Toca a rebato el señor presidente y convoca elecciones para el 20 de noviembre, que ya es puntería en la fecha, por las mismas razones que ha poco esgrimió para no convocarlas.
Así es la política, no como el péndulo de Foucault, sino de pura ida y venida, que hoy hago por esto aquello y mañana lo contrario y está claro que en ambos casos ha sido un acierto y a la vez un desacierto, y nosotros, yo mismo, la plebe urbana que soy, ociosa y corrompida, nos bastará con lo de los festejos, panem et circenses, la cosa de la solución de los males de la rebelión de las masas, ha venido pasando por construir estadios cada vez mayores para que más gente disfrute en más numerosa compañía y se desprenda mediante un solo grito compartido la descarga conjunta de la adrenalina colectiva.
Habrá elecciones y así nos amargarán los ribetes del verano, ya de por sí, hasta ahora, otoñal, con las preelecciones que impedirán que este año se vayan todos a disfrutar y permitirnos a los demás disfrutar de vacaciones en el sobresalto económico nuestro de cada alborada.
En cada esquina un cartel del santo patrono de cada lugar y a su lado la reunión de mensajeros, en busca de nuestro, como diría don Miguel Delibes, disputado voto.
Un generalizado regocijo de la clase política se entremezcla con nuestro recelo y con la salida a la calle de un gentío cuya voz se me antoja cada vez más confusa, salvo en cuanto me parece espuma producida por el batido del descontento, el escepticismo y la sensación creciente de que tendremos que ser más pobres, el curso que viene, como estaba previsto y sin embargo nadie quería creer.
Y eso, me atrevo sin duda a pronosticar, gane quien gane, porque nadie, que yo sepa, ha dado con la piedra filosofal, la cuadratura del círculo ni el movimiento continuo, ni siquiera ha sido posible reencontrar, después de su última escaramuza, la varita mágica de Harry Potter, y el día 21 de noviembre, los mimbres con que tendrán que hacer el cesto los ganadores serán los mismos que hay ahora, salvo milagroso acuerdo político salvador, único evento, para mí improbable, capaz de mejorar el estado general del enfermo, constituyente por fin de la Comunidad Europea.
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