miércoles, 6 de julio de 2011

Me acuerdo de haber descrito una flor,
leído
en el murmurio del agua de un arroyo
inacabables poemas, tal vez
de amores fracasados. Ilusiones
perdidas
o recién nacidas con la alborada del señor san Juan.

Ahora, me pongo a escribir
y oigo, sin querer escucharlos,
los sarcásticos comentarios que estáis haciendo,
la carga de desprecio, ese inmenso río
que fluye por entre el perfil de la hermosa gente cansada,
decepcionada,
escéptica.

Nadie cree en este momento,
a mi alrededor,
en nada que no esté a su alcance.

Hemos cerrado
el arca del amor, con una pareja muerta, a bordo,
de cada grupo humano posible;
apagado la lamparilla de la esperanza,
pisoteado el polvo de estrellas de la fe
hasta conseguir
este barro pegajoso.

Haz, Señor,
que no sea más que una pesadilla. Déjame
que despierte
una vez más,
que esté el jardín,
que Tú sigas diciendo las nubes y el aire,
las flores y el agua
y la hermosa gente enamorada,
ilusionada, llena
de fe,
desbordante de esperanza.

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