Paris será siempre, para mi generación, de los viajes imposibles, el sueño de juventud donde pasaban cosas y se pensaban novedades, ideas disparatadas y tal vez, en la esquina de alguno de los puentes sobre el Sena, por donde los bateaux mouche van fingiendo glamour para lunas de miel imaginadas desde la atardecida de la quintana.
Paris, orilla izquierda, era el tono cálido de la voz espesa de Juliette Greco, que nos miraba, desdeñosa. ¿Qué fuimos nosotros, los afanosos estudiantes de los tiempos difíciles? Nos descalificaban: dictadura, pobreza, castañuelas y sol. Incluso alguien habló, me acuerdo, de esa gente bajita, morena y cabreada, que se queja cantando, abriéndose camino con una guitarra, una gaita, dos o tres tamborileros y la banda militar del regimiento.
París de marchantes y síntesis filosófica de lo que iban pensando, lentos, los alemanes, hasta que enloquecieron. Y de pronto toda Europa estalló también en llamas y se bombardeó implacable, se destruyó sin mirar, sin compasión ni contricción. Y ni siquiera así, matando a mansalva y a puñados, bombardeando, sin apuntar siquiera, con bombas cada vez más crueles, empujando a cámaras de muerte sin más que quitar ¿para reciclar? la ropa, amontonada como un tétrico camino de desesperanza, se extinguió algo. Sólo, como siempre, se maltrató, mató a muchos. El resto, como siempre, continuó. Ya sabéis: marchez ou crevez. La vida es el camino que se comparte.
París, ciudad, nos decían, de la luz, conquistada, reconquistada, herida, lacerada, siempre, a pesar de todo, París, cantaría Maurice Chevalier. Picasso repintándonos la desfiguración de unos cuerpos torturados por su genio y Sartre desfigurándonos las almas existencializadas por el suyo. Y como por ensalmo, la aldea global, ahora, que se bebe, como un agujero negro, también a París, con su etoile y sus mansardas, los tiovivos, las hojas muertas y la vida color de rosa.
Ya casi viejos, llegamos por primera vez a París y nos pareció una ciudad. Recuerdo que la agencia nos llevó una tarde a Barbizon. Desde allí, París ya volvía a ser un desdibujado París impresionista. Si ni siquiera París es real ¿qué lo es, de este lado del espejo?
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