Uno mi lamento a todos los que lloran a Amy, que no llegó a los treinta años y por fortuna nos deja muchos más de escuchar cómo desgarra el tiempo con sus canciones exultantes de resaca de alegrías artificiales. Por las desgarraduras del ectoplasma del tiempo se escapan la madurez y la ancianidad posibles de la artista, quebrada como el tallo de una flor. Ausente, errabunda por su onírico laberinto.
Se maltrató tal vez porque no se sentía capaz de expresar todo el sentimiento a pesar de aquel chorro de voz imposible. Sufrió. Su imagen, que recorrió el mundo, caída en el escenario, semidestruída, intentando, a pesar de todo y de todos, incluso de sí misma, que continuase la representación, será una inolvidable memoria escultórica del dolor humano quebrando la frágil debilidad del humano sentimiento.
Alguien dijo que los elegidos por los dioses mueren siempre jóvenes.
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