domingo, 31 de julio de 2011

Vamos a ver. Un poco de seriedad. Leo ahora que no hubo tampoco Carlomagno y que no se sabe quién, por qué ni para qué, inventó y metió a calzador un tiempo imaginario en la historia, un tiempo que no hubo. Algo como lo de los grandes mentirosos, que se inventan una vida diferente para consolar su fracaso, el nuestro, habitual, de la gente que hubiésemos querido llegar a ser … y aquí, la cohetería.

Habremos sido, cuando llegue la única hora, con la del nacimiento, de veras trascendente para cada cual, que es la de morir, habremos sido cuanto estamos siendo, fuimos y aún seremos, a este desesperante ritmo que impone el desgaste del cuerpo en que consiste una de las delicias de la vejez.

No sirven de nada los códices que mienten hazañas que no existieron o en que no tomamos parte, más que, cuando más, como espectadores.

¿O si? Puede que sin ellos, la vida nos resultara mucho más difícil.

Por más que, transcurrido el tiempo, hayamos ido magnificando nuestro papel en escenas de que no fuimos ni siquiera comparsas.

Pero también es cierto que nos permite sentirnos héroes incluso a quienes no lo hemos sido nunca.

Me llama la atención, en muchas autobiografías, algunas de personajes que conocimos, llamativas por la precocidad con que cuentan haber sido prudentes y sabios, allá en lo más temprano de su edad, adolescentes todavía.

No me digan que no es cosa de asombro que algunos, cuando ya no podremos llegar, demos en la ingenuidad de consolarnos pensando que fuimos lo que habríamos soñado y lo contamos con todo lujo de detalles, cuando no en memorias autobiográficas, ahora en esto del blog, donde es como si nos soñáramos en el mundo paralelo del otro lado de cualquier agujero negro, donde dicen que hay tantos, pero es cada día más imposible ir, porque alguien ha repetido con Einstein que no es posible ganarle una carrera a la luz.

Deja ver.

Yo, con esto de que me cuenten que hubo cosas que nadie nos contó y otras que se nos fingieron para dotarnos de antecedentes distintos de esta habitual fragilidad humana que por lo menos a mí me adorna, cada vez dudo más de lo supuestamente inmutable y comprendo mejor por qué hay refranes, pequeñas alcancías de la sabiduría popular escamoteadas del acervo de la sabiduría oficial, que son contradictorios con otros, de tal modo que ambos son verdad y mentira a la vez y nos permiten la ambigua versatilidad humana, que, como el agua, se cuela con rumor de risa contenida por los intersticios de la pedantería intelectual, combinada, para formar la piedra granítica de la ignorancia, con la suficiencia, para que la historia de la vida humana pueda continuar, verdad o fantasía, escribiéndose e ilustrándose a todo color.

La fantasía, por ejemplo, ya ha sido más rápida que la luz.

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