Volvieron nubes y lluvia de este persistente otoño del remate de julio, el mes del César, campeón de las Galias y víctima, sin embargo, de una imaginaria aldea gala protegida por un druída con su poción mágica y el vicio de transportar menhires y comer jabalíes de Obélix.
Vuelven los futbolistas, algunos con camiseta nueva, cartera pletórica, intermediario enriquecido y otros como los americanos del pote, como pueden, permanece en cambio oculto el dinero, en los mechinales de los ricachos viejos y en los paraísos de los ricachos nuevos.
Mi diagnóstico es que si no llegan a un acuerdo y no constituyen pronto, como mucho a medio plazo, los estados unidos de Europa, la zona euro acabará por romperse en los dos o tres pedazos de los ricachos, los medianejos y los más o menos pobres. Los primeros seguirán sobreviviendo más o menos aterrorizados, cada vez, a medida que el vaho del terror los alcance, los segundos permanecerán el delicado encanto de la burguesía, cada vez más contaminados por el miedo y los terceros, cada vez más indignados, seguirán generando en el seno de su creciente masa, ambiciones y desesperación. Lo peor para una sociedad no es siquiera, con ser tan maño como es, que produzca indignados, sino que produzca desesperados. Los indignados conservan una especie de instinto selectivo del perfil de sus enemigos; los desesperados no hacen distinciones: simple, sencilla, horriblemente, matan de modo tan discriminado como ocurrió en Noruega ayer, o en las torres americanas, o aquí mismo, en nuestra propia tierra, que tan empapada de sangre debe estar ya, después de todo lo que la historia cuenta.
Proliferan, los habituales festejos, como si no ocurriese nada alrededor y lo único que las comisiones organizadoras respectivas dicen que este año habrá que apretarse el cinturón porque les escasean las contribuciones dinerarias. Mientras no falten las orquestas, fanfarrias, charangas y orquestinas, los requintos y los aprendices locales de los grupos musicales adolescentes, algunos como Peter Pan o como Dorian Grey; mientras queden amas de casa sudositas como la catira Pipía Sánchez, dispuestas a quemarse la barriga cocinando empanadas, tortillas y filetes empanados, para acompañar la sidricilina de la romería, habrá festejos. Se desgañitarán al unísono el vendedor de la tómbola y los adoradores del karaoke, los romeros y los anunciantes. Es, a pesar de las apariencias, la segunda hoguera del verano. La primera, como siempre, fue la del señor san Juan.
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