Dicen, por un lado, que la banca es culpable porque no da créditos, ha semicerrado el grifo o endureció las condiciones, pero ahora, a la vez, salen con que la responsable de la situación es la banca, justo por haber dado créditos con excesiva credulidad respecto de la posibilidad de que se pagaran, y añaden, con la mayor desfachatez, que el responsable de que un crédito no se pague es el banco, más que el que no puede pagarlo, que en lo único que cabe coincidir con tan ilustres analistas de la situación es que hay créditos que no se pagan por mala fe inicial y otros que no se pagan por mala suerte sobrevenida.
La mala suerte suele provenir de una errática cadena de sucesivos desaciertos y falsas promesas de estabilidad y supuesto desarrollo en que incurrieron estos mismos que ahora no saben a quién echar la culpa de una evidente incapacidad de gestión del bien común de que son principales responsables.
Hace muchos años, cuando según ellos todo iba bien y yo insistía en que no era cierto ya me permití opinar que no habría sido mala cosa, para corregir excesos, haber declarado inembargable, y como consecuencia no hipotecable, la vivienda familiar. Ahora tampoco se atreven. Hay que ser muy valiente, realmente osado, para hacerlo como insisto que se debería, y le ponen, como suelen, un remiendo al problema, que ni es bueno para unos ni para otros; ni para el que debe ni para el que tiene que cobrar sin más remedio que tratar de hacerlo de quien debe por haber decidido endeudarse para llegar antes a algo que unas veces es cierto que necesitaba, pero otras no era más que uno de esos irresistibles caprichos.
Que suele, en efecto, ser débil. Siempre es más débil el deudor, por lo menos en apariencia, ya que cuando son muchos, el más débil pasa a ser el acreedor.
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