lunes, 1 de agosto de 2011

Nada va a preocupar más a nadie, sino ganar las elecciones. Y entre la astucia de Pérez Rubalcaba y la sagacidad de Rajoy, se deslizarán las veloces, casi invisibles, subliminales canoas de partidos, unos viejos, otros recién nacidos, donde se apuntan los tentados de escepticismo por el norte, de indignación, por el sur, ambos, norte y sur, helados, para salvarse de ambos extremos radicalizados del desencanto político.

La historia cuenta cómo se había ido desacreditando ya el bipartidismo por anacrónico, en cuanto película de buenos y malos puros y de una pieza o fotografía de daguerrotipo. La historia cuenta que al profundizar en el conocimiento del hombre, el hombre descubre, al cabo de cierto tiempo, según su empeño y capacidad, la existencia e importancia de los grises, los semitonos, los colores intermedios, que amortiguan el violento choque de los contrarios y constituyen un espacio donde es posible utilizar las posibilidades del lenguaje para imbricar los convencimientos más radicales de gente que basa su interpretación de la vida en principios radicalmente opuestos a los nuestros de cada cual.

El puzzle no tiene piezas sólo blancas o negras, la fotografía descubre tonalidades, aún aquella inolvidable fotografía inmediatamente anterior al color.

Minorías concertadas por la evidente imposibilidad de estar de acuerdo en la variedad de demasiadas ideas, se incorporarán, me atrevo a vaticinar, al mapa político para advertir a los navegantes de que la sociedad se compone de gran número de matices con los que es posible componer articulaciones y desarrollar el arte de la política, que no consiste, como a veces desvariamos, en emprenderla a garrotazos con ese desconocido o ese viejo conocido adversario con que nos tropezamos en cualquier encrucijada, sino en componer con él nada más y nada menos que la convivencia en que vivir consiste, ambos el mayor tiempo y con la mayor armonía posible, durante la corta vida de que ambos disponemos.

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