viernes, 29 de julio de 2011

Tiene cierta gracia triste, como la del payaso triste del proverbial ensayo sobre la tristeza paradójica de algún payaso circunstancial o sustancialmente triste, que me habléis de un “esperanzador” proceso electoral..

(Hay rosas, en nuestro mejor rosal, que es viejo, sabio, experimentado, que nacen con un increíble aspecto de tristeza)

Recuerdo haber esperado resultados taumatúrgicos. No sea pedante, me digo, empieza otra vez. Recuerdo haber esperado milagros, de los procesos electorales. Y no una sola, sino varias veces.

(Soy yo el que se ha hecho viejo, es evidente, pero ¿hasta ese punto se hace uno viejo?)

Un viejo es un personaje habitualmente solitario. En parte, se supone que ha perdido sentido del tacto y no puede experimentar el consuelo de rozar las puntas de los dedos, la mano, el cuerpo, de modo tan apasionantemente, si prefieres, apasionadamente reconfortante. No es cierto. Ni siquiera las vicisitudes reumáticas impiden que la piel humana necesite, busque, se complemente en el papel de regalo, la otra piel que ama, puesto que se ama como arde el tronco en la chimenea, por entero, crujiendo de sufrimiento placentero porque se exhala cuanto cabe en una humanidad personal, en busca de la felicidad de otra persona.

(La soledad te pone al borde del precipicio del escepticismo. La soledad no buscada, te hace atrabiliario. Alguien se acerca y te encrespas y arqueas, bufas igual que un gato semisalvaje acosado)

La humanidad tardará en salir de este proceso, túnel, crisis, tramo difícil del camino iniciático de su baqueteada historia. Estamos, a mi juicio, en el lindero entre dos épocas. Este es uno de esos cambios como ocurrió al derrumbarse el sistema feudal. O cuando, de súbito, por lo menos en apariencia, la rebelión de las masas tomó la Bastilla.

(Habrá sido “el muro” equivalente de las murallas de Jericó)

Vamos a tientas por entre formas y fórmulas desconocidas, nos desconciertan los contactos como, recuerdo aquella primera noche en que me invitaron a una “cena medieval”, contenida en un cuenco hondo, de barro, en que metí la mano y sentías como tocino sin afeitar, de modo que me limité a cenar agua del vaso, afortunadamente transparente, por si el vino fuera sangre de dinosaurio o de lamprea.

(Tendrá alguien, Tal vez debamos hacerlo nosotros. Es hasta posible que tú o yo, gente mediocre, de la calle, quienes debamos encender una luz, que permita a todos ver dónde estamos, cómo somos ahora, qué necesita alguien cerca)

Ha vuelto a salir el sol. Tal vez, al fin y al cabo, tengamos un verano como habíamos soñado allá durante el invierno, cuando los días volverán en seguida, si no, a ser cortos y seremos un poco más viejos, y habrá habido elecciones.

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