas por la evidente imposibilidad de estar de acuerdo en la variedad de demasiadas ideas, se incorporarán, me atrevo a vaticinar, al mapa político para advertir a los navegantes de que la sociedad se compone de gran número de matices con los que es posible componer articulaciones y desarrollar el arte de la política, que no consiste, como a veces desvariamos, en emprenderla a garrotazos con ese desconocido o ese viejo conocido adversario con que nos tropezamos en cualquier encrucijada, sino en componer con él nada más y nada menos que la convivencia en que vivir consiste, ambos el mayor tiempo y con la mayor armonía posible, durante la corta vida de que ambos disponemos.
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