miércoles, 3 de agosto de 2011

La entrada en el euro, o la imposición del euro, como una imposición de manos sobre nuestra cansada cerviz, supuso una devaluación monetaria de entre el cincuenta y el setenta y cinco por ciento.

Cada poco, ocurre algo así, es como una derrama que nos imputa el gasto de quienes deberían servirnos, pero en secreto nos han convertido en servidores suyos.

Cada año, nos dan vacaciones, algo menos de un mes, para que no reviciemos, y, durante el resto del año, el tufillo esperanzador de las vacaciones que vienen.

Ese vago olor nos ayuda a soportar los gritos del cómitre: remad, malditos, remad.

Cada mañana, cuando estamos absortos, maravillados por la reposición magnífica del sol, o, por lo menos, de la luz, nos ponen las herramientas en la mano. Sed felices. Trabajad con denuedo y alegría, que, allá para julio o agosto, tendréis, si esto de la crisis por fin amaina, otras vacaciones.

De vez en cuando, aparece un humano: Ionesco, Brecht, Kafka, Green, que se atreve a reescribir la descripción del mito de Sísifo.

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